La muerte de J.D. Salinger conmociona el mundo literario
“Ni se droga ni se escapa; es un atrincherado, pero no un evadido”, afirmó de él Mario Benedetti
Dejó varios libros que serán publicados de manera póstuma, dice su hija Margaret
Periódico La Jornada
Viernes 29 de enero de 2010, p. 4
Nueva York, 28 de enero. Unas pocas palabras conmocionaron ayer el mundo literario: “El escritor J.D. Salinger murió en su casa de New Hampshire. Tenía 91 años”.
No se ofrecieron más detalles, con lo cual el notable autor, que durante toda su vida cuidó al máximo su privacidad, se transformó en leyenda.
Su nombre era Jerome David Salinger y pertenece ya a la distinguida y poco común estirpe de narradores a quienes les basta un solo libro para conmover, de manera inolvidable, a colegas y lectores.
Entre el manojo de relatos que escribió bastó El guardián entre el centeno (The catcher in the rye), para alcanzar una gloria que siempre despreció.
Salinger nació en 1919, en el Upper East Side, de Nueva York, hijo de un judío polaco que importaba carne y queso de Europa oriental. La relación con el padre, quien esperaba legarle el negocio e incluso lo obligó a realizar una gira formativa por los mataderos de Polonia (al regreso decidió hacerse vegetariano), fue muy mala; cuando murió el patriarca de la familia Salinger, el escritor no acudió al entierro.
Como estudiante fue pésimo, aunque se le consideraba mucho más brillante que los demás chicos. Como parte de su servicio militar participó en el desembarco en Normandía, donde vio morir a ocho de cada 10 integrantes de su compañía y, según su hija, fue uno de los primeros soldados estadunidenses en llegar a los campos de exterminio nazi, de lo cual nunca quiso hablar.
Rebeldía de un eremita
Salinger siempre anheló ser escritor. Le llevó diez años fraguar su obra cumbre, dibujar a cincel a su protagonista: Holden Caulfield, un muchacho en la frontera sutil entre la infancia y la adolescencia, en rebeldía contra unas convenciones sociales capaces de aplastar lo humano.
El guardián entre el centeno se publicó en 1951 y desde entonces sigue cimbrando el alma de cientos de personas que lo han leído en 40 idiomas. El autor prefirió firmar sus trabajos sólo con las iniciales J.D. y dejar que su apellido flotara, por si acaso alguien lo pudiera olvidar.
Siempre tuvo fama de ermitaño. A las puertas de su propiedad puso un letrero: “Prohibido el paso”, y si a alguien no le bastaba con eso, era capaz de echar mano de su vieja escopeta de caza y lanzar perdigones al viento. Así vieron algunos impertinentes salir al hombre armado de casi dos metros de alto y cabello totalmente blanco.
Vivía con su tercera mujer, Colleen, una enfermera 30 años más joven que él y aficionada a tejer tapices, en la misma finca rural de los bosques de New Hampshire donde reside Claire, su anterior esposa.
Escribió cuentos, reunidos en un solo volumen. A diferencia de los beatniks, afirmaba el escritor uruguayo Mario Benedetti, Salinger “no cierra los ojos, ni se droga ni se escapa. Es un atrincherado, pero no un evadido; en última instancia, es alguien que no renuncia a descubrir un sentido en la vida; alguien que, así sea pasivamente, aún resiste. Alguien que busca, con serenidad y denuedo, un punto de apoyo”.
La periodista Joyce Maynard, quien a los 18 años sostuvo una relación con el autor, escribió que Salinger le confesó: “Sólo puedo soportar la sociedad allá afuera mientras tenga puestos mis guantes de goma”.
En 1988 la mujer publicó, sin autorización de su ex amante, un libro sobre su convivencia mutua, incluidas cartas que intercambiaron.
No obstante haber dado a conocer unos pocos textos, todavía hace unos años algunos de sus allegados aseguraban que él seguía escribiendo febrilmente: “Amo escribir, pero lo hago para mí mismo y para mi placer”, dijo en 1974 en una de las raras declaraciones que hizo públicas.
Dicen que guardaba sus manuscritos bajo llave mientras trabajaba cada día enfundado en un overol de obrero. El año pasado, todavía tuvo fuerza para luchar por su obra, por conducto de sus abogados, nunca presentándose en público. Logró que una juez federal detuviera la publicación de un libro que Salinger afirmaba era una secuela falsa de su clásico El guardián entre el centeno.
El sueco Fredrik Colting, con el seudónimo de John David California, pretendía lanzar el título 60 Years Later: Coming Through the Rye. La juez Deborah Batts manifestó que el personaje central en la novela de Colting (Mr. C) constituía una “violación” del personaje central de Salinger, Holden Caulfield. Los otros acusados fueron la editorial sueca Nicotext y Windupbird Publishing.
Cuando Mark Chapman asesinó a John Lennon, en diciembre de 1980, llevaba bajo el brazo un ejemplar de El guardián entre el centeno, entonces la obra llegó a asociarse con el satanismo y fue prohibida en algunas escuelas de Estados Unidos, en el resto es lectura obligatoria. William Faulkner dijo que se trataba de “la obra maestra de su generación”.
El hermetismo del autor, en un mundo de marketing, resulta una paradoja, pues sus libros siempre son éxitos de venta.
Hasta donde se sabe, explican los diarios de su país, siguió persiguiendo jovencitas hasta que las fuerzas se lo permitieron, alimentándose de vegetales (excepto alguna pieza de cordero, cocida a 150 grados) y viendo la televisión (no se perdía la serie Dinastía).
Su hija Margaret es autora de una obra sobre él, Dreamcatcher, en la que enumera sus numerosas manías y asegura que hay varios libros terminados que se publicarán tras su muerte.
En 2001, el diario El País reportaba que Salinger gustaba de llamar por teléfono a las actrices o presentadoras de informativos de televisión que más le atraían, confiando en que fueran lectoras de su obra y la seducción resultase más fácil.
“Cree más o menos en el budismo, durante un tiempo perteneció a la Iglesia de la Cienciología, nunca ha utilizado un ordenador, ve una y otra vez la película 39 escalones, de Alfred Hitchcock, y exige que sus amigos le llamen Jerry. Sus fotos son rarísimas –suele tratarse de instantáneas tomadas a la puerta de un supermercado o en la calle, a distancia, porque el hombre es irascible– y hace más de 30 años que no concede entrevistas; la última fue realizada por dos estudiantes de secundaria y apareció en una revista de colegio”, agregaba la publicación.
Salinger mismo dejó claro el criterio para una gran novela cuando le hizo decir a su personaje Holden: “Lo que más valoro es cuando uno queda completamente agotado después de leer un libro y desea ser amigo del autor y poder llamarlo por teléfono en cualquier momento”.
Su agente literario, Phyllis Westber, declaró que el novelista se había roto la cadera el pasado mayo, de lo cual se recuperó bien. Pero su salud se deterioró a principios de año, poco después de celebrar su cumpleaños 91, el primero de enero; no obstante, al morir “no sufrió ningún dolor”.
La familia de Salinger subrayó el deseo del autor de “defender su privacidad a toda costa” y pidió a los medios y al público respeto en estos momentos.
“Ni se droga ni se escapa; es un atrincherado, pero no un evadido”, afirmó de él Mario Benedetti
Dejó varios libros que serán publicados de manera póstuma, dice su hija Margaret
Periódico La Jornada
Viernes 29 de enero de 2010, p. 4
Nueva York, 28 de enero. Unas pocas palabras conmocionaron ayer el mundo literario: “El escritor J.D. Salinger murió en su casa de New Hampshire. Tenía 91 años”.
No se ofrecieron más detalles, con lo cual el notable autor, que durante toda su vida cuidó al máximo su privacidad, se transformó en leyenda.
Su nombre era Jerome David Salinger y pertenece ya a la distinguida y poco común estirpe de narradores a quienes les basta un solo libro para conmover, de manera inolvidable, a colegas y lectores.
Entre el manojo de relatos que escribió bastó El guardián entre el centeno (The catcher in the rye), para alcanzar una gloria que siempre despreció.
Salinger nació en 1919, en el Upper East Side, de Nueva York, hijo de un judío polaco que importaba carne y queso de Europa oriental. La relación con el padre, quien esperaba legarle el negocio e incluso lo obligó a realizar una gira formativa por los mataderos de Polonia (al regreso decidió hacerse vegetariano), fue muy mala; cuando murió el patriarca de la familia Salinger, el escritor no acudió al entierro.
Como estudiante fue pésimo, aunque se le consideraba mucho más brillante que los demás chicos. Como parte de su servicio militar participó en el desembarco en Normandía, donde vio morir a ocho de cada 10 integrantes de su compañía y, según su hija, fue uno de los primeros soldados estadunidenses en llegar a los campos de exterminio nazi, de lo cual nunca quiso hablar.
Rebeldía de un eremita
Salinger siempre anheló ser escritor. Le llevó diez años fraguar su obra cumbre, dibujar a cincel a su protagonista: Holden Caulfield, un muchacho en la frontera sutil entre la infancia y la adolescencia, en rebeldía contra unas convenciones sociales capaces de aplastar lo humano.
El guardián entre el centeno se publicó en 1951 y desde entonces sigue cimbrando el alma de cientos de personas que lo han leído en 40 idiomas. El autor prefirió firmar sus trabajos sólo con las iniciales J.D. y dejar que su apellido flotara, por si acaso alguien lo pudiera olvidar.
Siempre tuvo fama de ermitaño. A las puertas de su propiedad puso un letrero: “Prohibido el paso”, y si a alguien no le bastaba con eso, era capaz de echar mano de su vieja escopeta de caza y lanzar perdigones al viento. Así vieron algunos impertinentes salir al hombre armado de casi dos metros de alto y cabello totalmente blanco.
Vivía con su tercera mujer, Colleen, una enfermera 30 años más joven que él y aficionada a tejer tapices, en la misma finca rural de los bosques de New Hampshire donde reside Claire, su anterior esposa.
Escribió cuentos, reunidos en un solo volumen. A diferencia de los beatniks, afirmaba el escritor uruguayo Mario Benedetti, Salinger “no cierra los ojos, ni se droga ni se escapa. Es un atrincherado, pero no un evadido; en última instancia, es alguien que no renuncia a descubrir un sentido en la vida; alguien que, así sea pasivamente, aún resiste. Alguien que busca, con serenidad y denuedo, un punto de apoyo”.
La periodista Joyce Maynard, quien a los 18 años sostuvo una relación con el autor, escribió que Salinger le confesó: “Sólo puedo soportar la sociedad allá afuera mientras tenga puestos mis guantes de goma”.
En 1988 la mujer publicó, sin autorización de su ex amante, un libro sobre su convivencia mutua, incluidas cartas que intercambiaron.
No obstante haber dado a conocer unos pocos textos, todavía hace unos años algunos de sus allegados aseguraban que él seguía escribiendo febrilmente: “Amo escribir, pero lo hago para mí mismo y para mi placer”, dijo en 1974 en una de las raras declaraciones que hizo públicas.
Dicen que guardaba sus manuscritos bajo llave mientras trabajaba cada día enfundado en un overol de obrero. El año pasado, todavía tuvo fuerza para luchar por su obra, por conducto de sus abogados, nunca presentándose en público. Logró que una juez federal detuviera la publicación de un libro que Salinger afirmaba era una secuela falsa de su clásico El guardián entre el centeno.
El sueco Fredrik Colting, con el seudónimo de John David California, pretendía lanzar el título 60 Years Later: Coming Through the Rye. La juez Deborah Batts manifestó que el personaje central en la novela de Colting (Mr. C) constituía una “violación” del personaje central de Salinger, Holden Caulfield. Los otros acusados fueron la editorial sueca Nicotext y Windupbird Publishing.
Cuando Mark Chapman asesinó a John Lennon, en diciembre de 1980, llevaba bajo el brazo un ejemplar de El guardián entre el centeno, entonces la obra llegó a asociarse con el satanismo y fue prohibida en algunas escuelas de Estados Unidos, en el resto es lectura obligatoria. William Faulkner dijo que se trataba de “la obra maestra de su generación”.
El hermetismo del autor, en un mundo de marketing, resulta una paradoja, pues sus libros siempre son éxitos de venta.
Hasta donde se sabe, explican los diarios de su país, siguió persiguiendo jovencitas hasta que las fuerzas se lo permitieron, alimentándose de vegetales (excepto alguna pieza de cordero, cocida a 150 grados) y viendo la televisión (no se perdía la serie Dinastía).
Su hija Margaret es autora de una obra sobre él, Dreamcatcher, en la que enumera sus numerosas manías y asegura que hay varios libros terminados que se publicarán tras su muerte.
En 2001, el diario El País reportaba que Salinger gustaba de llamar por teléfono a las actrices o presentadoras de informativos de televisión que más le atraían, confiando en que fueran lectoras de su obra y la seducción resultase más fácil.
“Cree más o menos en el budismo, durante un tiempo perteneció a la Iglesia de la Cienciología, nunca ha utilizado un ordenador, ve una y otra vez la película 39 escalones, de Alfred Hitchcock, y exige que sus amigos le llamen Jerry. Sus fotos son rarísimas –suele tratarse de instantáneas tomadas a la puerta de un supermercado o en la calle, a distancia, porque el hombre es irascible– y hace más de 30 años que no concede entrevistas; la última fue realizada por dos estudiantes de secundaria y apareció en una revista de colegio”, agregaba la publicación.
Salinger mismo dejó claro el criterio para una gran novela cuando le hizo decir a su personaje Holden: “Lo que más valoro es cuando uno queda completamente agotado después de leer un libro y desea ser amigo del autor y poder llamarlo por teléfono en cualquier momento”.
Su agente literario, Phyllis Westber, declaró que el novelista se había roto la cadera el pasado mayo, de lo cual se recuperó bien. Pero su salud se deterioró a principios de año, poco después de celebrar su cumpleaños 91, el primero de enero; no obstante, al morir “no sufrió ningún dolor”.
La familia de Salinger subrayó el deseo del autor de “defender su privacidad a toda costa” y pidió a los medios y al público respeto en estos momentos.
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