domingo, 14 de agosto de 2011

Hay narcoviolencia en la tarahumara

LAS MUJERES SE DUELEN POR MUERTE DE SUS COMPAÑEROS

De tiempo atrás, además de la miseria que asuela a su población, la sierra de Chihuahua se ha contagiado de la violencia que azota al país entero. En medio de la precariedad, los pobladores de la región, cada día más divididos, solos y lastimados, sobreviven a salto de mata en espera de que las autoridades los ayuden

 domingo, 14 de agosto de 2011


MARCELA TURATI


SIERRA TARAHUMARA, CHIH.- Recargada en la estufa de su cocina de rancho, la señora se tapa la cara para que no la vean llorar. Su hija embarazada estalla en lágrimas. La vecina que las acompaña se impone a su propia tristeza y continúa el relato entrecortado sobre lo ocurrido en esa casa tres meses antes, la noche que entraron siete, ocho hombres armados que dijeron ser policías, balearon al padre de familia, lo arrastraron al pórtico y se lo llevaron.

No saben si está vivo o muerto. No volvieron a verlo…

"Quedamos todos asustados porque lo atacaron aquí adentro. Acá estaba él tirado, lo sacaron afuera, creemos que muerto porque el piso quedó todo con sangre; allá lo esperaban otros", dice la viuda, madre de tres menores.

—¿Ve esos agujeros? —agrega, al tiempo que señala hacia un rincón entre la estufa y la ventana—; son de los balazos que dispararon. Apenas tapé los hoyos con cemento porque ya no podía verlos: era mucho sufrimiento.

La noche en que se llevaron a su esposo nadie durmió en ese caserío rural con valles arbolados y un río dignos de postal: los falsos policías, en su orgía de sangre, arrancaron de sus casas a otros dos hombres. Su último rastro fueron las piedras de río ensangrentadas.

La vecina continúa los tramos de conversación cuando la primera se traba. Aunque también aparenta 30 años es más dura porque ya pasó por el mismo ritual de sangre, en ese mismo pueblo de 90 hogares, un año antes, cuando un comando de 30 hombres se llevó a seis parientes suyos. Pero —"por suerte", si es que aquí cabe la suerte— sus cadáveres descompuestos fueron localizados días después al pie de la carretera.

Este pueblo del municipio de Guerrero —de camino a la Sierra Madre Occidental en la zona de la Tarahumara— jamás ha aparecido en las noticias, aunque en los últimos tres años ha golpeado la tragedia al menos a 13 de los 91 hogares que reporta el censo de población. Todos aquí están afectados porque son parientes.

En el recorrido por esos paisajes de valles, ríos y árboles frutales la gente da referencias sobre casas donde quedan puras mujeres solas o pueblos donde el miedo instaló su feudo. Por estos rumbos la última novedad es que la presidencia seccional de Pachera está huérfana desde junio porque su titular, Jorge Olveda Veleta, fue desaparecido.

En el paraje cercano, la mujer que enfrenta la desaparición de su esposo no se acerca a la ventana que da al camino, aunque constantemente, desde lejos, observa hacia afuera como para cerciorarse de que nadie las vigila. Tiene tanto miedo que hasta en su propia casa habla en voz baja. Cuando constata que no hay peligro, dice que la culpable de tantas muertes es otra familia del pueblo, a la que acusa de haber enviado al comando de narcos para vengarse por el asesinato de un miembro ocurrido dos años antes.

PUGNAS ENTRE CÁRTELES

Cuesta trabajo creer que los homicidios en estas tierras ya no son vengados por los hijos o hermanos de los difuntos, y que ahora intervengan decenas de hombres encapuchados, en comando, armados con cuernos de chivo, que se dicen parte de "La Línea", brazo armado del cártel de Juárez, o gente de "El Chapo", del cártel de Sinaloa.

Pero las mujeres aseguran que es así: los conflictos familiares se convirtieron en pugnas entre cárteles.

"Acá ya no se puede platicar nada. Todo el tiempo estamos vigiladas, siguen aquí, están armados", dice una de ellas con frustración y resentimiento.

En la casa de adobe de la vecina, la que presuntamente es asesina, muestra el expediente de la muerte de su esposo en el que destaca un dato: recibió ocho balazos en el cerebro y en el que los testigos declararon que el homicida —un vecino conocido— activó los últimos tres cuando ya tenía público.

"Dicen que yo mandé matar a los últimos nueve que murieron en el pueblo y no es cierto. ¿Cómo, si no tengo ni para comer? Para eso se necesita dinero", expresa la mujer entre llanto. Tiene tres hijos pequeños.

A raíz de los asesinatos y levantones la gente ya no sale a la calle y, aunque son parientes, si se ven no se saludan. Los hijos de los difuntos son tratados como apestados. A ella se le nublan los ojos cuando dice que en la primaria otros niños se burlan de los suyos.

"Mi hijo está creciendo con resentimiento. No me dice nada, todo se lo guarda. La otra vez que fui a recogerlo a la escuela me dijo: ‘Oiga, mamá, ¿esa es la hija del que mató a mi papá?’. Trato de no contarles nada pero de pronto, por lo que escuchan en la escuela, me dicen: ‘Oye, mami, ¿cuántos balazos tenía mi papá en la cabeza?’", lamenta.

Otra mujer de una familia enfrentada con la de ella se queja de lo mismo: "Aquí ya no se puede decir nada, ni siquiera se puede intervenir cuando se pelean los niños. Aquí hay un niño al que, si le pegan otros en la escuela, les dice: ‘Van a ver, les voy a echar a La Línea’ y todos se quedan asustados".

—¿Y qué hacen cuando pasa eso? —se le pregunta.

—Los adultos no nos podemos meter.

La violencia en ese poblado dejó a una docena de viudas, con hijos pequeños, al frente de sus hogares y a varios padres ancianos sin sostén. Las mujeres entrevistadas, además de cuidar a los hijos, suplen al esposo en sus labores campesinas: cultivan la tierra, cuidan el ganado, se alquilan en las huertas manzaneras por temporadas o hacen los trabajos pesados por los que ellos recibían una paga.

TIERRA DE SANGRE

Las comunidades serranas tradicionalmente han sido "zonas calientes" donde las disputas históricamente se dirimen a balazos, según el ex diputado Víctor Quintana, del Frente Democrático Campesino, pero la violencia se agudiza por la mayor presencia del Estado, por la llegada de "elementos fuereños", porque hay más dinero en juego y acceso a armas.

"En las comunidades se dan nuevas formas de sociabilidad y como tienen relativamente fácil el acceso a la siembra o al transporte de enervantes, que es la vía mas ordinaria para salir de una relativa pobreza, se crean redes sociales perversas, se rompe la solidaridad, sólo se aglutinan para autoprotegerse mutuamente y para velar por intereses individuales", dice.

"De medio año hacia acá empezaron a perderse los hombres. Se pierden, se pierden y hasta ahí nomás se sabe. Antes todo era bonito: primero la población era de 300 gentes pero quedamos como 100. Muchos se han salido. Ya estamos desunidos y está muy feo para sobrevivir", dice un poblador de San Miguel Temechi, municipio de Guerrero, zona de nogales y manzanos.

En un recorrido por varios municipios serranos, Proceso recabó información sobre la nueva realidad social al platicar con pobladores, políticos, autoridades y activistas sociales. Al salir de la sierra, en el municipio de Guerrero —entre Cebollas y Seguériachi— pasó un convoy de camiones repartidores de mercancías (Bimbo, Bif, Sigma, Zaragoza, Marinela) y gas custodiado por la policía ministerial. Así repelen los asaltos, como en el viejo oeste.

Durante el recorrido, la reportera constató que pueblos donde aparentemente no ocurre nada pagaron ya su cuota de sangre o de miedo.

Uno de ellos es Jicamórachi, municipio de Uruachi, que en abril fue evacuado por sus pobladores, quienes pidieron la intervención del Ejército porque las mujeres, los ancianos y los niños estaban durmiendo en los cerros. Ellos señalaron que en dos ocasiones distintos grupos de hombres armados (los primeros uniformados como policías estatales, los segundos como militares) entraron a la comunidad, quemaron casas, buscaron a varios hombres y amenazaron con matar a todos.

QUEMAN CASAS

Según el diario local Omnia, que entró a ese pueblo localizado de camino a Sonora, seis casas fueron quemadas; 80 de las 120 familias que habitan la comunidad estaban desplazadas, mientras las clases y la atención en la clínica de salud fueron suspendidas.

Un lugareño que huyó de la zona cuenta a Proceso que el problema surgió porque uno de los líderes locales de La Línea (grupo armado del cártel de Juárez) se pasó al bando del cartel rival que comanda "El Chapo".

Una persona con familiares en Jicamórachi explica: "(Los sicarios) son mucha gente de fuera que trae carros yonkeados (chocados), sin placas. No falta quién se les una porque ofrecen trabajo y a los chavalos les gusta porque de ser cultivadores de frijol se convierten en ídolos. La gente no quiere a estas gentes, pero recurre a ellas porque actúan como ley, ponen orden y hacen justicia.

"Tienen a la población atemorizada. Desde que te acercas hay gente con armas largas en el cerro vigilándote. Te paran si no conocen tu mueble (camioneta), revisan quién eres. Ha habido eventos muy traumáticos que aterran a todos, como el asesinado del maestro Tony, que lo aventaron en un basurero y le arrancaron el rostro, lo que dolió a todos. Ahí nunca duermes porque sabes que te puede caer una bala perdida; o duermes en el monte para ver de lejos o escuchar si alguien viene, sobre todo si hay fiestas o si sienten que va a haber ‘un evento’. Por eso todos hablan en voz baja en sus casas".

En cuanto el Ejército restauró la tranquilidad en el poblado, el conflicto se desplazó a pueblos cercanos como Betórachi, Cajurichi y Memelechi, del municipio de Ocampo.

Durante el recorrido por esa ruta, un vecino advierte a Proceso: "No sigan adelante: ya está todo tomado. Aquí, en las noches, es campo de batalla. Está horrible. Apenas se llevaron a un señor y a sus dos hijos, los torturaron, los dejaron trozados, los trataron peor que animales. Si los van a matar, bueno, pero ¿tanta crueldad, por qué? Está horrible".

La gente se sentía aterrada porque una semana antes habían encontrado el cadáver mutilado de un repartidor de leche Zaragoza, a quien consideraban una persona neutral. Aunque algunos pobladores señalan que quizá "en algo andaba metido".

"Ya se meten con gente inocente, la gente se está yendo. A los chavalos de aquí se los llevan, no sabemos si los traen trabajando o los matan. Uno de los grupos los engancha, les ofrece algo, el otro los lleva por la fuerza, pero los dos los matan si los ven trabajando con los contrarios. Como son puro de fuera, ya no reconocen ni respetan", relata uno de los lugareños.

‘TA’ MUY FEO’

Los choferes de camiones repartidores consultados en San Juanito, municipio de Bocoyna, aseguran que han suspendido rutas de distribución y en otras contratan policías ministeriales para que los escolten con sus patrullas.

"Ta’ muy feo. Por eso pedimos a los de la ministerial que nos escolten, así tenemos cierto blindaje trasladándonos todos juntos. En El Nogal asaltaron a uno de los de los cigarros y hasta la mano le volaron. Ahí apenitas asaltaron a los de Gamesa y Sabritas. Y no crea que está lejos; está a 15 kilómetros. De San Juanito ya se retiró Carta Blanca, luego de sufrir tres asaltos o más y un comando les sacó la caja fuerte; Bimbo y Marinela ya no van a Témoris, Bahuichivo, Cerocahui y Cuiteco. Los de Bimbo son los más asaltados: les ha tocado en El Cajón (antes de las Barrancas), en El Nogal, Los Topes, Témoris, Cerocahui, Moris y Yécora. Ahorita, a causa de lo que pasó a la gente de Zaragoza, muchos se van a retirar del rumbo hacia Ocampo", asegura el conductor de una compañía refresquera.

El 25 de julio el periódico La Jornada publicó que los asustados pobladores de los municipios de Maguarichi y Uriachi, colindantes con Sonora, han visto "bajar avionetas llenas de hombres armados del cártel de Sinaloa que se apoderaron de caminos y brechas, aparentemente para custodiar una nueva ruta para sacar cargamentos de mariguana y amapola producidos en la Alta y Baja Tarahumara".

Además, los moradores de Maguarichi, Guazapares, Batopilas y Uruachi han visto largas caravanas de vehículos de doble rodada por las accidentadas rutas de la montaña. Menciona también la entrada de grupos grandes de hombres a cabeceras municipales como Guachochi, Guadalupe y Calvo, Moris y Uruachi, cercanas a Sinaloa, por lo que los serranos temen que pronto se desate la violencia por el control del territorio.

El último día de junio en La Mesa de La Simona, límites con Sonora, un convoy de 30 soldados y policías fue emboscado por un numeroso grupo armado que lo recibió a balazos y bloqueó su camino con árboles y camionetas. Los oficiales tuvieron que refugiarse en un cañón y esperar refuerzos, informó El Heraldo. Los delincuentes tenían instalado en ese lugar un campamento con 60 casas provisionales y medio centenar de vehículos. (APRO)


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