lunes, 14 de diciembre de 2009

Intelectuales inútiles

Hermann Bellinghausen

En este México donde tantas devaluaciones se suceden, cada día se devalúan más los intelectuales. Un síntoma preocupante, habida cuenta de que son indispensables para la cultura, la libertad de pensamiento y la sanidad social. Durante la segunda mitad del siglo XX devino automático, incluso en el imaginario popular, asociar intelectuales e izquierda. Sucedió en muchas partes del mundo, pero aquí ya venía ocurriendo como producto de la Revolución y las políticas populares y populistas del Estado.
Tal vez era en parte infundado, pero en parte no. Desde el exilio español de los años 30, nuestro país fue inyectado por excelentes intelectuales progresistas, artistas, académicos y traductores; fue profundo el estímulo de la revolución cubana, y nada desdeñable la inserción en nuestra vida intelectual y científica de los exilios chileno, argentino y uruguayo en los años 70 y 80 del siglo pasado.
Hoy la figura del intelectual ostenta un cómodo “prestigio” entre los poderes y las elites. De ahí su desprestigio y falta de valor. Antes, un “intelectual de derecha” era rara avis, se le cultivaba y sobrevaloraba (Carlos Castillo Peraza fue un ejemplo), y servía como prueba de “pluralidad” en un periodo, el salinista, que siendo ilegítimo abrió juego a la Iglesia católica, al capital foráneo, y hubo empresarios beneficiados que se animaron a “escribir”, como si fueran intelectuales, sin serlo. El único intelectual importante de la derecha sigue siendo el poeta Gabriel Zaid, heredero a su modo de los Contemporáneos y el Octavio Paz tardío.
No obstante, ahora la idea del intelectual es de derecha. Los que fueron de izquierda, notoriamente los excomunistas y sesentayocheros, se esmeran en demostrar que ya no, nadita. O que su onda es “civilizada”. (“Yo siempre dije que Stalin era ojete”.)
Los que requieren hoy un adjetivo que los dispense son los de izquierda, o progresistas. Así hay que referirse a los decanos del pensamiento crítico Pablo González Casanova, Luis Villoro, José Emilio Pacheco, Carlos Monsivaís, Gustavo Esteva, Juan Bañuelos, Adolfo Gilly, o sus pocos pupilos, para colmo rebeldes e inclasificables, como el polígrafo Carlos Montemayor, el subcomandante Marcos o el poeta Javier Sicilia.
La intelectualidad está congelada, aunque parezca lo contrario merced a su vistosa carrera curricular o mediática para ser financiados y promovidos. También del salinismo datan los sistemas nacionales de creadores e investigadores y las becas a “jóvenes”. Súmense las largas residencias en universidades estadunidenses, los premios anuales que se cuentan por decenas y permiten una mascarada de “vida cultural” que el sistema ya desmanteló por la raíz. Quedan las ramas mustias.
Es inteligente y necesario que la nación fomente la creación, la investigación y el pensamiento, que poetas y pintores sigan produciendo sin estar condenados a ser bohemios muertos de hambre o galeotes en alguna oficina. Pero en conjunto, el efecto de esta acción justa y justificada es de apaciguamiento. La casta intelectual se reblandece ante el imperio yanqui, en el frente interno se porta bien, y mantiene vigente la divisa del líder “charro” Fidel Velázquez: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.
Hoy, que publicidad y medios se confunden, éstos han establecido a los “intelectuales mediáticos” que ocupan espacios en la televisión comercial. No realizan una verdadera labor intelectual, y mucho menos crítica: no son creadores sino comentaristas, adulan y/o chantajean al poder y le tienden la cama; escritores no son, aunque posean grados académicos y cierta bibliografía que vende (y venden) bien, pero intrascendente. Están a la derecha de todo.
El tema de los “intelectuales fascinados por el poder” puede sonar a viejo; en todo caso, ahora es un consuelo vicario pensar que “siempre fue así”. Estas figuras parlantes “racionalizan” las políticas reaccionarias contra indígenas, sindicatos y movimientos sociales, promueven la integración progresiva con Estados Unidos poniendo énfasis en dar la espalda a las experiencias de América Latina, “que no son el horizonte histórico ni geográfico” de México.
Que ellos sean los “intelectuales” de pantalla (mejoran la imagen de los “de café” y hasta sirven para anunciar desodotrantes) demuestra en todo caso la devaluación de la fraja intelectual pegada a la línea de flotación del sistema en medios y centros de “altos estudios”.
El pensamiento, como nunca antes, está en otra parte. En un país de desigualdades escalofriantes (enfriadas estadísticamente en los “índices de desarrollo humano”) y un analfabetismo funcional a la alza como política de Estado, el pensamiento activo no está allí donde los intelectuales se enriquecen y autohalagan en la órbita de los “famosos” (esa lacra publicitaria también a la alza), aislados del mundo real que tan afanosamente tratan de desmentir. Los sueños despiertos se están pensando abajo, fuera del cómodo cascarón.

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