RICARDO RAVELO
Presuntos militares han secuestrado en Piedras Negras y otros municipios de Coahuila a varias personas por las que exigen millonarios rescates. La demora o negativa a pagar se traduce en la ejecución del plagiado. Así le ocurrió a Iván Zulkin González, cuya familia sólo recuperó sus restos calcinados. Las autoridades locales se niegan a recibir las denuncias tras los levantones y sólo las aceptan cuando ya apareció el cadáver.
El 3 de abril pasado, Arturo Navarro López, coronel de infantería del Estado Mayor Presidencial, cumplía 19 días como director de la Policía Municipal de Piedras Negras, Coahuila. Había aceptado el cargo con una finalidad: terminar con el narcotráfico en la región.
Al tomar posesión lanzó varias advertencias a los policías bajo su mando: el que se relacione con el narco será dado de baja y procesado. También dijo: “Yo vengo a limpiar de narcos a esta zona, no vengo a jugar. El que no se ajuste a estas reglas se puede ir”. A los tres días renunciaron 37 policías y una semana después Navarro López fue ejecutado. Doce impactos de AR-15 terminaron con su vida y con el proyecto de erradicar el tráfico de drogas.
Tras la muerte del coronel, la ciudad de Piedras Negras comenzó a vivir una pesadilla. Familiares de personas desaparecidas exigen justicia, pero “nadie les hace caso”, dice la abogada Beverly Ritchie Ríos, quien el 28 de mayo presentó tres quejas ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) por la desaparición y muerte de Iván Zulkin González Ramos, Jesús Monreal Briones y Rodolfo Rivas Soriano.
Los tres, asegura, fueron levantados por un comando militar entre el 26 y 27 de abril de este año. Del primero sólo encontraron un montón de ceniza y huesos calcinados; de los demás nada se sabe.
Esta es la historia: Eran las 3:00 de la mañana del 26 de abril. En la casa ubicada sobre la calle Sierra de la Encantada 721, en Piedras Negras, Coahuila, la familia Hernández Rodríguez fue despertada por un golpe que casi derribó la puerta principal de la vivienda.
Se escucharon voces y los culatazos que terminaron por romper el cerrojo de la puerta. Unos 80 soldados, apoyados por agentes federales, ingresaron en tropel y comenzaron a revisar las habitaciones; revolvieron todo: televisores, mesas, sillas. Mientras algunos militares escrutaban el inmueble, otros abrían los clósets y se robaban los objetos de valor: relojes, dinero en efectivo, ropa.
“¿Dónde está José Fonseca?”, preguntaban algunos soldados y policías encapuchados con sus armas empuñadas. Ninguno de los moradores respondió. Cruzaron el patio de la casa y entraron a una recámara donde aún dormían Iván Zulkin González Ramos y su novia Dellanira Lizbeth Hernández Rodríguez.
Iván, jefe de José Fonseca en un negocio de ropa, fue sacado en vilo de la habitación y lo subieron a un vehículo, en tanto que Dellanira fue llevada a una de las tres camionetas Hummers que permanecían en la calle con el motor encendido junto con otra docena de autos. “Llévanos a la casa de José Fonseca”, le dijeron a la muchacha, quien guió a los convoyes hasta una vecindad localizada en la calle Jalisco 3015 de la colonia Central.
Al llegar a ese domicilio soldados y policías repitieron la operación: a golpes abrieron las puertas de todos los departamentos, rompieron los cristales, sacaron a las personas a la calle y realizaron los cateos sin orden judicial. Dos horas después se marcharon, dejando a Dellanira en la calle.
Ella caminó varias cuadras y avisó a sus familiares que los soldados se habían llevado a su novio Iván. Respecto a José Fonseca, había sido detenido la tarde anterior al operativo.
Las amenazas
Eva Ramos de González, madre de Iván, inició la búsqueda de su hijo: fue a las instalaciones de la PFP y le dijeron que ahí no estaba; acudió a la PGR y la respuesta fue: “Aquí no sabemos nada, vaya a preguntar al cuartel militar”. En las instalaciones del Ejército ni siquiera la recibieron.
Doña Eva comenzó a angustiarse, sobre todo porque se enteró de que otras dos personas, Rodolfo Rivas y Jesús Monreal, también fueron levantados por presuntos militares, algunos adscritos al área de inteligencia militar de Torreón, Coahuila, y otros más de la Sexta Zona Militar de Saltillo, del 14 Regimiento de Melchor Múzquiz y de la Guarnición Militar de Piedras Negras.
La madre de Iván contrató los servicios de la abogada Ritchie Ríos, quien comenzó a buscar a los tres desaparecidos. Entrevistada por Proceso, la litigante cuenta que acudió al Ministerio Público a presentar la denuncia. Las autoridades le respondieron que no eran “competentes para ese caso”.
Cuenta: “Estamos en total indefensión y con el temor de que nos asesinen a todos por denunciar los hechos”.La situación la llevó a organizar marchas y plantones. “Colocamos mantas en las que denunciamos los casos y para exhibir a las autoridades no sólo por su silencio, sino porque pensamos que protegían al Ejército”, dice.
“A esta causa se unió la sociedad, siempre nos acompañaban en las marchas y exigíamos justicia, pero la justicia por desgracia aún no llega.”
Un día después de la desaparición de Iván Zulkin, su hermano Adonis comenzó a recibir mensajes que provenían del celular de su pariente, algunos eran amenazas directas. “Todo fue una tortura, una pesadilla –afirma la entrevistada–, pues pedían 1 millón de dólares por entregar vivo (a Iván); decían que si (la familia) no pagaba lo matarían y mandarían su cuerpo en cachitos”.
Para documentar su denuncia, la abogada transcribió algunos de los mensajes enviados por los presuntos militares desde el celular de Iván a su hermano Adonis. El primero decía: “Cuánto quieren (dar) por la libertad de su Iván”, y fue recibido el 27 de abril a las 9:45 horas. Media hora después llegó otro: “Te paso (a tu hermano Iván), pero dime cuánto estás dispuesto a dar para ver si por lo menos conviene pasártelo”.
A las 4:40 de la tarde de ese mismo día, los presuntos militares enviaron un tercer mensaje, pero en tono amenazante: “Lo quieren vivo o muerto, porque creo que más vale muerto porque los vivos hablan… Dime exactamente cómo lo quieren, pon la primera cantidad”.
El 28 de abril, continuaron los mensajes. A las 10 de la mañana, Adonis leyó: “No pedimos mucho, un melón de dólares. Dime si aceptas, si no, para qué hablamos”.
Al enterarse de que los plagiarios exigían 1 millón de dólares, los familiares de Iván rompieron en llanto. Se preguntaban de dónde sacarían ese dinero. “Todos pensamos lo peor”, relata Ritchie Ríos.
Dos horas después Adonis recibió otro mensaje: “Qué pasó, compa. Se (va) hacer o qué pedo… Si no, díganlo y no hay trato”. Luego llegó otro. Decía: “El compa está bien, necesito saldo (para que el celular siga funcionando) para seguirte informando de él”. La novia de Iván depositó 150 pesos de saldo para no perder la comunicación con los presuntos militares.
La pesadilla siguió. “Lo acaban de sacar en las camionetas y ya no te puedo decir más... bye”. Más tarde llegó otro mensaje: “No diste nada –le decían a Adonis–, ya te dije dónde anda ahorita. Lo traemos en la troca, pero está bien, que ahí quede. Me hiciste perder el tiempo, no diste nada, sólo una maldita tarjeta”…
Adonis no soltaba el celular, relata la entrevistada. Los mensajes no cesaban. Pese a la tensión, las autoridades seguían negándose a recibir la denuncia.
Negociación tortuosa
En la lista de 42 mensajes hay algunos que se refieren a presuntos negocios realizados por Iván Zulkin, pero no se especifican los giros. Dicen: “Y lo que dijo su hermana que se cuide y que lo proteja su madre santa, hasta nunca… Iba hacer un negocio con un tal Flacote, una camioneta, es una prueba más, si no me das una esperanza de hacer un buen negocio, mejor ni mandes mensajes, espero una buena respuesta”.
Y el 29 de abril: “Cuánto estás dispuesto a poner ahorita, sin que pase de las tres de la tarde; yo te prometo (que) te lo entregamos, ya no quiero saber quién eres y tampoco (que) nos conozcamos, sólo quiero que lo deposites. Dime si puedes”.
La abogada Beverly Ritchie, presente durante la negociación, propuso que se pagaran 300 mil pesos. Al principio la respuesta de los presuntos militares fue: “¿Tan poco vale?” Más tarde aceptaron: “En dónde me los vas a depositar, urge para poder arreglar eso, contéstame rápido...”, le decían a Adonis.
Luego le escribieron: “Confía en nosotros, te lo vamos a dar. (Él) no quiere decir nada de su hija, piensa que le vamos hacer algo, dice que lo dejemos ir y la verdad ya le dije todo, aquí lo traemos y el jefe se enojó y hasta se está desanimando del trato. Dime a qué hora depositas (el dinero), en la noche lo soltamos….”.
La negociación siguió: “Te voy a dar un número de cuenta y ahí lo depositas, confía en nosotros, no queda de otra; es seguro”. Ante la indecisión de los familiares para pagar el rescate, el tono de los presuntos militares cambió: “Por qué no se ponen de acuerdo y luego hablamos… Por lo que veo va a valer verga su compa, después no lo lamenten”.Las amenazas aumentaron: “Fíjate bien, no estoy jugando... ahora sube la cuenta a 50 mil dólares, si quieren, y para mañana antes del mediodía, tú dices”.
Otro mensaje decía: “No hemos cortado nada, pero tú tienes la última palabra: o te lo mando por partes o completo, de hoy no pasa”. Uno más decía que matarían a Iván: “Una cosa te digo por último. Estás de acuerdo, hoy sí cumplo lo que te dije si me fallas. Hoy te lo dejo muerto”.
Y cumplieron su palabra. La noche de 14 de mayo, dice Beverly Ritchie. Cuando se encontraba en su casa sonó el teléfono y ella contestó. Eran los militares que desaparecieron a Iván. Le dijeron dónde estaba su cuerpo.
La defensora asegura que los presuntos militares “son los verdaderos responsables de la muerte de Iván Zulkin”, continuaron con su guerra de mensajes. El 30 de abril le dijeron a la familia que lo iban a cortar en pedazos y se los iban a mandar.
–¿Cómo se lo explicaron? ¿Cómo era la voz de la persona que le llamó? –pregunta el reportero a la abogada.
–Era un hombre de voz firme. Me dijo que si todavía nos interesaba saber de Iván y si sus familiares querían saber de él. Le respondí que estábamos en total angustia por su desaparición.
Me dijo que tomara nota, que me iba a indicar dónde encontraría sus restos. También me dijeron que junto a Iván iba a encontrar otro cuerpo, pero no me dijo de quién.
El presunto militar le detalló a Ritchie cómo llegar al sitio: “Se va usted a la carretera 57, entre Nava y Allende, Coahuila. Ahí encontrará una barda, dobla a la derecha y por ahí, entre los matorrales, le busca. Una petición: vaya usted sola, por favor”.
Poco antes de ir al lugar, la abogada se encontró con unos reporteros y les contó lo sucedido. “Ellos me acompañaron porque yo no sabía cómo llegar; ellos me guiaron y, en efecto, entramos como me indicaron y encontramos el lugar.
–¿Hallaron el cuerpo?
–Lo encontramos calcinado, todo él era un montón de ceniza y huesos quemados. Por lo que suponemos montaron su cuerpo sobre llantas y le prendieron fuego. Había cuatro ladrillos que hacían la forma de un cuadrado y en medio estaba el bulto de cenizas. Junto había otro cuerpo, que no sabemos de quién es. Sólo reconocimos el de Iván por el botón del pantalón que traía el día que se lo llevaron.
Sólo cuando fueron localizados los restos calcinados de Iván, la agencia del Ministerio Público de Piedras Negras aceptó la denuncia de este caso, explica la defensora Beverly Ritchie.
–De los otros dos desaparecidos, ¿qué sabe usted?
–Con Jesús Monreal, quien fue levantado el 26 de abril, hablé por teléfono. Se le oía la voz pausada, casi no podía hablar de tantos golpes que le dieron en el abdomen. No me dijo dónde estaba. Yo escuchaba el canto de los gallos y me dijo que estaba en el monte, en una zona desierta.
“También me comentó que los militares le quemaron los brazos con un soplete y me dijo que buscara a los otros desaparecidos porque él sabía que fueron quemados.”
–¿Qué más le dijo? ¿Reconoce que fueron militares quienes se lo llevaron?
–Me comentó que lo subieron a una unidad militar con los ojos vendados y que se tropezó con varios cuerpos, que había mujeres quejándose de dolor. Que cuando lo subieron a una camioneta los soldados le pusieron un casco verde y que no dudaba que se trataba de un grupo de inteligencia militar.
–¿Ha vuelto a hablar con Jesús Monreal?
–No. Creo que puede estar muerto y que también pudo haber sido calcinado.
–Y de Rodolfo Rivas Soriano, ¿qué sabe usted?
–Nada. También fue levantado por un grupo de militares sobre la calle Abasolo el mismo 26 de abril. Puede que esté muerto.
María del Consuelo Rivas, tía de Rodolfo, presentó una queja ante la CNDH el 28 de mayo en la que detalla: “Al avisarme de su detención por parte de sus amigos que presenciaron todos los hechos, me dirigí a las calles antes citadas para buscar a mi sobrino. Al llegar se me prohibió el paso o tan siquiera acercarme.
“A escasos 50 metros pude ver a mi sobrino, estaba hincado en el piso con las manos en la cabeza, con su camisa rota y lo golpeaban los soldados. Les grité que lo dejaran. Ellos lo subieron a empujones en uno de los jeeps militares para trasladarlo supuestamente a la Guarnición Militar de Piedras Negras.”
En el antepenúltimo párrafo de su queja dice que se ha enterado por los medios de comunicación que “personas que han sido detenidas de la misma manera como fue detenido su sobrino han aparecido muertas (y) calcinadas en distintos puntos de la localidad”.
Proceso 07/06/2009
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