sábado, 22 de octubre de 2011

Kadafi creía que era de los buenos

Robert Fisk

Lo amamos. Luego lo odiamos. Luego lo volvimos a amar. Blair babeó por él. Luego volvimos a odiarlo. Luego la Clinton babeó en su Blackberry y lo odiamos una vez más. Roguemos que no haya sido asesinado. Murió por heridas sufridas durante su captura.” ¿Qué quisieron decir con eso?

El coronel era una demente combinación de Don Corleone y el Pato Donald –lo único verdadero que dijo Tom Friedman sobre Saddam Hussein–, y los que teníamos que observar sus ridículos desfiles y discursos nos mordíamos los labios y escribíamos acerca de tanques, marines y misiles libios a los que supuestamente se debía tomar en serio. Sus hombres rana marchaban haciendo restallar sus aletas bajo el calor en la Plaza Verde y teníamos que hacer como si esa estupidez fuera una amenaza real contra Israel, como Blair se esforzaba por convencernos (no sin éxito) de que los deplorables intentos de Kadafi por crear “armas de destrucción masiva” habían sido cancelados. Eso, en un país donde no se podía reparar un baño público.

En fin, el caso es que ya se fue el coronel que alguna vez fue amado por la Oficina del Exterior (tras el golpe contra el rey Idris); después protegido como “un par de manos seguras”, más tarde detestado porque envió armas al ERI, luego amado y así sucesivamente. ¿Se le puede culpar por creer que era de los buenos?

¿Y pereció de ese modo? ¿Abatido cuando trataba de resistir? Si vivimos con la muerte de Ceausescu (y la de su esposa), ¿por qué no con la de Kadafi? Además, la esposa de Kadafi está a salvo. ¿Por qué no había de morir así el dictador? Interesante pregunta. ¿O fue natural morir a manos de sus enemigos, un final honorable para un hombre malo? Me pregunto. Occidente vería con alivio que no hubiera juicios ni discursos interminables del Gran Líder, ni defensas de su régimen. Cero juicios significa cero relatos de rendición, tortura y mutilación de genitales.

Entonces, no recordemos las adulaciones a Kadafi. Hace más de 30 años fui a Trípoli y me reuní con el hombre del ERI que envió el explosivo Semtex a Irlanda y protegió a los ciudadanos irlandeses en Libia, y los libios estaban muy contentos de que me reuniera con ellos. ¿Y por qué no? Era un periodo en el que Kadafi era el líder del tercer mundo. Nos acostumbramos a los modos de su régimen, a su crueldad. Contribuimos a ella, hasta que se volvió “normal”. Por tanto, era importante concluir la documentación de las crueldades cometidas por nuestra cuenta.
En realidad, sería bueno que se pusiera fin a toda evidencia jurídica de tortura por el régimen de Kadafi por cuenta del gobierno británico, ¿o no? La mujer británica que sabía todo de esas torturas –cuyo nombre no se ha revelado, pero yo lo conozco, así que procuren que no vuelva a portarse mal– ¿estará a salvo de persecuciones (lo que no debería ser)? ¿Y vamos a reconciliarnos con los amigotes de Kadafi ahora que ha partido?

Tal vez. Pero no olvidemos el pasado. Kadafi recordaba el repulsivo régimen italiano en Libia, cuando todo libio tenía que bajarse a caminar por la cuneta si se cruzaba con un italiano, cuando a los héroes libios los colgaban en público y la libertad de Libia se consideraba “terrorismo”. Los barones del petróleo y los chicos y chicas del FMI no van a recibir mejor trato con la misma esclavitud. Los libios son inteligentes. Kadafi lo sabía, aunque, fatalmente para él, creía que él lo era más. La idea de que ese pueblo tribal se “globalizará” de la noche a la mañana y se volverá diferente es ridícula.

Kadafi era uno de esos potentados árabes a quienes les queda el apodo de “locos”, pero que hablan con cierta cordura. No creía en “Palestina” porque pensaba que los israelíes habían robado demasiada tierra árabe (tenía razón), y en realidad no creía en el mundo árabe: de allí sus creencias tribales. Era, en realidad, una persona muy rara.

Tendremos que esperar para averiguar cómo murió. ¿Fue asesinado? ¿Estaba “resistiendo” (conducta tribal apropiada)? No se preocupen: la Clinton estará contenta de decir que “le dieron muerte”.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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