León Bendesky
La política mexicana está dominada hoy por una patente ausencia de ideas. Las elecciones de diputados federales, algunos gobernadores, congresos locales y ayuntamientos, y delegaciones en el Distrito Federal no representan nada real para la mayoría de los ciudadanos, que presencian todo este proceso sin interés en cuanto a su significado para las condiciones en las que está el país.
Este proceso electoral de medio término del periodo presidencial tiene relevancia primordial para los partidos pues habrá, sin duda, una nueva repartición del poder en el Legislativo federal y en la estructura política de los estados que participan. Habrá nuevos ganadores y perdedores entre ellos, y la ciudadanía no va a ganar nada, y lo sabe a pesar de la impudencia de la mayoría de los políticos y aspirantes a un “puesto de elección popular”, noción que tiene poco contenido reconocible.
Los partidos están cada vez más lejos de la gente, de sus intereses y sus necesidades. Son cotos bastante cerrados para disfrutar de un gran presupuesto proveniente de los impuestos, para permanecer en una especie de santuario en el que se perpetúan las canonjías y se abren espacios para que puedan aprovechar la oportunidad aunque algunos entre ellos por un breve tiempo. Cuando uno sabe del escándalo reciente de los parlamentarios británicos se sonríe.
La reproducción de los grupos políticos en este país no está basada en la profesionalización, en un sistema de rendición de cuentas, en un espacio de interacción entre ciudadanos y políticos que signifique una representación objetiva de la demandas de la gente. No hay sistema democrático perfecto, pero éste agrava su anquilosamiento cada trienio y sexenio que transcurre. ¿Hasta cuándo?
Las muestras de esto, tan sólo en lo que va del gobierno actual son muchas y notorias en todos los partidos, en las broncas que escenifican, su mediocridad, las acusaciones que se hacen entre ellos y cómo se retractan quienes las hacen, o bien, cómo siguen impunes en puestos de relevancia en el mismo gobierno o el sector privado, o en los sindicatos. El entorno político está dañado de gravedad y sobrevive sólo porque aún es capaz de generar grandes beneficios para quienes forman parte de él. Hasta que eso no se acabe, no hay nada que hacer en el marco institucional y de las relaciones de poder que existen y que los favorecen.
Entre la gente se discuten más que nunca las posibilidades de mostrar el enorme descontento que hay frente a toda esta podredumbre. Los votos por candidatos independientes ofrecen por ahora una opción muy reducida y poco efectiva. La anulación de los votos se convierte en una posibilidad para ejercer de modo más eficaz el derecho al voto. Esta es una gran paradoja que muestra la enfermedad que padece el sistema político. Atención, que entre la gente sí hay ideas y de alguna manera, tarde o temprano se harán más firmes.
La opción de anular los votos será muy mala para los partidos, y seguramente una señal que ignorarán porque pueden hacerlo. Podrán formar la Cámara de Diputados federal y los gobiernos y legislaturas locales aun con pocos votos efectivos. Pero será un avance de la metástasis que padece la organización de esta sociedad.
Tampoco le gusta al IFE que se elija esta forma de votar. Cuestionaría su propia razón de existir, el gran gasto que representa, su legitimidad como árbitro de las elecciones. El IFE ha acabado siendo un órgano más de la estructura de poder prevaleciente, reducida su autonomía efectiva y su capacidad de promover una democracia verdadera, incluyendo el mismo recuento de los votos como ocurrió en las presidenciales de 2006. Y esto a pesar de toda la corrección política que muchos analistas e intelectuales cercanos al gobierno quieren imponer sobre todos los demás. Cada vez les cuesta más trabajo.
Las elecciones del 5 de julio son relevantes por la recomposición del poder de los partidos y, al mismo tiempo, por su desconexión cada vez más grande los ciudadanos que deben ser representados. Quinientos diputados son demasiados, no necesariamente como número absoluto sino en términos de su representación ciudadana real. Doscientos diputados de representación proporcional son ya una aberración democrática que sólo perpetúa las mismas caras por años y años, y de modo crecientemente dañino. Igual pasa con los sanadores que se mimetizarán dentro de tres años.
Ninguna idea se halla en esta oportunidad de la elecciones por parte de los partidos, de los candidatos, de las formas de ejercer la práctica política (siempre hay algunas excepciones de algunos individuos, pocas por cierto). Y vaya si en México se necesitan ahora ideas para encarar la crisis económica, la caída del precario bienestar de las familias, la delincuencia, la inseguridad y todo lo que a diario sabemos con más detalles.
Tampoco hay ninguna idea en el gobierno federal. Hay una inercia cada vez más riesgosa en la gestión de la economía. La situación fiscal empeora por ahora, la política monetaria expone a una fragilidad mayor, las obras públicas no avanzan como se ofreció, Pemex sigue en crisis. Y así marchamos sin rumbo claro. Desde el gobierno y desde los partidos se contribuye al desgaste de un entorno social ansioso, cansado y con pocas opciones institucionales de expresar su descontento, pero con crecientes inquietudes que expresar.
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