Teresa del Conde
James Joyce inició su obra hipervanguardista el mismo año que vio la luz Ulysses (1922). En sucesivos fragmentos empezó a aparecer desde 1924 y hay un archivo dedicado sólo a su tecnogénesis. Hace 70 años dos días, el libro vio la luz pública. El autor murió en Zurich el 13 de enero de 1941, a los 59 años, de una úlcera perforada, mal cuidada y peor diagnosticada. La guerra impidió lo único que a esas alturas le importaba: lograr que su hija Lucía, recluida en un hospital siquiátrico en la Francia ocupada, pudiera estar cerca en una clínica cercana a Lausana. Sus incansables gestiones, que le tomaron casi dos años, se frustraron.
Harold Bloom, cuyo apellido es homónimo al del protagonista de Ulysses (Leopold Bloom, apodado Poldy), exalta Finnegans Wake. Afirma que trasciende todas las demás obras de Joyce, pero a la vez se contradice, pues a lo largo de medio siglo de frecuentarla, admite “que no está ni estará al alcance ni siquiera del lector más exigente” (como él). En cambio, Ulysses “es un placer difícil, pero alcanzable” aunque sólo para lectores con algunas cuotas de inteligencia y buena voluntad. Yo diría que sobre todo de tenacidad. Al cabo de algunos intentos, uno lee Ulysses. En un escrito posterior a su tratado simbolista, Axel Castle, Edmund Wilson comenta que la idea de las combinaciones temáticas y lingüísticas es feliz y humorística, pero que el efecto de las interpolaciones llega a ser mecánico y aburrido. Éstos y otros especialistas, entre los que destaco a Salvador Elizondo, consideran que Wake es un reworking de la lengua inglesa. En el larguísimo recuento con más de 140 notas e impresionante bibliografía que proporciona cierto trabajo enciclopédico, no se menciona ningún autor iberoamericano y por eso insisto en Salvador Elizondo, quien logró traducir y anotar el primer capítulo, mismo que gracias a Paulina Lavista pude leer (lo que no equivale a entender). Por su parte Juan García Ponce expresó que es “absolutamente musical e incomprensible”. He aquí la razón por la que quizá fue el libro preferido de John Lennon. Posiblemente Guillermo Cabrera Infante, quien tradujo Dublineses, pudo proporcionar otros acercamientos en nuestro idioma, pero, prudentemente, no lo hizo.
Aunque aficionada a Joyce, nunca he podido leer Wake, ni lo haré; sólo he intentado descifrar unas cuantas frases o vocablos, jugando a crucigrama, pues las palabras suelen obedecer a composición políglota o se integran a partir de iniciales, o bien guardan significados simbólicos insertos en innumerables tradiciones, no sólo la celta y la bíblica. Por ejemplo: uno de los términos aludidos es Mamalujo, que corresponde a sílabas iniciales de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Johann (eso nos dice Richard Ellmann). Se intuye que ellos observan el sueño de H C E, toda vez que, así como Ulysses abarca los discursos de las horas del día, Wake ocupa los de la noche, mediante tramas oníricas y ocurrencias semiautomáticas en estado de duermevela. Se sabe que es una obra documentada obsesivamente por lustros.
El arranque es interesante. El soñador: H C E: (Humphrey Chimpdon Earwicker), es rencarnación de Finnegan, pero Joyce da a entender que puede corresponder a la frase Here Comes Everybody, lo que significaría que Earwicker es intemporal. Al separar las silabas, yo reparo en que el apellido corresponde a “orejas de mimbre” por las que se filtran palabras, a menos que pensemos que wicker (mimbre) fonéticamente se asocia a wicked (maldoso, travieso, torcido, si no es que tramposo).
Intrigan la correspondencia y los diálogos que Lucia Joyce (diagnosticada de esquizofrenia hasta por Jung) mantuvo con su padre en el curso de la creación de este libro. Eso es lo que me interesa y quizá vuelva a ello en otra ocasión.
Como digo, se abre el libro en cualquier página , y se intenta descifrar palabras o frases, comenzando por el título.
Wake tiene dos significados, pues como verbo equivale a “despertar” (To wake up), pero como sustantivo significa “velatorio”. Joyce, quien poseía hermosa voz de tenor, dio a su libro el título de una balada chocarrera surgida en Irlanda a mediados del siglo XIX. El cadáver del albañil Tim Finnegan resucita al ser rociado con whisky, y la water of life lo mató al caer desde lo alto.
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