Murió el viernes en La Jolla, California, de un infarto cardiaco
Grabó Naturally, Roll On y The Road to Escondido, éste con
Eric Clapton
J.J. Cale gastaba las uñas y los jeans en no hacer gran
cosa, salvo tocar y rodarFoto tomada de Internet
Hermann Bellinghausen
Periódico La Jornada
Domingo 28 de julio de 2013, p. 5
Domingo 28 de julio de 2013, p. 5
En la jerga roquera dan en llamar Dios a Eric Clapton, que
como suele suceder es una exageración. Pero si un presunto dios del rock (al
parecer hay otros), tras imitar en los 60 el pacto-de–crucero-con-el-diablo de
Robert Johnson, dedicó la década siguiente a imitar y saquear a un tal J. J.
Cale, que no era dios, ni diablo, pero había perfeccionado la destreza de
mano-lenta (slowhand) que Clapton quiso para sí de ahí en adelante,
alguien grueso debía de ser. Le hizo muy famosas dos canciones: Cocaína
y Después de medianoche. Pero de quién era el tal J. J. (fallecido
el viernes pasado en La Jolla de un infarto cardiaco) no es mucho lo que se
sabe. Era algo así como un flojazo genial. Para sus pacientes productores, el
artista más ineficiente del medio. Para Neil Young, un virtuoso sólo comparable
a Jimi Hendrix.
Nacido en 1938 en Oklahoma, grabó algunos sencillos (pocos) entre 1958 y
1971. Fue hasta 1972 que terminó su primer álbum, Naturally. Desde los
primeros acordes se presentaba como la brisa(
Call me the breeze), y por increíble que parezca, eso fue y nada más: una brisa siempre fresca de blues campirano, jazzeado y veloz, al que debe Dire Straits toda su sustancia. Si Clapton es el hermanito abusado y abusador, Mark Knopfler resulta el vástago directo de ese estilo suave, ágil, melódico y rítmico de pulsar la lira. De entonces a Roll On (¿rolón?) en 2009, grabó 14 discos (incluyendo los inéditos de Rewind, 2007): ninguno es mejor ni peor y todos son obras maestras, cargadas de breves composiciones, epigramas de sabiduría vagabunda, el mismo sonido, la inconfundible voz de fumador y esa guitarra perfecta. Con decir que el único álbum medio flojito (y aún así estupendo) sería el decimoquinto, que grabó con el mismísimo Clapton en 2006 (The Road To Escondido); 40 años se tardó el astro inglés en pagar su deuda vital. A Cale debió darle igual, aunque en To Tulsa and Back: On Tour with J. J. Cale, documental de Jörg Bundschuh (www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=f-9x6dRPzgM#at=274, 2005) admitía que el reconocimiento
le ayuda a mi ego.
Cantaba a sus novias flacas (Woman I love ain’t much more than skin and
bones:
Si Luis Cernuda opinaba que Dashiel Hammet fue
la mujer que amo no es más que huesos y pellejo), a los placeres de la pereza inteligente y a la mariguana de rigor, vertía lágrimas en su tequila, deploraba la pobreza del downtown angelino, sipatizaba con los de abajo con sus mejores notas y practicaba el alarde musical para ahuyentar mamás engorrosas.
Si Luis Cernuda opinaba que Dashiel Hammet fue
un escritor para escritores, muchos consideran a John Weldon (J. J.) Cale
músico para músicos, uno que gastaba las uñas y los jeans en no hacer gran cosa, salvo tocar y rodar. Fue siempre el mismo, del principio al final. Pocos artistas en el mundo salen así: no evolucionan, ni envejecen, ni conceden; hacen poco ruido y no son dioses pero, sorpresivamente, nunca mueren. Larga vida pues a J. J. Cale, más chingón que los más chingones: creador.
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