martes, 9 de marzo de 2010

¿Hacia una escisión panista?

Miguel Ángel Granados Chapa


No tiene todavía la notoriedad que desde su momento adquirieron las crisis en que grupos relevantes se desprendieron del PAN: en los años sesenta los democristianos, en los setenta los solidaristas y en los noventa los doctrinarios. Pero va dibujándose una tensión interna en el PAN que podría desembocar en una escisión, no de núcleos selectos como en aquellos entonces, sino de gran número de militantes descontentos por el curso del partido encabezado no por César Nava, sino directamente por Felipe Calderón desde Los Pinos.

Los barruntos de una división de esa naturaleza se observan en Veracruz, Sinaloa, Tamaulipas, Oaxaca y en alguna otra entidad. El dato común en el todavía no muy visible pero ya real descontento es la presencia de Manuel Espino, el exlíder nacional que forma parte del comité ejecutivo, donde cada vez más se le hace sentir que no es bienvenido.

El episodio más notorio y potencialmente peligroso para el mando nacional panista se desenvuelve en estos días en Veracruz. La designación a dedo (mediante pastelazo en realidad) de Miguel Ángel Yunes Linares como candidato a la gubernatura no generó el asentimiento pasivo que se esperaba en Los Pinos y la avenida Coyoacán. Gerardo Buganza se rebeló contra ese nombramiento y contra el modo de hacerlo. Renunció a una militancia de 16 años que lo llevó a ser regidor en Córdoba, diputado federal, senador de la República y candidato al gobierno estatal que estuvo cerca de imponerse a Fidel Herrera hace seis años. Suponía posible ser de nuevo el abanderado panista. Lo anunciaban así las encuestas, la mayor parte de las cuales señalaban la preferencia que suscitaba entre los miembros del PAN y fuera del partido.

En su renuncia, dirigida a Nava pero con alusiones que hacen pensar que la destinó también a Calderón, Buganza denuncia el abajamiento de las conductas partidarias y se inconforma con el tratamiento dado a su caso personal. Se duele de que en el PAN hoy ya no se piense que “lo importante (…) es gobernar bien, sino que la prioridad está en ganar elecciones a cualquier costo y aun cuando ello signifique perder la identidad para parecerse cada vez más a aquello que se dice combatir”.

Recuerda que cuando comenzaron a llegar los triunfos electorales se alertó sobre la necesidad de “ganar el gobierno sin perder el partido”. Eso lo dijo en los años noventa el ahora presidente de la República, por lo cual Buganza lamenta que ese que fue un “discurso profundo en su momento”, hoy “es frívolo por una realidad que lo vence”.

Respecto de sí mismo, dice haber comprobado “que al más alto nivel –nueva alusión al Presidente– se tomaron decisiones basadas en infundios que lastimaron mi honor, el de mi familia toda. Hubo oídos para escuchar y creer esas intrigas palaciegas, pero nunca disposición para conocer la verdad, porque de haberlo querido tenían medios para verificar que eran vulgares mentiras las acusaciones con las que enlodaron mi prestigio”.

Buganza dice que renuncia –y por ello dio amplia difusión a su carta– porque decidió no guardar “un vergonzante silencio” ni “ser indolente ante la ruta que (…) conduce (al PAN) a la gradual destrucción de sus principios y doctrinas (…) Pretender que nada ocurrió en el proceso de selección de candidato a gobernador de Veracruz sería indigno de quien cree en la democracia…”. El exsenador reprocha a los dirigentes del partido (y emplea para dirigirse a ellos un “ustedes” que no se refiere al comité nacional) el que “ningún acuerdo” haya quedado “a salvo, y mucho menos la democracia interna, gracias a la manipulación y las presiones, ambas evidentes”.

Quizá porque le parecen evidentes, o porque no quiso meterse en camisa de once varas, Buganza se abstuvo de detallar “la manipulación y las presiones”. Las hubo, y provinieron de Los Pinos, para que el comité nacional panista pasara por alto las encuestas que afianzaban al cordobés y se lograra que una mayoría votara por hacer de Yunes el precandidato único. Acaso omitió esos pormenores, la motivación de la precandidatura ganadora, porque ya Espino se había encargado de ofrecer una explicación.

En un mensaje profusamente distribuido por la prensa veracruzana (principalmente del puerto y de Xalapa), el exdirigente nacional desnudó el móvil presidencial a partir de una revelación: hace apenas tres años, el candidato ahora escogido por Calderón fue vetado por la misma persona, con sobradas razones, con razones compartidas por un ancho sector de la sociedad veracruzana (y aun nacional). En los primeros meses de 2006, Yunes, quien era subsecretario de Seguridad Pública a cargo del sistema carcelario, pretendió ser candidato a senador por el PAN, partido al que había arribado recientemente. Calderón le cerró el paso, “bajo el argumento –dice Espino– de que cuando Yunes fue secretario de Gobierno con Patricio Chirinos se distinguió por su desempeño corrupto, así como por golpear, perseguir y difamar (a) panistas”.

No sólo eso. Calderón advirtió a Espino, en su calidad de jefe nacional, que “si Miguel Ángel llegara a ser candidato, lo rechazaría públicamente y no aceptaría su compañía en actos de campaña en Veracruz. Me exigió evitar que el expriista fuera candidato por Acción Nacional”. Para lograr ese objetivo sin causar problemas, Espino dice haber maniobrado para que el ahora candidato a la gubernatura se quedara en su cargo del gobierno federal.

El propio Espino da la clave para explicar la mudanza del parecer de Calderón: se trata de un pacto que hizo con Elba Esther Gordillo. Esa versión, expuso a los lectores veracruzanos el exdirigente nacional panista, “me la confirmó el propio Yunes (…) me dijo en 2006 que él había apoyado a Felipe Calderón desde la contienda interna en el PAN porque así lo había negociado con la maestra”.

No ha sido explícito el nexo entre Espino y Buganza, aunque su inconformidad los una. La del exlíder nacional se acrecentó el lunes pasado, cuando tuvo un desencuentro –de los que no han sido raros entre ambos– con quien lo sucedió a la cabeza del partido, Germán Martínez. Una semana después del destape de Yunes, Espino dijo en el comité panista lo que, asegura, no le permitieron decir en su oportunidad. Le respondió airado Martínez, quien lo incriminó por su nexo con Ulises Ruiz, a través de Nahum Acosta, quien figura como apoderado de varias empresas constructoras que contratan con el gobierno de Oaxaca. Acosta es amigo de Espino, y trabajó con él en Los Pinos (al comienzo del gobierno de Fox), y estando allí fue acusado de filtrar informes a una banda de narcotraficantes. Fue dejado en libertad en lo que pareció un choque entre facciones, muy costoso para ese hombre que padeció breve prisión y gran desprestigio.

Buganza no pretendió sonsacar a sus amigos para que junto con él se vayan del PAN. Pero puede leerse como una arenga a que lo hagan la fórmula de su despedida en la carta a Nava que hizo publicar profusamente: “A mis amigos, a los veracruzanos que siempre me han otorgado su confianza, reciban mi gratitud y como siempre ¡firmes y dignos!”. No se sabe si explotará el capital político que en efecto tiene, ni en qué medida lo hará acompañado por Espino. Pero es muy probable que sus partidarios padezcan perplejidades y enojos ante el agravio a Buganza. Éste no tiene alternativa que ofrecerles, porque es imposible que otro partido lo postule. Todos tienen ya su candidato. Si resolviera ponerse a la cabeza de un movimiento que abandone el PAN, podría negociar con un candidato la aportación de ciertos principios y algunas plazas en caso de triunfo a cambio de apoyo. O podría ocurrir simplemente una huelga de brazos caídos, de desapoyo a Yunes, que se convierta en impulso a las candidaturas del PRI y de Convergencia.

Sea o no cierta la especie divulgada por Martínez y enrostrada a Espino sobre su relación con el gobernador de Oaxaca a través de Nahum Acosta, lo que sí es cierto es que el exlíder panista pretendió impedir que el PAN se aliara con los partidos del Diálogo para la Reconstrucción Nacional. Y aun impulsó la candidatura de Huberto Aldaz, como alternativa frente a Gabino Cué. Apenas concretada la semana pasada la alianza con Cué a la cabeza, no queda claro qué harán las huestes de Aldaz. Pero podrían irse del partido o desmovilizarse en perjuicio del candidato de la coalición que incluye a su partido…

En Sinaloa se perfila un choque entre el comité nacional y el panismo local. Se ha difundido la versión de que en Los Pinos, recibido por su huésped principal, el senador Mario López Valdez, Malova, pactó las condiciones en que sería candidato externo del PAN. Pero los militantes sinaloenses objetan su dependencia del exgobernador Juan Sigfrido Millán y no lo quieren como candidato. Si se les impusiera su postulación, como la de Yunes en Veracruz, se reproduciría el fenómeno descrito líneas arriba respecto de otros estados. Con el añadido de que uno de los líderes locales del panismo, Manuel Clouthier Carrillo, está bajo el fuego (es una metáfora impertinente para Sinaloa, lo reconozco) de los mandos nacionales de su partido.

En Tamaulipas, en fin, se esboza una situación análoga. No existe allí un liderazgo erguido como en Sinaloa, y al contrario, tan sospechoso es su perfil, que el comité nacional tuvo pretexto para reservarse el nombramiento del candidato a gobernador, que será Julián Sacramento. Pero el exalcalde de Reynosa, Francisco Javier García Cabeza de Vaca, molesto por su marginación, podría manifestar su enojo yéndose del partido y arrastrando consigo a no pocos militantes.

No anuncio que la escisión ocurrirá. Por eso coloqué entre interrogaciones el título de esta columna. Pero podría ocurrir.

Proceso
07/03/2010

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