Diego Enrique Osorno / Enviado
Medellín tiene un presupuesto cultural mayor al del Ministerio de Cultura nacional, comenta el alcalde de esa ciudad colombiana que padeció una violencia como la que hoy viven Ciudad Juárez y Tijuana.
MEDELLÍN, Col.- En los años en que Alonso Salazar escribía libros sobre la violencia de la juventud con títulos tan dramáticos como No nacimos pa’semilla, a la vez que trabajaba en organizaciones no gubernamentales, Medellín, dice, era como el Apocalipsis. Aunque tiene formación de periodista, Alonso no exagera: nunca han existido tantas muertes violentas en una ciudad latinoamericana como las que hubo en 1991 en esta urbe industrial rodeada por montañas atiborradas de casitas de ladrillo. La cifra de asesinatos superó ese año los seis mil 500, más de la mitad de las ejecuciones que ha habido en todo México durante lo que va del actual gobierno del presidente Felipe Calderón.
“Lo que pasó aquí fue que el Estado colapsó”, me dice en el despacho del piso 12 de la alcaldía de Medellín, donde trabaja desde el año pasado. Tanto Alonso como el anterior alcalde, su amigo el matemático Sergio Fajardo —quien ahora es uno de los principales aspirantes a suceder a Álvaro Uribe en la Presidencia de Colombia— se involucraron en la política hace 10 años, a través de uno de los partidos más pequeños del país. Ambos gozan de excelente reputación nacional e internacional por haberle quitado a Medellín la oscura sombra de Pablo Escobar; la de los imberbes pistoleros retratados por el escritor Fernando Vallejo en La Virgen de los Sicarios.
¿Cómo logró la hiperviolenta Medellín de antes —nuestra Ciudad Juárez o Tijuana de hoy— ser otra? En entrevista con M Semanal, el alcalde Alonso cuenta ese proceso y revela algo que le dijo en mayo pasado al presidente Felipe Calderón y al secretario de Desarrollo Social, Ernesto Cordero, cuando visitaron Medellín para conocer la experiencia local: “Al narco se le vence con cultura, no sólo con el uso de la fuerza represiva del Estado”.
DEO: ¿Cómo era el Medellín donde usted trabajó como promotor social? ¿Se parece un poco a lo que estamos viviendo en México?
AS: Como te decía, era realmente como el Apocalipsis. Si una ciudad tiene seis mil 500 homicidios en un año, como los tuvo Medellín en 1991, y apenas dos millones 100 mil habitantes, estamos hablando de 380 homicidios por cien mil habitantes, pero más allá de eso estaba el tema de las territorialidades. Por aquí había unas milicias vinculadas a las guerrillas, acá unas bandas ligadas con el narcotráfico, por allá otras formas de delincuencia común y si en esa misma ciudad se asesina a 500 policías nacionales, uno dice: “No hay Estado”. De hecho lo que pasó aquí fue que el Estado colapsó y todos los años noventa han sido de reconstrucción social. Desde luego la ciudad no dejaba de funcionar en el sentido material, y quizá la imagen hacia afuera era muy estereotipada en el sentido de que era una ciudad con relativo desarrollo urbano e industrial, pero la violencia nos llegó hasta los tuétanos. Murió un comandante de la policía, un gobernador de la región y un alcalde de la ciudad. Morían magistrados, se imponían toques de queda, se hacían masacres en distintos lados y rincones.
DEO: Casi parece que está hablándome de Ciudad Juárez...
AS: Escucho a veces las noticias de México y digo, bueno, es como si fuese un espejo. Para nosotros, lo que vivimos hoy es tiempo de relativa esperanza porque hemos estado en momentos muy oscuros, aunque desde luego esas tensiones en nuestras ciudades siempre están presentes en el camino de la convivencia, de la gobernabilidad, de la inclusión social... Por la fuerza vertiginosa y destructora de la estructura del narcotráfico se nos desencarrila a veces muy fácil el coche que queremos llevar hacia cierta ruta. Yo no miro todo esto en tiempo pasado, estos proyectos están todos los días en todas las urbes latinoamericanas, dando las batallas en un sentido de esperanza y democracia, y en un sentido muy profundo, ante el consumismo extremo, la muerte que están ligados a la cultura del narcotráfico.
DEO: ¿Qué acciones tomaron que no se habían tomado antes para rescatar a la ciudad?
AS: Hemos hecho una cantidad extraordinaria de acciones en esta ciudad, pero yo le voy a poner unos parámetros que quizá sean reveladores: el municipio de Medellín invierte más en cultura que el Ministerio de Cultura de Colombia, y hacemos becas de la creación y fomento a los grupos de música. Tenemos más de cinco mil en diferentes redes.
DEO: La biblioteca del Parque de las Luces es impresionante...
AS: Aparte de esta biblioteca se construyeron otras cinco en las zonas más pobres, buscando diversas arquitecturas, muy bonitas, de hecho algunas se han convertido en íconos. Los colegios de calidad los pusimos también en las zonas más pobres, como si fuesen de estratos altos, y hemos reconstruido ya más de 85 colegios. Una parte de ellos ya casi están absolutamente nuevos, hemos hecho unos proyectos de calidad involucrando a los profesores mediante concursos y premios anuales, olimpiadas del conocimiento, fondos para que la gente de las zonas populares pueda tener educación superior. Les damos las matrículas y una cuota de subsistencia, ya tenemos a siete mil alumnos en esas condiciones. También hemos hecho intervenciones urbanas integrales, mejorando espacios públicos, dando calidad de vida y generando centralidades para irrigar la economía de la ciudad. Los sistemas de transporte de cable a las montañas —esta ciudad es como una batea—han propiciando toda una transformación social y cultural.
De hecho, un territorio como Barrio Santo Domingo, donde trabajé yo por tiempos largos y por donde han pasado todas las manifestaciones de violencia, hoy es un centro de desarrollo económico muy importante de la parte nororiental de la ciudad. Apelamos mucho al concepto de la cultura ciudadana, de sentir la democracia como valores compartidos; apelamos a los conceptos de la autorregulación, pero desde luego también trabajamos en la modernización institucional, la nuestra, la más civil; la modernización de las instituciones del Estado nacional que están aquí, incluida nuestra policía ya que no tenemos policías locales. Yo diría que trabajamos bajo un modelo de transparencia, tratando de modificar las posibilidades de inclusión de los más humildes.
DEO: ¿Y por qué cree que no se hizo esto antes?
AS: Porque las administraciones que por lo menos esta ciudad tenía, vivían un poco como a espaldas de esas circunstancias. Como si en realidad casi no fuera la misma ciudad. A mí me sorprendía mucho que teniendo los niveles de violencia que había, por ejemplo, organizáramos eventos para analizar estos temas y las administraciones nunca asistían, no era su tema, no era su interés y, desde luego, yo creo que se necesita cierta comprensión y cierta sensibilidad, porque por lo regular un político piensa que el pobre necesita que le hagan un edificio, aunque no sea muy bonito, una escuela y algunos sitios dónde caminar, y ya.
DEO: Ustedes tenían una idea distinta en torno a esos subsidios...
AS: Nosotros creo que sí teníamos la intuición de que hay algo en el tema cultural, en el espíritu de toda esta juventud que se ve involucrada en la violencia, que no se soluciona con un subsidio económico o con una atención material, sino que también habría que darle un abrazo y decirle: “Oiga, usted es un ciudadano o ciudadana muy importante, venga y diga qué está pasando, venga y cante, interprete música”. Hoy tenemos los concursos de talento de mujeres, becas a la creación artística y múltiples formas para que la gente pueda ir a un escenario y sentirse bien. En un día nosotros pudimos reunir a 40 mil personas en asambleas en cada barrio para elegir delegados que discutirán en qué se invertirán unos 60 millones de dólares cada año. Son maneras de ser y de participar, y creo que eso es saludable para la gente y para la democracia.
DEO: ¿Todo esto que nos cuenta se lo contó también al presidente Felipe Calderón?
AS: Sí, estuvimos con el presidente Felipe Calderón en una zona que antes era de alta peligrosidad, montamos ahí en el cable, le mostramos una de las bibliotecas, la de San Javier, y le fuimos contando. Ahí tuvimos a los niños de esa zona que tocan instrumentos clásicos y le dieron la bienvenida, y todo el tiempo estuvimos conversando de lo que ha pasado en la ciudad. Yo creo que él está muy perceptivo, aquí también estuvo el secretario de Desarrollo Social del gobierno federal, han venido algunos mandatarios locales y como Medellín se ha hecho sobre la base de aprender de otras experiencias, pues lo que yo digo a quienes nos visitan es que si algo de lo que aquí se hace es de ayuda, estamos muy dispuestos a compartirlo; quizá haya aquí, por lo duro de lo que hemos vivido, algunas cosas que le puedan servir al pueblo mexicano para enfrentar las circunstancias que atraviesa.
DEO: Pero no se ha concretado nada formalmente.
AS: Solamente estas visitas. Hemos hecho agendas muy completas por toda la ciudad, porque además nosotros mostramos la ciudad completa, no sólo una partecita que esté arreglada. En los recorridos que hacemos está la ciudad de altos contrastes, la que se ha logrado transformar, la que está ahí todavía urgiendo una transformación social, y lo que les hemos dicho a los miembros del gobierno de México que han venido es que estamos absolutamente dispuestos y listos para compartirles.
DEO: Hay un debate en México acerca de la militarización del país, el uso de la fuerza pública. En Ciudad Juárez hay miles de soldados, y no se conocen los programas que ustedes han implementado. ¿Qué tanto funciona la estrategia policiaca sin el trabajo social y cultural?
AS: Yo no creo que un Estado pueda desperdiciar el uso de su fuerza dentro de parámetros de legitimidad. Lo que creo es que estas crisis urbanas que estamos viviendo son muy esquivas a la aplicación de la fuerza, no en cuanto a una estructura del crimen organizado con características tales, que actúa así o asá, sino en la capacidad que tiene esa estructura de influir a muchos, cautivarlos, porque los cautiva con la plata, desde luego, pero también con símbolos religiosos, con símbolos de consumos fastuosos que son casi como prácticas tribales. Esa violencia urbana es muy primitiva, muy de resurrección de valores atávicos, entonces no es fácil controlarla con el medio represivo exclusivamente, o con métodos sociales tradicionales.
Nosotros hicimos en esta ciudad algo que marcó historia. Era un programa de televisión que se llamaba Arriba mi barrio, y a través de ese programa podíamos llegar a las zonas inaccesibles por la violencia; lo que nos pedía la gente de esas comunidades es que no les habláramos de sus problemas, sino de sus orgullos, de sus cualidades, y nos ponían la calle más bonita para que el programa se hiciera desde ahí, y no la calle más fea, y uno entiende que hay algo ahí que está interpelando la dignidad. ¿Usted cómo me mira, usted cómo me describe, usted qué dice de mí?
Aquí se utilizó esa palabra, comunas, para decir territorios del crimen, territorios del mal, territorio de invisibles, un poco de monstruos, y cuando la ciudad empieza a verse a sí misma, y cuando los de los estratos altos empiezan a ver los rostros, parece increíble decirlo, pero es como si no se hubiesen visto nunca; ahí empiezan a entender que hay otras humanidades y unos seres en dificultades, complejos, pero que también han tenido capacidad de construir unos hábitos urbanos en sitios que eran prácticamente inaccesibles, con gente que también tiene una cantidad de cosas virtuosas.
Yo diría que la fuerza del Ejército, de la policía, tiene que ser bastante rigurosa, organizada, tiene que ser más especializada, pero la tentación de estigmatizar a la juventud, la tentación de hacer lo que aquí llamábamos limpieza social, eliminar supuestos delincuentes, algo que es tan frecuente en esos tiempos de crisis, se paga muy costoso. Esto lleva a una radicalización, aquí llevó a una radicalización de esas zonas y a ver al Estado cada vez más como un enemigo. La fractura se hace muy rápido, y el reencuentro es complicado y hay que tejerlo en mucho tiempo.
DEO: ¿Cómo llega un periodista a ser alcalde de la segunda ciudad más importante de Colombia?
AS: Es una historia que podría resumir diciendo que casi toda la vida me he dedicado, más que al periodismo, al tema del desarrollo social, trabajando en organizaciones no gubernamentales, muy especialmente en el 85, en las zonas más conflictivas de la ciudad de Medellín, siempre con el propósito central de ayudar a la transformación de la ciudad pero sin una meta muy clara en cuanto a llegar a la alcaldía. En 1999 un profesor de matemáticas que llevaba 20 años en la universidad, paisa de origen, como decimos a los de Medellín, dice “yo quiero ser alcalde de Medellín” y quién sabe por qué yo le dije: yo lo apoyo. Y ese hombre, que se llama Sergio Fajardo, llegó a ser alcalde de la ciudad, y yo fui su secretario de Gobierno y luego, como en Colombia no hay reelección de alcaldes, nos preguntamos: ¿quién sigue la tarea? Nos miramos las caras y terminé yo tomando las banderas y por eso estamos, ya lo digo yo, sobre el sexto año del mismo programa de Gobierno que empezamos en 2004, aunque yo entré en el 2008.
DEO: ¿Usted viene de barrio?
AS: Yo vengo de un barrio popular, aunque en el sentido original de familia somos de origen campesino, migrantes a la ciudad. Vivimos en un barrio que se llama Buenos Aires y luego ya en una zona más de clase media que se llama Simón Bolívar. Yo me vinculé al trabajo de estas zonas populares, especialmente con la Iglesia, con los sacerdotes, en un tiempo en que los barrios eran todavía demasiado imperfectos en el sentido de que no tenían su infraestructura básica, ni caminos, ni alumbrado, en el proceso de estar en esas comunidades fue que empezó esa presencia tan dura, tan fuerte y extraña de una violencia ligada al narcotráfico y a unos espejismos que a mí en lo personal me conmovieron mucho; ese tipo de violencia donde al mismo tiempo se puede rezar, donde la vida, la juventud en especial, se vuelve demasiado volátil, donde el estado pierde cualquier capacidad de controlar el territorio y unos muchachitos imberbes terminan siendo unos matones despiadados. Desde luego la pregunta que yo siempre empecé a hacerme no era qué hacer con ellos, sino ¿qué hacer con la sociedad que está produciendo este tipo de juventud? Y en esa pregunta me he ido quedando; después llegué a ser asesor externo del Ministerio de Educación y luego consultor de algún organismo multilateral, como el Banco Interamericano de Desarrollo, y ahora estoy aquí.
DEO: Como alcalde tiene más posibilidades de responder a esa pregunta, ¿no es así? Es la misma pregunta que le hace gente que gobierna.
AS: Sí, y lo que intentamos responder es que todas estas generaciones necesitan identidad. No una identidad que uno les construya, sino una identidad que uno les permita construir. Por eso para nosotros el tema de cultura, conocimiento y educación es quizá el eje central de todo lo que hacemos, desde luego que eso va empatado a espacios públicos y arquitecturas que sean dignificantes de la vida de las comunidades. Yo podría afirmar a estas alturas que el joven delincuente busca esencialmente ser reconocido, y entonces lo que tendríamos que hacer como sociedad es buscar otras formas de reconocimiento, y más tempranas, para evitar la tentación de la violencia.
Milenio26/08/2009
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