miércoles, 5 de agosto de 2009

Los desenterradores de Acteal

Hermann Bellinghausen

Terminaron las deliciosas y muy merecidas vacaciones de los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y se inicia la nueva temporada de caza. En un país en el que no se castiga nunca la responsabilidad gubernamental, por criminal que esta sea (lo que va del 68 a la guardería ABC de Hermosillo y la violencia institucional hoy contra el narco y los migrantes y, de paso, los legítimos movimientos sociales que protestan), un grupo de intelectuales y abogados se han dado a la noble tarea de abogar por unos indígenas de Chiapas que, consideran, están presos indebidamente, como “culpables fabricados”. Se trata de los paramilitares sentenciados por la masacre de Acteal en 1997. Pues una cosa es cierta: todos los presos eran paramilitares. El grupo al que pertenecían debe no sólo las vidas de Acteal, sino muchas otras en los meses anteriores a la masacre.
Esta “salvación” de los presos por Acteal ya fue intentada en 2007 por los mismos que lo hacen ahora. En los mismos medios, con los mismos argumentos elaborados desde 2006 por el departamento jurídico del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y abogados evangélicos. Ahora podrían salirse con la suya.
Habiendo tanto indígena preso injustamente en todo México (por no hablar de los muertos, desplazados, despojados, mujeres violadas), qué notable afán por tomar precisamente a ‘estos’ para probar que la justicia mexicana es fallida y convenenciera.
O “era”, como sugiere Ana Laura Magaloni, quien, en un alarde de benevolencia, considera que ya estamos en la democracia, los gobiernos priístas son “el viejo régimen” y este encarcelamiento irregular de indígenas es una rémora de un México que ya no existe. Cosas que ocurrían “durante los años del autoritarismo mexicano” (Reforma, primero de agosto).
Uno pensaría que gente como esta investigadora lee algo más que los periódicos para enterarse. O cuando menos los periódicos. En el país militarizado de hoy, el “autoritarismo” no existe, por lo visto. Y la justicia es prístina y equilibrada, sin ninguna carga política, verdaderamente independiente. Ya se verá cuando salgan algunos de estos paramilitares: será un triunfo de la justicia “en la democracia”.
Sus motivos tendrán estos abogados y abogadores. Hacen una elaboración meticulosa e imaginativa. Sobre todo en ciertos episodios de su “reconstrucción”, ya descrita a fines de 2007 por Ricardo Raphael en El Universal; Héctor Aguilar Camín, en Nexos, así como Magaloni y otros investigadores y columnistas. Un ejemplo sería la fantástica “batalla” de Acteal (Nexos, diciembre de 2007). Otro, la aprehensión de 24 paramilitares durante el cortejo fúnebre de Las Abejas y bases de apoyo del EZLN en dirección a Acteal, el 24 de diciembre de 1997.
Según Aguilar Camín (Milenio, 4 de agosto), aquella Navidad, la PGR detuvo a dichas personas “de la siguiente manera”: “Mientras el cortejo fúnebre de los deudos de Acteal marchaba por la carretera, una camioneta de redilas llevaba a la cabecera del municipio de Chenalhó a distintos personajes de las comunidades, convocados por el alcalde para una reunión.
“Eran todos antizapatistas, del bando contrario a los dolientes. La camioneta fue obstruida en su paso por el cortejo, al que por razones de seguridad vigilaban agentes de la PGR. Unas mujeres gritaron, señalando a los que viajaban en la camioneta: ‘Ellos son los asesinos. Ellos son’. La PGR detuvo a 24 viajantes, sin más prueba que el señalamiento de los deudos del cortejo”.
Al igual que muchos testigos más, el autor del presente artículo estuvo allí. El momento está filmado. Quien resguardaba el cortejo eran centenares de zapatistas encapuchados, no la PGR y acompañaba a los difuntos el obispo Samuel Ruiz García. El dolor y el horror de los presentes era inmenso. En esas, con sospechosa precisión, llegó en dirección opuesta un camión de redilas lleno de campesinos, escoltados por la policía municipal de Chenalhó. Literalmente, se topó con los muertos de Acteal, en Acteal. Y con los sobrevivientes.
De inmediato salieron voces, un clamor, no sólo de mujeres por cierto. Los dolientes los identificaron como paramilitares. Un momento de insoportable tensión. Nunca he dejado de pensar que alguien puso la mesa para un linchamiento ready made. Con perversión cronométrica. Mas no era una marcha violenta, y no lo iba a ser. Un cordón de zapatistas encapuchados rodeó el camión, con disciplina y eficacia, para impedir que la multitud tuviera acceso a los pasajeros de las redilas, y Samuel Ruiz intervino para calmar el ánimo de los deudos.
Ninguno de los paramilitares negó serlo en ese momento. Su reacción fue de culpables, y de miedo. Agacharon la cabeza. ¿Por qué ninguno dijo “yo no fui”? Uno, cuando menos. ¿No sería lo normal? No, sólo descubrieron que habían sido engañados. Usados.
Por lo demás, no fue la PGR la que los “rescató” de una potencial turba. Simplemente, a los ojos del mundo y de las víctimas vivas, la policía federal se vio obligada a cumplir con su deber. ¿Cualquier camión con pasajeros visibles hubiera despertado esa denuncia inmediata y dolorosísima? Estoy seguro que no.
No es el único episodio inexacto en las reconstrucciones del revisionismo histórico de los autoasumidos desenterradores de Acteal. Igual sus versiones de la violencia en la gravera de Majomut meses atrás, y la “batalla” de Acteal donde un presunto (e indemostrable) fuego cruzado habría liquidado a 45 personas que estaban en medio, de rodillas, rezando.
En una entrevista aún inédita, filmada este año, Aguilar Camín elabora ampliamente su versión de todo aquello, con aplomo de historiador convencido de sus fuentes. Y para ejemplificar la tesis de que los malos no eran los malos, y los buenos tampoco eran tan buenos, cita con regocijo que Las Abejas de Acteal, “son abejas de día, y alimañas de noche” (donde alimaña equivale a zapatistas armados, según alcancé a entender).
El lenguaje no perdona.

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