lunes, 11 de mayo de 2009

Ahumada: las razones

Bernardo Bátiz V.

La intencionalidad es lo que caracteriza a los actos humanos y los distingue de los hechos de la naturaleza. Carlos Ahumada Kurtz finalmente publica un libro del que viene hablando hace varios años, el cual ha usado como amenaza abierta que como moneda de cambio con sus protectores, que a fin de cuentas lo desampararon. Las intenciones de esta publicación las iremos entendiendo en los próximos días o quizá en los próximos años.

Cuando se tramó el complot, descubierto y denunciado oportunamente y hoy plenamente confirmado con las confesiones del autor del libro, coincidieron las intenciones de dos personajes con motivaciones diferentes, pero que compartieron un fin: perjudicar y desestabilizar al Gobierno del Distrito Federal. Ambos querían lo mismo, pero uno se movía por el deseo de venganza y el rencor, y el otro por salvarse de la persecución de la justicia.

Para el arrogante y pagado de sí Diego Fernández de Cevallos, era la oportunidad de vengar una afrenta que no ha podido olvidar; “es usted un farsante”, “un farsante”, le dijo Andrés Manuel López Obrador y se lo reiteró a pregunta expresa, cara a cara y a corta distancia, frente a las cámaras de un canal de televisión y por tanto ante una amplia audiencia.

Para el ego de Diego, siempre presumido, siempre valentón, que alguien le endilgara rotunda y claramente un adjetivo tan definitorio, fue algo intolerable. Lo aguantó de momento y tan sólo farfulló una débil respuesta, pero nunca olvidó; ahora dice que tiene cosas mejores de que ocuparse, seguramente en sus negocios, pero lo cierto es que en cuanto pudo oteó el momento de la venganza y lo aprovechó cuando se encontró con la situación propicia y con su copartícipe.

En cuanto a Ahumada, que resulta ahora escritor, hay que decir que se encuentra prófugo de la justicia mexicana, la cual debe reclamar su extradición de Argentina, porque aquí tiene pendiente una sentencia que cumplir, pues a pesar de todo el apoyo federal que recibió, no pudo evitar en última instancia una sentencia condenatoria, que buenos jueces y buenos magistrados que se respetan confirmaron en su momento.

La historia, en el fondo, es sencilla: la entonces contralora del Distrito Federal, Bertha Luján, en cumplimiento de su deber presentó ante la procuraduría capitalina información con la que se abrió una averiguación previa sobre un posible fraude en contra del patrimonio de la delegación Gustavo A. Madero. Se trataba de pagos por poco más de 30 millones de pesos por obras que no se había hecho, pero sí cobrado.

La indagatoria se desarrolló conforme a la ley sobre las empresas fantasmas que recibieron los cheques en forma indebida, se pudo detener a uno o dos de los cómplices, y en la procuraduría estábamos ya pisando los talones del principal dueño de otra empresa a cuya cuenta de banco fluían finalmente los dineros mal habidos.

Cuando Ahumada se percató de que la justicia estaba a punto de alcanzarlo, atemorizado, aterrorizado sacó los videos que con total falta de ética grabó a quienes confiaban en él, y los puso en manos de los enemigos políticos de AMLO; pensó, y así se lo ofrecieron, que lo iban a proteger y a pagar con largueza, pero no fue así.

Los dos personajes, el que quería vengarse y el que estaba asustado, llevaron las cosas al extremo que todos conocemos; en lugar de presentar los videos a las autoridades para que determinaran si había algún delito que perseguir, Carlos Salinas y los demás que participaron, según Ahumada confiesa en su libro, escogieron el camino del escándalo mediático, que tanto daño hizo a todos y, bien pensadas las cosas, al país.

Quedó claro desde entonces, y lo reitero, que la difusión de los videos fue la respuesta de quien estaba siendo investigado para tratar de dañar a quienes había descubierto su fechoría, no a la inversa. Se ha dicho que su consignación y juicio fueron en venganza por los videos, lo cierto es que cuando éstos se hicieron públicos la averiguación estaba muy avanzada y sus cómplices ya habían sido detenidos.

El apoyo que le dieron inicialmente todos los personajes que ahora descubre y exhibe en su libro están recibiendo una sopa de su propio chocolate, entonces lo usaron para poner en aprietos a su rival político, después quisieron cumplir su compromiso de salvarlo del proceso en su contra, pero no lo consiguieron, y ahora toma venganza.

Recordar el encuentro de los dos personajes que ejecutaron el complot, aunque no los que tomaron la decisión de perpetrarlo, me hizo recordar un viejo dicho que se usaba cuando dos pillos se ponían de acuerdo para alguna maldad: “ahora sí –se decía– se juntaron Palomita y Juan de amor”.

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