JESÚS CANTÚ
Las campañas que impulsan diversas variantes del voto de protesta lograron captar la atención de los medios de comunicación y, aunque sus resultados son todavía una incógnita, es un hecho que moverán algún porcentaje de electores, tal como hizo en 2000 la campaña del llamado voto útil. Sus razones son irrebatibles: los partidos políticos se alejaron de la ciudadanía; en la última reforma electoral se aseguraron un altísimo financiamiento público (particularmente el ordinario) y aumentaron los requisitos de entrada para los nuevos partidos políticos. Así mismo, de acuerdo con el análisis del Comité Conciudadano, en el actual proceso electoral decidieron más de 90% de sus candidaturas mediante procedimientos cupulares. La intención del voto de protesta es alcanzar un porcentaje lo suficientemente alto que orille a los partidos a atender algunas de sus demandas: permitir las candidaturas no partidistas; disminuir el financiamiento público (en 50%, establecen algunos promotores del voto nulo); incorporar en la legislación electoral la figura del voto en blanco, que ya es reconocida en otros países; y, desde luego, que los partidos adopten modalidades democráticas para la selección de sus candidatos. La debilidad de esta iniciativa es la ausencia de coordinación entre las diferentes convocatorias, lo que provoca que unos llamen a escribir en el recuadro de candidatos no registrados su decisión (unos impulsan a Esperanza Marchita, y otros, más a nivel regional, a Papanatas); algunos convocan a depositar la boleta en blanco, y otros a anular el sufragio, ya sea con una leyenda de protesta, un nombre o simplemente tachando toda la papeleta. De prevalecer esta variedad de opciones, el voto por los candidatos no registrados se contabilizará en un espacio asignado para tal efecto en las actas de escrutinio y cómputo, mientras las boletas en blanco o anuladas quedarán en el registro de votos nulos, con lo cual el impacto de la protesta se puede dispersar. En 2003 el voto por candidatos no registrados fue apenas de 0.06%, 16 mil 447 de un total de 26 millones 738 mil 924 votos depositados en las urnas. En cambio, los anulados fueron 899 mil 227, el 3.36%. El promedio de sufragios nulos en las últimas cuatro elecciones (1997, 2000, 2003 y 2006) es de 2.76% del total, con ligeros repuntes en las elecciones intermedias. Mientras tanto, en los mismos procesos el promedio de votos por candidatos no registrados es de 0.12%, con un repunte muy importante en 2006, cuando llegó a 0.31%, es decir, a 128 mil 825 votos. Cualquier modalidad de voto de protesta tendrá el mismo efecto sobre el cálculo del porcentaje obtenido por los partidos políticos para efectos de conservar su registro; así, de entrada, el movimiento afecta a las fuerzas con menor participación electoral, y particularmente a aquellas que están en riesgo de perder su registro, pues entre más alta sea la votación total emitida, en la que se consideran absolutamente todas las boletas depositadas en las urnas, mayor número de votos requieren para alcanzar el 2%. Sin embargo, al momento de hacer el reparto de curules plurinominales y el financiamiento público, la votación nacional emitida sólo incluye los votos de los partidos que conservaron el registro, lo que beneficia a los partidos que se quedan, particularmente a los que obtuvieron mayor participación electoral, pues como el denominador se reduce, su porcentaje crece.
Hay otros dos probables efectos: En el caso de los votos nulos, de acuerdo con el artículo 295 del nuevo Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, cuando “el número de votos nulos sea mayor a la diferencia entre los candidatos ubicados en el primero y segundo lugares en votación”, el Consejo Distrital tendrá que realizar nuevamente el escrutinio y cómputo de todas las casillas. De modo que, en algunos distritos, éste podría ser el caso.
Así que contiendas muy cerradas en los distritos y un alto número de votos nulos pueden conducir a recuentos totales en algunos de los 300 distritos electorales. El otro efecto se refiere a la opción de votar por candidatos no registrados. En este caso, Sergio Aguayo, uno de sus principales promotores, ya anunció que una vez concluido el proceso electoral, iniciará una batalla jurídica para tratar de lograr que se identifiquen los votos por Esperanza Marchita. Al menos en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ya hay antecedentes al respecto, y los magistrados coinciden en que este tipo de sufragios, “además de servir para que la autoridad electoral ejerza sus atribuciones relativas a la estadística electoral”, indican el respeto “a la libre manifestación de las ideas” que establece el artículo 6° constitucional… Ahora bien, el efecto que se busca con el voto de protesta es político, no jurídico. La intención es manifestar el rechazo al actual sistema de partidos, provocar una crisis, o al menos detonarla, y lograr por esa vía que los actores políticos volteen sus ojos hacia la ciudadanía y abandonen su autismo. Para lograrlo, tendrían que superar sustancialmente los números de votos nulos o por candidatos no registrados de las últimas elecciones. Como se indicó, en caso de que esos sufragios cambien el número de partidos que conservan el registro, afectarán el reparto de curules y el financiamiento público que corresponde a cada uno, ya que entre menor sea el número de partidos que participen de este reparto, mayores serán su cantidad de diputados y el monto de su financiamiento. Pero si provienen de votantes tradicionales, los partidos beneficiados de un movimiento de esta naturaleza serán los que cuentan con un mayor porcentaje de simpatizantes permanentes, es decir, de votantes que se identifican con ellos y normalmente votan por esos partidos independientemente de candidatos y/o propuestas. De acuerdo con la más reciente encuesta de Consulta Mitofsky, en el último año el PRI mantiene entre 31.5 y 25.1% de votantes que se identifican con dicho partido; el PAN, entre 24.8 y 21.2%; el PRD, entre 9.3 y 12.4%, y, finalmente, hay entre 30.3 y 33.6% que se autocalifican como independientes, es decir, que no se identifican con un determinado partido político y votan en función de candidatos, propuestas y coyunturas. En este sentido, los ciudadanos menos identificados con un determinado partido político son los más propensos a emitir su voto de protesta, y como estos sufragios se restarán para el cálculo de la votación nacional emitida, los más beneficiados serán quienes cuenten con mayor identidad partidista, es decir, el PRI y el PAN. Además, por los alcances de su estructura nacional y su presencia en los distintos niveles de gobierno, son también estos dos partidos los que cuentan con una mayor capacidad de movilización de electores durante la jornada electoral. Esta capacidad la tiene así mismo el Partido Nueva Alianza (Panal), por su vinculación con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. De este modo, los tres partidos que pueden resultar beneficiados indirectamente por los votos de protesta son PRI, PAN y Panal, en la medida en que conservan su voto duro y utilizan su capacidad de movilización para sostener o incrementar su participación electoral; en una segunda instancia, el PRD, cuya estructura es más reducida y también gobierna menos entidades y municipios. Y, desde luego, los perjudicados son el resto: PT, Convergencia, PVEM y PSD.
Conforme a la misma encuesta, el PSD ya estaría condenado a perder su registro; y hay tres partidos que están luchando por mantenerlo: Convergencia, Panal y PT; el segundo puede salvarlo gracias a su capacidad de movilización, pero un movimiento de esta naturaleza puede afectar negativamente a los otros dos. Por otro lado, en la asignación de curules de representación proporcional, el voto de protesta beneficiará sobre todo al PRI que, de acuerdo con la encuesta, tiene 37.1% de las preferencias electorales y la posibilidad de obtener entre 210 y 238 diputados, por lo que el movimiento lo puede catapultar a recuperar la mayoría que perdió en 1997 en la Cámara de Diputados. Según la misma medición, todavía sin el efecto del voto de protesta, el PRI y su aliado el PVEM están en posibilidades de obtener en sus puntos máximos, entre los dos, 252 diputados. La encuesta señala que el porcentaje de participación esperado es de 41.7% de los votantes potenciales, o sea, el mismo que en 2003. Sin embargo, si se toman en consideración los seis años de envejecimiento de la lista nominal de electores y los seis puntos que cayó la participación electoral entre 2000 y 2006, es probable que la participación ronde 35%. Si el movimiento de voto de protesta tiene éxito y logra impactar entre 3 y 5% de votantes, menos de 30% de electores estarían decidiendo la integración de la Cámara y el reparto del financiamiento. El gran interrogante es si este resultado será el inicio de una crisis que sacuda a la clase política mexicana y detone la construcción de un régimen democrático, o el de una involución que nos conduzca nuevamente, en 2012, a la hegemonía presidencial sobre los otros dos Poderes
Proceso 14/06/2009
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