sábado, 9 de mayo de 2009

Un léxico de la desilusión

Naomi Klein*


No todo marcha bien en la tierra de fans de Barack Obama. No queda claro exactamente a qué se debe el cambio de humor. Quizá sea el rancio olor que emana el último rescate bancario realizado por el Tesoro. O la noticia de que el principal consejero económico del presidente estadunidense, Larry Summers, ganó millones de dólares de los bancos y los fondos de cobertura que ahora protege de la re-regulación. O quizá comenzó antes, con el silencio de Obama durante el ataque de Israel a la franja de Gaza.

Lo que sea que haya sido la gota que derramó el vaso, un creciente número de entusiastas de Obama comienza a pensar en la posibilidad de que su hombre no va a salvar al mundo con el solo hecho de que todos nosotros estemos muy esperanzados.

Está bien. Si la cultura de superfans que llevó a Obama al poder se va a transformar en un movimiento político independiente, uno lo suficientemente fuerte como para presentar programas capaces de afrontar las crisis actuales, todos vamos a tener que dejar de tener esperanza y comenzar a demandar.

Sin embargo, la primera etapa consiste en comprender cabalmente el incómodo lugar intermedio en el que están muchos movimientos progresistas estadunidenses. Para hacerlo, necesitamos un nuevo lenguaje, uno específico para el momento Obama. He aquí un comienzo.

La cruda después de la esperanza [hopeover. Juego de palabras: hangover es una cruda. N de la T]. Así como una cruda, se trata de una sensación que proviene de haberse excedido en algo que se sentía bien en ese momento, pero que en realidad no era tan saludable, lo cual origina sentimientos de culpa, y hasta de vergüenza. Es el equivalente político de un bajón después de un prendón de azúcar. Ejemplo: “Cuando escuché el discurso económico de Obama, mi corazón se emocionó. Pero luego, cuando intenté explicarle a un amigo sus planes respecto a los millones de despidos y ejecuciones hipotecarias, descubrí que no tenía nada que decir. Tengo un serio sentimiento de cruda después de la esperanza.”

La montaña rusa de la esperanza. Como ocurre en una montaña rusa, describe las intensas subidas y bajadas emocionales de la era de Obama, el viraje de la alegría de tener un presidente que apoya la educación sexual al abatimiento porque el seguro médico universal no está en la agenda justo ahora que podría volverse una realidad. Ejemplo: “Estaba tan emocionada cuando Obama dijo que cerrará Guantánamo. Pero ahora luchan como locos para asegurarse de que los prisioneros en Bagram no tengan derechos legales de ninguna clase. Detiene esta montaña rusa, ¡me quiero bajar!”

Extrañar la esperanza [hopesick. Juego de palabras, homesick significa extrañar el hogar, la gente cercana, el país. N de la T]. Así como quienes extrañan el hogar, los individuos que extrañan la esperanza tienen una intensa nostalgia. Extrañan el adrenalinazo de optimismo de la campaña electoral y eternamente intentan revivir esa cálida sensación de esperanza, por lo general mediante exagerar la importancia de actos decentes, pero relativamente menores, de Obama. Ejemplo: “Con el tema de la escalada en Afganistán, realmente extrañaba la esperanza; pero vi un video en YouTube de Michelle en su jardín orgánico y de nuevo me sentí como el día de la toma de posesión. Unas horas más tarde, cuando escuché que la administración de Obama estaba boicoteando una importante conferencia sobre racismo convocada por Naciones Unidas, me pegó muy duro la sensación de extrañar la esperanza. Así que miré fotografías de Michelle llevando ropa elaborada por diseñadores de moda independientes, étnicamente diversos, y eso como que ayudó”.

Adicto a la esperanza. Conforme baja el nivel de esperanza, el adicto a la esperanza, como el adicto a las drogas, entra en un severo síndrome de abstinencia, y hará lo que sea por perseguir el prendón. (Parecido a “extrañar la esperanza”, pero más fuerte, normalmente afecta a los hombres de mediana edad.) Ejemplo en una frase: “Joe me dijo que cree que Obama metió a Summers a propósito, para que el rescate fracasara, y luego tendría la excusa que necesita para hacer lo que de verdad quiere: nacionalizar los bancos y convertirlos en uniones de crédito. ¡Qué adicto a la esperanza!”

Esperanza-rota. Como amante con el corazón roto, el obamista que tiene la esperanza rota, no está enfurecido sino terriblemente triste. Proyectó poderes mesiánicos en Obama y ahora está inconsolable en su desilusión. Ejemplo: “De verdad creía que Obama finalmente nos obligaría a confrontar el legado de la esclavitud en este país e iniciaría una seria conversación nacional sobre la raza. Pero ahora nunca menciona la raza, y usa torcidos argumentos legales para evitar que ni siquiera enfrentemos los crímenes de los años de gobierno de Bush. Cada vez que lo oigo decir ‘vayamos hacia delante’, me vuelve a romper la esperanza”.

Esperanza que se revierte. Como un contragolpe, la esperanza que se revierte es un giro de 180 grados en reversa, con respecto a todo lo relacionado con Obama. Quienes lo sufren, alguna vez fueron los más apasionados evangelistas de Obama. Ahora son sus críticos más enfurecidos. Ejemplo: “Al menos, con Bush todos sabíamos que era un imbécil. Ahora tenemos las mismas guerras, las mismas prisiones sin ley, la misma corrupción en Washington, pero todos echan porras como si fueran esposas de Stepford [En Stepford wives, novela y luego películas, las mujeres son sumisas, como robots, conformistas y aceptan cualquier abuso. N de la T]. Es hora de un contragolpe de la esperanza a todo lo que da”.

Mientras intentaba ponerle nombre a estas enfermedades relacionadas con la esperanza, me pregunté qué hubiera dicho el finado Studs Terkel acerca de nuestra colectiva cruda después de la esperanza. Seguramente hubiera insistido que no cediéramos ante la desesperanza. Acudí a uno de sus últimos libros, La esperanza muere al último. No tuve que leer mucho. El libro comienza con las palabras: “La esperanza nunca gotea, nunca va de arriba hacia abajo. Siempre brota de abajo hacia arriba”.

Y eso lo dice todo. La esperanza era un buen lema mientras se apoyaba a un candidato presidencial que tenía remotas posibilidades de ganar. Pero como postura frente al presidente de la nación más poderosa del mundo, es peligrosamente deferente. La tarea, mientras vamos hacia delante (como le gusta decir a Obama), es no abandonar la esperanza, sino encontrarle hogares más apropiados, en las fábricas, los vecindarios y las escuelas, donde tácticas como las tomas y las ocupaciones resurgen.

El politólogo Sam Gindin escribió recientemente que el movimiento laboral puede hacer más que sólo proteger el status quo. Puede demandar, por ejemplo, que las plantas automotrices que están cerradas sean convertidas en plantas verdes, capaces de producir vehículos de transporte masivo y tecnología para un sistema de energía renovable. “Ser realista significa sacar la esperanza de los discursos”, escribió, “y ponerla en manos de los trabajadores”.

Lo cual me lleva a la última anotación en el léxico: Raíces de la esperanza [hoperoots. Juego de palabras con grassroots, “de base”, como en “organización de base” o “activismo de base”. N de la T]. Ejemplo: “Es hora de dejar de esperar que la esperanza sea ofrecida desde arriba, y empezar a empujarla hacia arriba, desde las raíces de la esperanza”.

* Es autora de La doctrina del shock.

© 2009 Naomi Klein

Traducción: Tania Molina Ramírez
http://naomiklein.org

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