Arnoldo Kraus
Moriré, pero mi memoria sobrevivirá: una reflexión personal sobre el sida (Tusquets Editores, 2008) es el título de un ensayo del escritor sueco Henning Mankell, famoso en el mundo por sus novelas policiacas protagonizadas por el inspector Kurt Wallander. Moriré, pero mi memoria sobrevivirá es un ensayo profundo y humano que hace honor al bellísimo título del libro. Publicado originalmente en sueco, en 2003, fue traducido este año. A un lustro de distancia, seguramente la realidad del síndrome de inmunodeficiencia en África ha incrementado la desazón, la tristeza, las denuncias y el encono de Mankell.
El libro es una radiografía humana de un problema humano: las palabras que lo forman, sean la voz del autor, o el dolor de los enfermos pobresynegrosyafricanos desmenuzan los avatares que impone el sida y la frustración que surge ante la imposibilidad de atenderse. “¿Qué razón existe para hacerse la prueba del sida si no pueden recibirse los cuidados necesarios, en el caso de que el análisis dé positivo?”, pregunta en uno de los apéndices Anders Wijkman.
Esa pregunta me recuerda un enfado que no me abandona: ¿debería ser prioritario, durante la elaboración de protocolos de investigación, agregar adendas que aseguren que los frutos del conocimiento se compartirán con quienes más lo necesitan? Y esta última cuestión me regresa a otro brete: buena parte, si no es que la mayoría de las investigaciones farmacéuticas, se realizan en personas pobres que viven en países pobres.
Menkell no requiere aparatos de rayos X ni sofisticados estudios epidemiológicos, como los que hacen en África muchas universidades estadunidenses, para saber las razones por las cuales la epidemia se disemina. El diagnóstico nace de sus vivencias y de sus diálogos con los afectados. Del diagnóstico emerge la necesidad de construir un instrumento que impida que los decesos sean parte del olvido y fragmentos del sinsentido de las muertes a destiempo, de las muertes de adultos jóvenes que bien pudieron, en su mayoría, haberse evitado.
Azorado por la catástrofe que se vive en África a raíz del sida, Mankell propone humanizar la muerte, restañar un poco las heridas de los familiares e impedir que la muerte sea sinónimo de olvido. Su idea nace de su vocación humanista –pasa muchos meses cada año en Mozambique, donde dirige el teatro nacional Avenida de Maputo– y de su amor por las palabras y por la escucha. Sus quehaceres encuentran eco en la voz de Christine, maestra y escritora de “libros de recuerdos”: “Aprender a leer y a escribir es aprender a sobrevivir”.
Para conciliar su humanismo, que con frecuencia es indignación, y el poder de las palabras como antídoto contra el oprobio y la desmemoria, Mankell propone crear una serie de “libros de recuerdos”. En ellos, quienes perecerán podrán dejar una nota, un recuerdo, una semblanza, una mariposa insertada en las páginas para que sus hijos cuenten con un testimonio y un recuerdo de sus progenitores. No sobra subrayar que muchos enfermos de sida en África fallecen muy jóvenes. La ignorancia no sólo es responsabilidad de los pobres, sino de algunos gobiernos de ese continente que siguen negando que el virus de la inmunodeficiencia humana es el responsable de la pandemia.
Esos lastres se complican por muchos factores. Mankell al hablar sobre violaciones, no sólo a adultas y adolescentes, lo explica bien: “… desde 2001, en ciertas zonas del país, ha aumentado el número de violaciones de niños, incluso bajo una de sus formas más execrables: la violación de bebés. Se debe a la extendida creencia, fruto de la impotencia, de que es posible curarse del sida teniendo relaciones sexuales con una persona virgen”.
“¿Cuándo muere uno demasiado pronto?”, sintetiza un “libro de recuerdos”. La pregunta es demoledora. La respuesta es obvia: cuando un progenitor, con mayor frecuencia la madre, deja a sus hijos demasiado pequeños para confrontar el mundo. Dentro de una miríada de encuentros el autor resalta la historia de Aída, una niña cuya madre padecía sida y que decide plantar un árbol de mango para mitigar su sufrimiento. El árbol y sus frutos representan retazos de vida y pedazos de esperanza para atenuar el dolor y la vesania de la muerte.
Para Mankell las causas por las cuáles no se detiene la pandemia son evidentes: injusticia, miseria, desinformación y viejas costumbres sexuales. El autor de Moriré, pero mi memoria sobrevivirá se apoya en la bitácora de su famoso inspector Wallander para denunciar, por medio de relatos, la desastrosa realidad del sida en África. Escribe Moses: “El país de la muerte es una tierra sin sol, es así y todos tenemos que visitarlo antes de haber vivido lo suficiente… Ahora que yo también padezco la enfermedad busco cada día nuevos síntomas”.
Aunque se aleje de la razón, de la cultura, de la ciencia y de las buenas costumbres y conciencias occidentales, sería inadecuado soslayar, “demasiado”, a los africanos que sostienen que el virus del sida es un instrumento creado en Occidente para cometer un genocidio contra la población pobre de África. Si bien decir genocidio es exagerado, decir negligencia, irresponsabilidad, desafecto, egoísmo y descuido no lo es. Sumar las condiciones enlistadas y preguntar si resultan en algo similar a un genocidio es obligatorio.
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