martes, 16 de marzo de 2010

Alianzas electorales, asunto de elites

Luis Hernández Navarro

Aunque al panista César Nava, sus colegas del tricolor en la Cámara de Diputados lo hayan bautizado como Pinocho, la nariz no le crecerá más. No, al menos, por sus declaraciones del pasado fin de semana en Durango, donde aseguró que 2012 empieza en 2010.

Este año se efectuarán comicios en los estados de Yucatán, Tamaulipas, Veracruz, Oaxaca, Puebla, Durango, Chihuahua, Aguascalientes, Sinaloa, Zacatecas, Hidalgo, Tlaxcala, Baja California, Chiapas y Quintana Roo, que representan poco más de 40 por ciento del padrón electoral nacional. Estarán en juego 12 gubernaturas, mil 533 alcaldías y 309 diputaciones locales.
Un año antes, en las elecciones intermedias para renovar diputados federales, el Partido Acción Nacional (PAN) sufrió un fuerte descalabro. El triunfo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en lo general, y de Enrique Peña Nieto, gobernador del estado de México, en lo particular, hicieron anticipar a diversos analistas la inminencia del triunfo tricolor en los comicios presidenciales de 2012.
Para ganar espacio y recuperar la iniciativa política, Felipe Calderón maniobró en tres direcciones. Primero, orientó su política exterior hacia una mayor y más estrecha colaboración con los países de América Latina y el Caribe. Segundo, propuso –sin consensuarlo previamente con las otras fuerzas– una nueva reforma política, que reconoce las candidaturas ciudadanas y la relección de representantes populares, pero olvida el reconocimiento de derechos de los pueblos indígenas y los medios de comunicación. Y tercero, promovió la realización de alianzas electorales con el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Diálogo por la Reconstrucción de México (Dia) en varios comicios estatales.
La alianza PAN-PRD con otros partidos camina en Durango, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo y Sinaloa. Allí, el tricolor triunfó en las federales de julio de 2009. Salvo el caso de Xóchitl Gálvez en Hidalgo, los postulados por la coalición no son figuras panistas ni perredistas. En Durango, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo y Sinaloa los candidatos a gobernador aprobados o por acordarse por parte de la coalición blanquiazul-sol azteca son o fueron priístas.
El duranguense José Rosas Aispuro renunció al Revolucionario Institucional apenas el 30 de enero de 2010. Rafael Moreno se separó de ese partido por los escándalos del góber precioso y fue postulado senador por Acción Nacional en 2006. Aunque es militante de Convergencia, Gabino Cué forma parte, desde hace muchos años, de la corriente del ex gobernador de Oaxaca y ex secretario de Gobernación, Diódoro Carrasco, quien renunció al PRI y se adhirió al PAN. El sinaloense Mario López Valdez firmó su renuncia el pasado 24 de febrero a la posibilidad de contender por la candidatura del tricolor y ha confesado su interés por ser abanderado de la alianza opositora.
Las alianzas electorales entre la izquierda y la derecha han sido justificadas por el PRD con el argumento de que son un medio para terminar con los cacicazgos políticos del PRI en diversos estados de la República. Sin embargo, no se realizaron en entidades donde esos cacicazgos existen, como Tamaulipas (donde el PRD coqueteó con la idea de postular a Lino Korrodi) o Veracruz (donde el PAN apostó a una pelea de fango postulando a Miguel Ángel Yunes). En los hechos, el frente antitricolor es una coalición anti Enrique Peña Nieto. En todas las entidades en las que el sol azteca y los blanquiazules van juntos, el mandatario del estado de México tiene una enorme ascendencia entre los candidatos de su partido.
Las alianzas electorales PAN-PRD no fueron pactadas con un contenido programático progresista. En caso de que triunfen, los candidatos propuestos no tienen compromisos públicos de emprender transformaciones sociales. Y, aunque los tuvieran, no hay garantía alguna de que cumplirían con su palabra. Las coaliciones tampoco generarán –salvo, quizás, en Oaxaca, donde todo está aún por verse– convergencias sociales capaces de modificar la correlación de fuerzas en los estados en favor del campo popular.
En cambio, en lo inmediato, las alianzas han dado al gobierno de Felipe Calderón un respiro frente a los descalabros electorales de su partido, la crisis económica y el empantanamiento de la guerra contra el narcotráfico. Simultáneamente han servido para fortalecer el liderazgo de Jesús Ortega dentro del PRD. El cuestionado dirigente del sol azteca tiene hoy el aire, los reflectores y el espacio político que no tuvo desde que el fraude electoral y la intromisión del IFE lo ungieron al frente de su partido.
Las alianzas electorales entre PAN y PRD tal como han sido pactadas son expresión de un conflicto entre las elites. Su efecto inmediato en muchos sectores de la población es aumentar la confusión y la desconfianza hacia la política institucional y los políticos tradicionales; reforzar la idea, ampliamente extendida, de que todos son iguales.

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