Por: Alejandro Esparza Farías y Espinosa.
La opinión de Rubén Moreira de que no deben ni abrirse ni re abrirse bares y centros nocturnos en la ciudad capital del Estado de Coahuila contiene aristas que en definitiva vienen cargadas de ásperas vertientes que ponen en peligro no solamente su –ya de por sí casi nula credibilidad- sino que demuestran una moralina amañanada de nacimiento porque en primera instancia a Coahuila no se le olvidará nunca que el estigma de los hermanos Moreira es precisamente la corrupción y la opacidad. Después de todo, la Deuda de Coahuila ha sido un golpe no solamente a la confianza y credibilidad hacia un gobierno que se mostró mentiroso, sino que ha sido un arañazo sin contemplación a esa moral de la que ahora el Señor Moreira quiere ufanarse imponiendo normas y medidas no regulatorias, sino intimidatorias y por supuesto represoras, al atentar inclusive contra el derecho a emplearse y ser emprendedor que cualquier ciudadano, en un estado sano, tiene derecho a aspirar, defender y postular.
El hecho de impedir que bares, centros nocturnos y restaurantes bares giren con su permiso correspondiente es un atentado a la generación de empleos y al libre circular de dinero, pero por otro lado y lo más grave, con esa medida el Cacique coahuilense está promoviendo con mayor ahínco la venta clandestina de alcohol; más allá de eso, difunde la costumbre de tener que esconderse a lugares semi oscuros y baratos, peligrosos y hasta antihigiénicos pues no deja otra salida a los jóvenes más que la de buscar por sus propias vías el entretenimiento que otrora fuera sano y convertirlo así en un pretexto para la conformación de nuevas pandillas.
Este es un tema de política y desde luego de salud pública –no de moral- y sí, tal vez de sociología, cosa que al parecer al ejecutivo del estado se le pasa de madrugada al no contar tampoco con un cuerpo de asesores de amplio criterio que sepan comprender que Saltillo merece ser y tener una infraestructura completa en varios rubros como la cultura del esparcimiento.
Con prohibiciones lo único que se logra es que las mismas tengan que ser violadas y fomenten la corrupción, pues además, si alguien maneja ebrio de noche no solamente expone su vida y la de terceros, sino que le da tamaña “compensación” al policía y al tránsito que ni tardos ni perezosos aceptan el estipendio como si de una propina de 500 pesos mínimo se tratara: eso es corrupción y sigue llamándose mordida. ¿Pruebas de confianza?
¿A quiénes siguen protegiendo esas autoridades hoy dictatoriales? ¿Cuántos puntos de venta de alcohol clandestinos siguen abarrotando la ciudad y parece que nadie sabe nada?
¿O todo es un juego de máscaras? Porque mientras el Señor Rubén Moreira casi pretende hablar y llevar una vida de sosiego y santidad, su hermanito Humberto cada que abre la boca es para soltar su lengua de fuego y fomentar más violencia entre los coahuilenses, sembrando odios, rencillas y rencores sin que nadie le diga nada. Y no se nos olvida tampoco que gracias a su peculiar estilo de gobernar, en nuestro estado pululó como nunca la violencia y el narcotráfico.
Una pregunta: ¿Es Rubén el diácono de la familia Moreira? No lo creemos ni por un ápice, por mucho que sonría y trate de demostrar que tiene una nueva forma de gobernar, ¡claro! Una forma de gobernar llena de matices contradictorios que cínicamente enseñan a las nuevas generaciones a que hay que ser corruptos que al fin “si nantes el profe nos cuidaba, pos ahora el Lic. nos rete guarda tempranito y en ayunas”, así que habrá que seguir su escuela; la de la mentira, el cinismo y la opacidad.
No sabemos qué puedan pensar los turistas de tantas y tales represiones, lo que sí, es que seguramente el rubro de ingresos por esos conceptos está muy por debajo de cualquier ejido de la entidad.
Así que bien haría el Señor Moreira en abrir su cava y dejar que los murciélagos le revoloteen la consciencia, porque mientras tanto, a Saltillo a pesar de sus cumbres obras “puenteriles” lo siguen taponeando para que no pase de ser rancho con caballos –sin herraduras, no vayan a ser tequila- y jinetes con espuelas por sus calles. ¡A que don Rubén! Tan cerca de su hermano y tan lejos de la democracia
Nota: En lo que sí estamos de acuerdo es en que los Casinos no solamente no se abran de nueva cuenta, sino que se erradiquen para siempre.
La opinión de Rubén Moreira de que no deben ni abrirse ni re abrirse bares y centros nocturnos en la ciudad capital del Estado de Coahuila contiene aristas que en definitiva vienen cargadas de ásperas vertientes que ponen en peligro no solamente su –ya de por sí casi nula credibilidad- sino que demuestran una moralina amañanada de nacimiento porque en primera instancia a Coahuila no se le olvidará nunca que el estigma de los hermanos Moreira es precisamente la corrupción y la opacidad. Después de todo, la Deuda de Coahuila ha sido un golpe no solamente a la confianza y credibilidad hacia un gobierno que se mostró mentiroso, sino que ha sido un arañazo sin contemplación a esa moral de la que ahora el Señor Moreira quiere ufanarse imponiendo normas y medidas no regulatorias, sino intimidatorias y por supuesto represoras, al atentar inclusive contra el derecho a emplearse y ser emprendedor que cualquier ciudadano, en un estado sano, tiene derecho a aspirar, defender y postular.
El hecho de impedir que bares, centros nocturnos y restaurantes bares giren con su permiso correspondiente es un atentado a la generación de empleos y al libre circular de dinero, pero por otro lado y lo más grave, con esa medida el Cacique coahuilense está promoviendo con mayor ahínco la venta clandestina de alcohol; más allá de eso, difunde la costumbre de tener que esconderse a lugares semi oscuros y baratos, peligrosos y hasta antihigiénicos pues no deja otra salida a los jóvenes más que la de buscar por sus propias vías el entretenimiento que otrora fuera sano y convertirlo así en un pretexto para la conformación de nuevas pandillas.
Este es un tema de política y desde luego de salud pública –no de moral- y sí, tal vez de sociología, cosa que al parecer al ejecutivo del estado se le pasa de madrugada al no contar tampoco con un cuerpo de asesores de amplio criterio que sepan comprender que Saltillo merece ser y tener una infraestructura completa en varios rubros como la cultura del esparcimiento.
Con prohibiciones lo único que se logra es que las mismas tengan que ser violadas y fomenten la corrupción, pues además, si alguien maneja ebrio de noche no solamente expone su vida y la de terceros, sino que le da tamaña “compensación” al policía y al tránsito que ni tardos ni perezosos aceptan el estipendio como si de una propina de 500 pesos mínimo se tratara: eso es corrupción y sigue llamándose mordida. ¿Pruebas de confianza?
¿A quiénes siguen protegiendo esas autoridades hoy dictatoriales? ¿Cuántos puntos de venta de alcohol clandestinos siguen abarrotando la ciudad y parece que nadie sabe nada?
¿O todo es un juego de máscaras? Porque mientras el Señor Rubén Moreira casi pretende hablar y llevar una vida de sosiego y santidad, su hermanito Humberto cada que abre la boca es para soltar su lengua de fuego y fomentar más violencia entre los coahuilenses, sembrando odios, rencillas y rencores sin que nadie le diga nada. Y no se nos olvida tampoco que gracias a su peculiar estilo de gobernar, en nuestro estado pululó como nunca la violencia y el narcotráfico.
Una pregunta: ¿Es Rubén el diácono de la familia Moreira? No lo creemos ni por un ápice, por mucho que sonría y trate de demostrar que tiene una nueva forma de gobernar, ¡claro! Una forma de gobernar llena de matices contradictorios que cínicamente enseñan a las nuevas generaciones a que hay que ser corruptos que al fin “si nantes el profe nos cuidaba, pos ahora el Lic. nos rete guarda tempranito y en ayunas”, así que habrá que seguir su escuela; la de la mentira, el cinismo y la opacidad.
No sabemos qué puedan pensar los turistas de tantas y tales represiones, lo que sí, es que seguramente el rubro de ingresos por esos conceptos está muy por debajo de cualquier ejido de la entidad.
Así que bien haría el Señor Moreira en abrir su cava y dejar que los murciélagos le revoloteen la consciencia, porque mientras tanto, a Saltillo a pesar de sus cumbres obras “puenteriles” lo siguen taponeando para que no pase de ser rancho con caballos –sin herraduras, no vayan a ser tequila- y jinetes con espuelas por sus calles. ¡A que don Rubén! Tan cerca de su hermano y tan lejos de la democracia
Nota: En lo que sí estamos de acuerdo es en que los Casinos no solamente no se abran de nueva cuenta, sino que se erradiquen para siempre.
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