martes, 5 de mayo de 2009

De los apestados

Pedro Miguel

Muchos de ustedes, señoritos de la escena internacional que ahora nos evitan, a nosotros los mexicanos, por apestados, llevan décadas haciendo negocios prósperos con la oligarquía de nuestro país. Innumerables empresas del primero, del segundo y hasta del tercer mundo, se han hinchado de dinero a la sombra de las privatizaciones salvajes y corruptas que arrancaron en forma descarada a partir de 1988 –y de lo que las acompañó: congelación salarial; aniquilación de sindicatos, ejidos, comunidades, barrios y todo lo que oliera a tejido social; enriquecimiento programado de cuarenta gatos en detrimento de cien millones; eliminación de instituciones, políticas y programas de bienestar social, y su remplazo por planes de limosna selectiva; desprecio y ninguneo presupuestales a la salud, la educación, el desarrollo científico y tecnológico (qué bonito se ve Salinas, dos décadas después, cerrando el único centro público productor de vacunas) y la cultura; devaluación generalizada y sistemática de la población a fin de elevar la competitividad internacional de la carne humana, que ha sido vista, junto con el petróleo y las drogas, como nuestra carta fuerte de exportación; corrupción progresiva y deliberada de la vida republicana y del aparato estatal; construcción masiva y acelerada de polos turísticos, clubes de golf, marinas, centros comerciales y oficinas gubernamentales tan relucientes como inútiles, y abandono de caminos vecinales, clínicas, escuelas, conjuntos habitacionales y cementerios.

Ustedes, gobernantes, empresarios, logreros y zánganos bendecidos por el soplo de los reflectores, han pasado 20 años de entusiasmo en la feria de contratos impuesta –en provecho propio y en el de ustedes– por el grupo de poder local: han sido proveedores beneficiados; han explotado a fondo, y con resultados magníficos, la ausencia de estado de derecho que impera en México en materia laboral y de derechos sociales; han comprado bancos, han revendido minas, han lucrado con divisas y han impuesto sus reglas glotonas y miserables en las agroindustrias, los medios informativos, el comercio minorista, la publicidad, las telecomunicaciones, las empresas turísticas, el saqueo de los recursos naturales, la creación de iglesias instantáneas y la producción y venta de condones, entre muchos otros rubros.

En el afán de comerse la mayor tajada posible de algo que es un país, por más que sus sucesivas administraciones lo sigan considerando un pastel, ustedes se han hecho socios y cómplices de una oligarquía podrida y acanallada; han ayudado a legitimar fraudes electorales y han saludado de mano y hasta de beso, sin guantes ni cubrebocas, a presidentes espurios, a secretarios de currículum inventado, a gobernadores que bien podrían ser carne de presidio (pero que prodigan cuidados amorosos a la inversión extranjera), a mafiosos erigidos en dirigentes sindicales, a jerarcas religiosos encubridores de pederastas y de narcos, a delincuentes cubiertos con la seda respetable del funcionariato.

El gran negocio ha sido también de ustedes y para ustedes, los que vieron hacia otro lado ante la reaparición en México, de la mano del neoliberalismo, de enfermedades tercermundistas que habían sido ya erradicadas, ante la desnutrición, la marginación y la disminución sostenida del poder adquisitivo del salario, ante los miles de cadáveres esparcidos en el territorio nacional, de manera conjunta, por el narcotráfico y por la hipocresía infinita del “combate a las drogas”, fachada del negocio trasnacional de la prohibición. Pero, eso sí: ahora, cuando un jodido virus de nueva cepa irrumpe en un país postrado por el acatamiento a rajatabla de las recetas económicas impuestas por ustedes y causa dos decenas de muertos contagiosos, sobreviene el horror mundial, los mexicanos nos volvemos apestados súbitos, y si somos capitalinos –defeños, chilangos, el gentilicio que quieran– peor: un estornudo nuestro se constituye en prueba potencial de genocidio.

Ahora es oficial: la epidemia, mortífera o no, más virulenta o menos, es también la de ustedes. Es tan de ustedes esta emergencia sanitaria como la crisis económica en curso; tan propiedad de ustedes es el virus como esas joint ventures llamadas Salinas Inc., Zedillo Corp., Fox & Co. y Calderón SA. Alégrense, que no los hemos defraudado: la apertura comercial de mercados ancestrales, la promoción de fachadas democráticas en tierras de indios insumisos, la modernización tecnocrática, la inversión extranjera y demás coartadas de la globalidad salvaje están dando, por fin, frutos tangibles. Nos vayamos a morir o no, los apestados mexicanos les enviamos un saludo.

Ágata: un abrazo fuerte para ti y para los tuyos.

No hay comentarios: