domingo, 2 de octubre de 2011

La vida, generoso don de la nada: Alfredo Bryce Echenique


El escritor peruano es uno de los protagonistas del Hay Festival Xalapa, a desarrollarse del 6 al 9 de octubre: previo a su visita, el narrador hace un recorrido por las etapas que lo marcaron, en especial su infancia.


2011-10-02•Cultura


Antes de viajar por vez primera a Europa, en 1964, Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) vivía sin mayores preocupaciones: una familia patriarcal, en la que hasta la servidumbre contaba con títulos —mayordomo uno, mayordomo dos o chofer uno y chofer dos—.

“Una familia muy unida, llena de amistad y de mucho humor, un tanto decadente, pero que sabía reírse muy bien de sí misma, alegre, en la que había un poco de todo: desde personajes inmensamente ricos, hasta otros bastante pobres”, cuenta el narrador en entrevista desde la capital peruana, previo a su arribo a México, como uno de los protagonistas del Hay Festival Xalapa.

Autor de novelas como Un mundo para Julius, La vida exagerada de Martín Romaña o El huerto de mi amada, Bryce Echenique reconoce que la lectura, las vivencias, el viaje, el contraste, han dejado huellas muy profundas en su persona y en su trabajo, pero sin duda fue la infancia la que lo definió.

¿Una infancia muy dura, pero que marcó su destino literario?


Mi padre era un banquero muy severo e introvertido, anglosajón, que veía en mí a un heredero de lo que él significaba; claro, tuvo un profundo disgusto, porque yo era todo menos eso y hubo una oposición muy frontal de su parte a mis deseos de dedicarme a la literatura y no a la banca.

“Mi madre hizo un trabajo muy sutil, porque mi padre boicoteó todas y cada una de mis partidas a Europa: no me explicaba por qué si pedía una beca y tenía todos los requisitos para obtenerla, me la negaban siempre y era mi padre quien hablaba con la gente. Mi madre se dio cuenta de esa cosa y fue ella la que me dijo que preparáramos un plan. Así fue como obtuve la beca del gobierno francés y me escapé de la casa: me fui en un barco de carga que me dejó en el norte de Francia.”

¿Esa lucha lo marcó en su gusto por la literatura?


He sido siempre un hombre muy feliz en la escritura, porque realmente tuve que pelear para ello. Al comienzo en mi vida ni siquiera pensaba en publicar, me interesaba contar historia y no tenía mayor ambición. Eso vino después.

¿De alguna manera empezó a conocer a Perú cuando estuvo lejos?


Perú es un país tan regimentado, que sólo cuando uno sale de él empieza a verlo en su totalidad. Es muy significativo que conociera París antes de conocer el Cuzco, por ejemplo: el interior del país no era importante, a nadie le interesaba. Mi familia vivía mirando a Europa, viajaban constantemente hacia allá.

“Sólo cuando empecé a leer sobre Perú descubrí un montón de cosas. En mi primer viaje de regreso, a los ocho años después de haberme ido, empecé a visitar el interior del país.”

¿Esa lejanía definió una mirada más crítica o más nostálgica?


Se entremezcla la nostalgia y el aspecto crítico. No me interesó hacer una literatura realista y crítica, un buen ensayo o una buena fotografía revela mucho más. Me interesó contar una experiencia, una sensibilidad, una manera de entender al mundo, siempre con humor.

El humor está presente en la mayoría de sus obras, pero no como una risa fácil…


En mi familia el humor era una cosa omnipresente. Nos reíamos unos de otros, pero no en forma de burla, sino como una sonrisa, una ironía reflexiva, que permitía observar a la vez de reír. Aquél era un humor penetrante y fino, quijotesco, porque no era un humor cruel, del que se burla de un jorobado, del cojo o del manco.

¿Qué representa la literatura hoy?


Lo mismo de hace 40 años: se ha enriquecido, al ser un lector de autores muy variados, de muchas épocas y nacionalidades, pero en el fondo ha prevalecido siempre el afán de contar una historia y de entretener a un aparente auditorio, de ahí la oralidad de mis libros.

Llega a los 72 años de edad, con suficiente energía para un viaje de Perú a México, pero ¿piensa en la muerte?


Siempre he pensado que la vida es el generoso don de la nada y sin la nada, no hay qué reclamar. Lo que nos dio la vida hay que devolverlo. Nada más.

Regresa a un México muy diferente al que conoció hace cuatro décadas…


He ido a México desde los 70, incluso creo que he viajado más por México que por Perú: a veces hacía viajes de un año, de un lado al otro del país, llegando a sitios que hoy son emporios turísticos y a los que entonces no llegaba nadie, como un viaje de aventuras que hice desde Oaxaca hasta Puerto Escondido.

“Sí me entero de la espiral de violencia que hay, de lo que se habla mucho en Perú, porque también nuestra sociedad vive una tendencia muy fuerte hacia la violencia.”

¿Cómo van las acusaciones en su contra por plagio?


La justicia existe, pero es lenta. Debo tener paciencia, aunque estoy muy contento porque pronto el asunto llegará a su fin y habré ganado todos los juicios que entablé.
México. Jesús Alejo

No hay comentarios: