Denise MaerkerAtando cabos27 de abril de 2009
Supongo que es inevitable pero no ayuda en nada que en un momento tan tenso y grave como el que vivimos se multipliquen los rumores y las elucubraciones más descabelladas. “El virus fue creado en un laboratorio en la universidad de Ohio por una agrupación de estudiantes americanos y alemanes dedicada a la creación de virus transgénicos”, dice un mensaje que circula en la red. Ante este tipo de mensajes no hay nada que hacer. Pero hay otros que sí se pueden atajar. “¿Hay o no medicinas, sirven o no, catarrito o catarrote?” Otro: “Dicen que las vacunas no sirven porque no hay pero al Presidente y a su familia ya les pusieron una vacuna canadiense”. Otros más hablan de cuerpos que se ocultan en los hospitales y de miles de enfermos no declarados.
Supongo que es inevitable pero no ayuda en nada que en un momento tan tenso y grave como el que vivimos se multipliquen los rumores y las elucubraciones más descabelladas. “El virus fue creado en un laboratorio en la universidad de Ohio por una agrupación de estudiantes americanos y alemanes dedicada a la creación de virus transgénicos”, dice un mensaje que circula en la red. Ante este tipo de mensajes no hay nada que hacer. Pero hay otros que sí se pueden atajar. “¿Hay o no medicinas, sirven o no, catarrito o catarrote?” Otro: “Dicen que las vacunas no sirven porque no hay pero al Presidente y a su familia ya les pusieron una vacuna canadiense”. Otros más hablan de cuerpos que se ocultan en los hospitales y de miles de enfermos no declarados.
Muchos de estos rumores o inquietudes parten de una suposición cierta: el gobierno no nos dice todo lo que sabe. Es obvio, sin necesidad de tener información privilegiada, que cada día el Presidente y su equipo evalúan lo que nos dicen y cómo lo dicen. Tratan de moverse en esa delgada línea que separa la información útil de la que, aun siendo cierta, sólo generaría pánico. Saberlo es inquietante. Por eso es importante preguntarnos qué es lo qué no nos han dicho y qué es muy importante saber. En primer lugar, y todos los especialistas coinciden, debemos saber cual es la tasa de letalidad. Es decir, de cada 1000 infectados ¿cuántos mueren? Ni siquiera a los médicos les han dado esa información. No es lo mismo saber que 6 de cada 1000 mueren o que son 20 de cada mil. Es indispensable saberlo para poder juzgar lo más racionalmente posible el peligro que enfrentamos. Habrá que exigirles ese dato.
Hay otras medidas que serían deseables y contribuirían a atenuar la incertidumbre. Una, que el gobierno informe varias veces al día, como lo ha estado haciendo, pero con horario fijo, para que todos podamos esperar el último parte de la epidemia. Dos, que cada parte informativo del gobierno incluya sistemáticamente la siguiente información: número total de muertos confirmados por la influenza, nuevas defunciones confirmadas en las últimas 24 horas, total de enfermos diagnosticados, nuevos enfermos diagnosticados, número de ingresos hospitalarios en revisión o a la espera de confirmación.
Tres, es indispensable que nos aclaren, a partir del conocimiento médico disponible: ¿sirven o no las vacunas? Si hay una posibilidad de que funcionen, ¿el gobierno ya las pidió a otros países y cuándo se espera que lleguen? ¿Cuál es el periodo de incubación?
Sólo la información puede detener los rumores.
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