Ricardo Ravelo
La muerte de Arturo Beltrán Leyva fue considerada por Felipe Calderón como un golpe contundente contra el narcotráfico. Sin embargo, la información oficial acerca del operativo preparado y ejecutado por las fuerzas especiales de la Marina deja muchos huecos. Según un testimonio ministerial al que este semanario tuvo acceso, el día del ataque el llamado Jefe de jefes esperaba a comer en su departamento nada menos que al comandante de la 24 Zona Militar con sede en Cuernavaca. El mismo testigo afirma que el capo fue víctima de la traición de su jefe de sicarios, La Barbie…
Poco antes de las tres de la tarde del miércoles 16 se preparaba una comida en el departamento 201 de una de las cinco torres del complejo residencial Altitude, ubicado en la colonia Lomas de La Selva, en Cuernavaca, Morelos, que habitaba el capo Marcos Arturo Beltrán Leyva.
Lo acompañaban cinco de sus hombres de mayor confianza, entre ellos Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, su jefe de sicarios.
Cabeza de su propia célula criminal desde 2008, Beltrán Leyva recibía en su búnker del edificio Elbus constantes reportes de los gatilleros que conformaban los tres cinturones de seguridad que, como ya era costumbre, vigilaban tanto el condominio como los movimientos en las calles.
Según el testimonio que rindió en la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) una de las cinco personas detenidas durante el operativo en el fraccionamiento Altitude y quien es cocinero, el capo ya había sido informado de algunos movimientos extraños a las afueras de su lujoso departamento, pero “confió en que su gente tenía todo controlado y que nada ocurriría”.
Mientras tanto, El Barbas, como le apodaban al narcotraficante sinaloense, dialogaba con Valdez Villarreal y otros miembros de su séquito. Afinaban detalles para recibir a un invitado especial con quien supuestamente Beltrán había acordado comer: el general Leopoldo Díaz Pérez, jefe de la Zona Militar 24, con sede en la capital morelense.
Por las declaraciones de otros indiciados –cuyos nombres se reservó la SIEDO y quienes fueron capturados el 11 de diciembre cuando participaban en una preposada de narcos en Tepoztlán, Morelos, a la que según reportes recibidos por la Secretaría de Marina asistiría El Barbas– se sabe que a ese encuentro también estaban invitados un capitán y un mayor del Ejército adscritos a la misma zona militar. Sus nombres tampoco han sido revelados.
El testimonio de quien es identificado como “el cocinero” –a cuya parte medular tuvo acceso este semanario– no precisa qué hizo Valdez Villarreal el día del operativo desplegado el miércoles 16: si huyó al percatarse de la irrupción de los marinos o si decidió irse antes de que se iniciara la balacera; en cambio, sostiene la versión que La Barbie pudo ser el traidor que aportó la información sobre la ubicación exacta de Arturo Beltrán Leyva.
Marinos al asalto
Desde el mediodía y hasta poco antes de las cinco de la tarde del miércoles 16, más de 100 elementos de la Armada de México se avocaron sigilosamente a revisar y a desalojar a los habitantes del edificio Elbus. El objetivo era claro: acorralar a Beltrán Leyva –uno de los capos más buscados de la última década– y a los cinco escoltas que lo acompañaban.
Los marinos, equipados con artillería pesada, tanquetas y vehículos blindados, también sobrevolaron la zona en helicópteros. Todo ese movimiento para capturar a Beltrán ocurrió entre la una y las cuatro de la tarde, antes de la irrupción en el fraccionamiento Altitude.
Cuando los cinturones de seguridad de Beltrán Leyva habían sido aparentemente anulados, y cuando los marinos sintieron que tenían la situación bajo su control, los integrantes de las fuerzas especiales fueron recibidos a balazos. El tiroteo se generalizó. Desde sus vehículos artillados, los infantes de marina accionaron ametralladoras calibre 7.62 y fusiles de asalto R-15, en tanto que desde los helicópteros otro grupo descendía a rappel por el condominio de Arturo Beltrán.
De acuerdo con las versiones que ha difundido la Secretaría de Marina, no la tuvieron fácil: el grupo de sicarios de Beltrán Leyva respondió lanzando decenas de granadas de fragmentación y ráfagas de fusiles AK-47 y R-15 a través de las ventanas del departamento 201, ubicado en el segundo nivel del edificio de 15 pisos y valuado en unos 4 millones de pesos.
Otros sicarios, que formaban parte del cinturón de seguridad del capo, dispararon contra los marinos que estaban en la planta baja. Según los informes oficiales, la contraofensiva no sirvió de nada: una ráfaga los abatió.
Al transcurrir las horas –cerca de cinco, desde la toma del edificio hasta el tiroteo que segó la vida de Arturo Beltrán–, los narcos se fueron quedando sin granadas. Ya sin capacidad ofensiva, tres de los cinco sicarios que defendían a Beltrán murieron a tiros en medio de la sala del departamento. Según la versión oficial, otro se mató de un disparo.
La misma versión asegura que uno más, desesperado, decidió suicidarse lanzándose por los ventanales, pero cuando iba en caída libre una bala expansiva le penetró la espalda. Su cuerpo pudo ser fotografiado precisamente de espaldas sobre el jardín de un departamento de la planta baja.
De acuerdo con la versión de los marinos, eran alrededor de las nueve de la noche cuando, ya sin gatilleros, Arturo Beltrán abrió la puerta de su departamento. Aparentemente su intención era huir por el elevador. Al cruzar el umbral enfrentó a tiros a los marinos que estaban afuera, pero cayó abatido por los oficiales de la Armada que habían subido por la escalera.
El cuerpo de quien fue llamado Jefe de Jefes –aunque por dos décadas vivió a la sombra de Amado Carrillo, primero, y de Joaquín El Chapo Guzmán después– se desplomó frente a la puerta: varias balas expansivas le perforaron el tórax, el abdomen y la cabeza. Fue ahí donde el cadáver de Beltrán Leyva fue captado por diversas cámaras de fotografía y de video y fue ahí también donde fue manipulado y vejado.
Ascensos jerárquicos
Tras la muerte de Arturo Beltrán Leyva, el poder de su organización criminal, una de las más poderosas de los últimos 20 años, podría quedar en manos de Héctor Beltrán Leyva, el único de los hermanos que está libre y que, según datos oficiales, es el responsable del lavado de activos de la organización.
Sin embargo, en medio del reacomodo interno de fuerzas, otros dos nombres se mencionan como posibles relevos: Sergio Villarreal Barragán, El Grande, y Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, el jefe de sicarios de Arturo Beltrán y quien es señalado en declaraciones ministeriales como “el traidor”.
De acuerdo con su ficha criminal, Valdez Villarreal nació el 11 de agosto de 1973 en Laredo, Texas, y desde muy joven se incorporó a las filas del narcotráfico. Hijo de Abel Valdez y de Ofelina Villarreal, La Barbie tiene 39 años de edad y ha sabido librar tanto la cárcel como la muerte.
En 1994, por ejemplo, según la ficha elaborada por la desaparecida Unidad Especializada en Delincuencia Organizada (UEDO), fue detenido en Springfield, Missouri, Estados Unidos, luego de que la Corte de Nueva Orleáns libró una orden de aprehensión en su contra. No obstante, obtuvo pronto su libertad.
En su etapa inicial, Valdez Villarreal fue miembro del cártel del Golfo, responsable de crear toda la logística de espionaje a través de un numeroso grupo de informantes, conocidos como Los Halcones.
Luego dejó esa organización criminal y se convirtió en una pieza clave del cártel de Sinaloa, cuando los hermanos Marcos Arturo, Héctor y Alfredo –los llamados Tres Caballeros– formaban parte de lo que ahora se conoce como La Federación de Narcotraficantes y que, según la PGR, encabezan Ismael El Mayo Zambada García y Joaquín El Chapo Guzmán Loera.
Pronto La Barbie se convirtió en jefe de sicarios de los Beltrán, pues mostró capacidad para orquestar las ejecuciones de sus rivales. Pero, de acuerdo con el informe de la UEDO, también se distingue por su destreza para corromper a funcionarios públicos.
Uno de los casos más sonados de cooptación fue el de Domingo González Díaz, quien en 2003 se desempeñaba como jefe de la Agencia Federal de Investigación (AFI) y era cercano a Genaro García Luna. En la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/013/2003 se asienta que La Barbie le pagó 1 millón de dólares a González Díaz para que brindara protección a los hermanos Beltrán Leyva.
Redes familiares y policiacas
La célula del narcotráfico integrada por los hermanos Marcos Arturo, Héctor, Mario, Carlos y Alfredo Beltrán Leyva es una de las más viejas en el negocio de las drogas: emergió a la luz pública entre mediados de los ochenta y comienzos de los noventa, cuando Amado Carrillo Fuentes se convirtió en el jefe del cártel de Juárez tras el asesinato de Rafael Aguilar Guajardo, crimen que se le atribuyó a Carrillo Fuentes, llamado El Señor de los Cielos.
Los Beltrán Leyva desplegaron todo su poder económico y armado en el país. Disponían desde entonces de un respaldo policiaco tan fuerte que, en 2007, José Luis Santiago Vasconcelos, quien fungía como subprocurador de Asuntos Jurídicos e Internacionales de la PGR, reconoció públicamente que un grupo de sicarios bajo el mando de los Beltrán planeó ejecutarlo.
Originarios de Sinaloa –donde se formó la mayor escuela del narco en toda la historia del crimen organizado de México–, los Beltrán Leyva se mantuvieron durante varios años como un ala importante del cártel de Juárez, pero tras la muerte de Amado Carrillo decidieron operar por su cuenta, aunque por aquellos años ya mantenían nexos con Joaquín El Chapo Guzmán, quien a la postre se convirtió en su jefe.
Tras la fuga de El Chapo del penal de Puente Grande, el 19 de enero de 2001, los Beltrán Leyva se asociaron con él. Había más de una razón para que el jefe del cártel de Sinaloa los acogiera: fueron ellos quienes lo arroparon después de que se peleó con Miguel Ángel Félix Gallardo, el capo más audaz de la historia reciente de México y de quien Guzmán fue lugarteniente.
Este dato salió a flote luego de que la PGR detuvo e introdujo en su programa de testigos protegidos a Marcelo Peña, cuñado de Guzmán Loera y cuya clave como testigo es “Julio”. Este personaje relató, entre otras historias, que los Beltrán iniciaron al Chapo en el negocio de las drogas.
Además, durante la reclusión de Joaquín Guzmán, tanto en el penal de Almoloya de Juárez (hoy Altiplano) como en Puente Grande, los Beltrán se hicieron cargo de suministrarle dinero y todo lo que necesitaba el capo sinaloense para vivir cómodamente en aquella prisión de máxima seguridad, irónicamente conocida como “puerta grande”.
Tras la fuga de El Chapo, los hermanos Beltrán se reposicionaron en el negocio del tráfico de drogas: durante el sexenio de Vicente Fox alcanzaron tanto poder que lograron dominar 11 estados de la República, aunque sus principales feudos fueron Sinaloa y Guerrero. Posteriormente se afincaron en Morelos.
Según documentos de la PGR, los Beltrán dirigen operaciones de transporte de droga, lavado de dinero, compra de protección y reclutamiento de sicarios.
De lo anterior da cuenta la averiguación PGR/UEIDCS/021/2005, así como las causas penales 82/2001 y 125/2001, las cuales establecen que Marcos Arturo Beltrán Leyva, El Barbas; Héctor, El H; Alfredo, El Mochomo; Mario Alberto, El General; y Carlos, consiguieron quedar impunes durante largos periodos gracias a la protección de policías, militares y funcionarios de primer nivel del gobierno de Vicente Fox.
Con base en esos acuerdos crecieron en forma fulgurante como empresarios del narco, lo que le permitió a su socio, El Chapo, convertirse en el capo más poderoso de los últimos nueve años.
Tanto los informes de la Secretaría de Seguridad Pública como los expedientes citados indican que el radio de acción de este clan abarca al Distrito Federal desde hace una década por lo menos. Otros territorios bajo su dominio son el Estado de México, Sonora, Guerrero, Chiapas, Querétaro, Sinaloa, Jalisco, Quintana Roo, Tamaulipas y Nuevo León.
Los mismos informes señalan que, además de sus actividades de narcotráfico, los Beltrán son dueños de un equipo de futbol de salón en Culiacán, Sinaloa; tienen residencias de lujo en Acapulco, así como casas de descanso y de seguridad –para sus negociaciones y acuerdos con políticos– en Valle de Bravo, Estado de México.
De acuerdo con un organigrama de grupos criminales elaborado por la PGR, el líder de la banda era El Barbas, Marcos Arturo Beltrán Leyva. Ninguno de los cinco hermanos había estado en prisión. Se habían mantenido impunes hasta que un grupo especial del Ejército detuvo, el 21 de enero de 2008, a Alfredo Beltrán en una zona residencial de la capital sinaloense.
Sobre la captura de Alfredo Beltrán, que se consideró un golpe inusual contra el cártel de Sinaloa, surgieron al menos dos versiones: que los Beltrán habrían roto con El Chapo por diferencias en los negocios y que los efectos de esa ruptura alcanzaron a la SSP, encabezada por Genaro García Luna, quien ha sido señalado públicamente y en la indagatoria arriba citada como presunto protector de los hermanos Beltrán.
Los miembros del cártel de Sinaloa –el más sólido, por lo menos antes de la captura de Alfredo Beltrán– no sólo están asociados en el negocio del narcotráfico: también existen líneas de parentesco. El 27 de junio de 2001 el testigo “Julio” declaró ante la PGR:
“Arturo Beltrán Leyva es primo lejano de El Chapo, a quien inició en el negocio de la cocaína, ya que me lo dijo Beltrán una vez que fui a pedir dinero por parte de El Chapo a la ciudad de Querétaro (otro de los refugios de los Beltrán); esto fue por 1995 o 1996.”
Agregó en su testimonio: “Sé que esta persona (Arturo Beltrán) es muy ostentosa y que tiene una casa en Acapulco, porque El Chapo me mandó una vez a visitarlo, citándome en una casa que tiene en el fraccionamiento Las Brisas”.
Y de acuerdo con el testimonio de Albino Quintero ante la PGR, otro socio de los Beltrán, Juan José Esparragoza Moreno, El Azul, también está ligado familiarmente con ellos: en la causa penal 26/2006, página 62, Quintero cuenta: “Respecto a Juan José Esparragoza Moreno, lo conocí en Querétaro en una casa propiedad de mi compadre Arturo Beltrán Leyva”.
Más adelante dice que un familiar de Esparragoza está casado con una sobrina de Arturo Beltrán.
El poder que alcanzó Arturo Beltrán en el narcotráfico le permitió asesinar, corromper y hasta someter a altos miembros del gabinete federal. Se le atribuye, por ejemplo, el asesinato de Édgar Millán, jefe de la Policía Federal asesinado en 2008; también el de Igor Labastida, otro policía relacionado con el titular de la SSP, Genaro García Luna.
De acuerdo con una carta firmada por policías federales inconformes por la desaparición de la AFI, enviada el 19 de octubre de 2008 a la Comisión de Seguridad Pública de la Cámara de Diputados, el secretario Genaro García Luna y su escolta fueron interceptados en la carretera Cuernavaca-Tepoztlán por un alto capo de las drogas que se acompañaba de un indeterminado número de pistoleros o sicarios en 10 vehículos Suburban blindados.
Según la misiva, los escoltas de García Luna fueron despojados de sus armas y permanecieron con los ojos vendados durante alrededor de cuatro horas. La carta señala, además, que una voz, presuntamente del capo, le dijo a García Luna: “Este es el primero y último aviso para que sepas que sí podemos llegar a ti si no cumples con lo pactado” (Proceso 1672).
Ese capo era, presuntamente, el hoy extinto Arturo Beltrán Leyva.
Proceso21/12/2009
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