Herman Bellinghausen
Tal vez la política siempre ha sido un asco, y somos nosotros quienes la idealizamos, buscamos con afán líderes, especialistas en algo, funcionarios que sean servidores y honestos, por lo menos. De preferencia, si tienen ideas compatibles con las nuestras, o interesantes. Rara vez ocurre. Y luego la ansiedad de que se corrompan, se cansen, nos traicionen.
Son ganas de sufrir. Y viendo ahora el espectáculo nada edificante del hacer de los políticos y la política podemos concluir no sólo que esto es una mierda, sino que esa gente se la pasa robándonos la atención (“son” las noticias), y lo que es peor, el país. Después de los noticiarios nos vamos a dormir con los políticos, y por la mañana los desayunamos en el periódico y la radio, para saber de ellos con un detalle que la verdad no merecen. El resto del día los padecemos.
Su nicho, hoy monopólico, son los partidos, unidos en una cofradía que les deja jugosos dividendos en nuestras narices, con un dinero que además es nuestro, no de ellos. La cofradía se pone rijosa en tiempos electorales, por mera gesticulación. Su complicidad se materializa en el Congreso, el Instituto Federal Electoral, los distintos “niveles” del gobierno y en sinúmero de empresas afines: constructoras, bancos, holdings de comunicación, telecomunicación y entretenimiento, y en ocasiones cárteles de droga o armamento. Mueven entre sí miles de millones de pesos, en un país de considerables desigualdad y miseria.
Nos han acostumbrado a que cuando la política no es propaganda, es escándalo. De un tiempo para acá, el escándalo ocupa el centro de la política. Lo más escandaloso es la impunidad. No importa cuán grave sea el delito o la canallada cometida por los políticos balconeados en turno, ni qué tan demostrado esté, ellos no pierden nada, y reputación no tienen. Impermeables a la justicia. Y escuchando sus discursos, impermeables a la verdad.
Pero nos piden que votemos por ellos. Que los sigamos justificando. Que creamos en sus promesas, así como en el recuento de sus logros. La trampa es perfecta: orillarnos al abstencionismo también les conviene, como quiera ganan. Un supernegocio el suyo; con razón tanta gente se desvive y se desnuda para entrarle. Jóvenes abogados, ingenieros, periodistas, contadores, no han acabado la carrera y ya hacen pininos de ambición y se conectan a conveniencia.
Hay los partidos “grandes”, los que gobiernan. Y los ”chicos”, que suelen aliarse con alguno de los primeros; son regionales, testimoniales o bromas de mal gusto de la clase dominante, como el llamado Panal, donde los que se arriman reciben algo de la miel de la espantosa abeja reina. Otro es el llamado Verde Ecologista, empresa de origen familiar (y que establece redes familiares, más como la mafia que como una organización política), de carácter especulador y aventurero.
Se alía con cualquier partido, aunque su corazón es priísta hasta las últimas consecuencias. Y se promueve, no con propuestas ambientales, como su nombre sugeriría, sino ofertando atentar contra la ley. Si no fueran profesionales, uno pensaría que lo hacen por ignorantes. Sólo buscan llamar la atención, se dirá: ya con eso están revelando su calaña.
No sé si da risa u horror su promoción de la pena de muerte “para los secuestradores”, mediante trampas telefónicas masivas y publicidad sin contenido, que frivolamente medra con el miedo. Ya los partidos verdes del mundo, horrorizados, reprobaron a su homólogo mexicano, y eso que tampoco ellos son perita en dulce.
Otras de sus “propuestas”, que amenazan la legalidad vigente (y los logros de nuestra historia), se refieren a la educación y la salud: si el gobierno no te da educación (o atención médica), “que te la pague”, dicen, muy gallitos. O sea, nada de obligatoriedad ni derechos. Que te dé dinero el gobierno para entregarlo a las escuelas y clínicas privadas, a las cadenas farmacéuticas. (Todas, giros del interés de las familias “verdes”). Como nuevas tiendas de raya.
En una divertida digresión doméstica sobre una rata en el excusado (Fúchila, La Jornada Semanal, 17 de mayo), Verónica Murguía concluye sorpresivamente que el Partido Verde Ecologista de México le da más asco que la rata en su excusado. Coincido con ella.
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