lunes, 22 de noviembre de 2021

Monólogos para nosotros, los otros

 

E

mpatía de poeta que escucha a quien calla, da voz a las gargantas enterradas, a los huesos esparcidos, al dolor que se muere de miedo, a la niña asesinada y el niño robado, al desaparecido, a la anoréxica que se bate sin tregua con su carne y su esqueleto, a su opuesto el obeso a quien tanto del cuerpo le sobra, a quien fallece y a quien desfallece, al jornalero-niño explotado e invisible, al adicto capturado entre el olvido y el desprecio, al asesinado, a la mujer vejada y violada: Tú mi padre, mi tío, mi primo, mi abuelo, amigo o compañero entrañable y alevoso. O tú, un desconocido que llega embozado por la espalda, abandonado al arrebato de sus manos y hundido en el fango estéril de su cuerpo.

Monólogos compartidos (Ediciones Sin Nombre, México, 2021) se lee y escucha en voz baja y nos grita acá adentro. Susurros, secretos, vergüenzas, los nombres innombrables del hambre, la (dis)capacidad, la tristeza. Francisco Torres Córdova cultiva siempre una cuidada escritura poética, ahora al servicio de las voces de otros y otras en este pequeño volumen de engañosa apariencia narrativa.

La voz sin pudor ni freno de quien habla solo, como los locos, como los lúcidos que esperan, Molly Bloom en un telar de páginas incesantes, los diálogos de monólogos be-ckettianos. O más aún, los muertos parlantes que ya no esperan y nos interpelan con la verdad desnuda cuando ya no importa (a la manera de Los poemas de Sidney West, de Juan Gelman; Spoon River Anthology, de Edgar Lee Masters, o su espejo mexicano en Chetumal, Bay Anthology, de Luis Miguel Aguilar). Los monólogos que comparte Torres Córdova no le quieren dar vuelo a la hilacha, van al grano sin demasiadas palabras y nunca las adornan. ¿Qué es lo coloquial en la escritura poética?

Este coro de voces solas fue apareciendo en forma de columna en La Jornada Semanal, donde Francisco es editor y redactor hace muchos años. Desde el título, Monólogos compartidos, se antojaba un poco fuera de sitio. Tal tono reflexivo en largos párrafos (uno cada vez), demandaba un momento de concentración adicional en la lectura habitualmente rápida de un diario, aunque en un suplemento cultural y literario el tiempo de lectura sea menos demandante. Bajo el subtítulo Las plegarias, el volumen recoge sólo una parte de aquellos discursos soterrados pero cargados de una urgencia mayor que la de las incesantes noticias diarias.

Ya en un poemario anterior, Berenice (La Cabra Ediciones, México), Torres Córdova prestó oído y fue testigo de una experiencia ajena, pero en la cual participaba. Monólogos compartidos recoge las palabras improbables del pepenador, el desaparecido, la ballena azul, el bosque amenazado, el enfermo terminal.

Francisco llegó a La Jornada con su mentor, Hugo Gutiérrez Vega, de quien fue secretario particular en la embajada de México en Atenas. Además de encargarse de la redacción de la Semanal, traduce con tenacidad a los poetas griegos modernos. Grecia y su idioma son parte de Francisco, le sirven de marco y estructura referencial para enriquecer su aproximación a lo nuestro, el México de mero abajo, casi en Ninguna Parte. Fieles a la atención del autor, estas plegarias no le rezan a ningún dios, se dirigen a nosotros lectores, tan improbables como quienes las pronuncian.

Al apelarnos nos impiden la indiferencia. Francisco no es reportero, pero maneja herramientas que no parecen las suyas para construir estampas precisas y estremecedoras. Un poeta tan distinto a Torres Córdova como lo fue Jaime Reyes escribió poemas memorables en La oración del ogro, con voces salidas de un reportaje de Carmen Lira en la Huasteca, y con ello su cantar adquirió sentido y nos dijo directamente lo que expresan las voces del sufrimiento y la melancolía rebelde.

A contrapelo de la literatura de denuncia, explícitos mas no obvios, los monólogos de Francisco no nos dejan en paz. El anti-Brecht, si se quiere. Nos obliga a voltear hacia los invisibles y verlos, prestarles oído. Antídoto de la indiferencia. A pesar de la crueldad que socava a los que aquí hablan, el autor evita la vulgaridad degradante y los regodeos en la suciedad a que se prestan estas violencias y miserias demasiado frecuentes. Transmite en cambio la dignidad de las víctimas, desafortunadas almas errantes que desfilan de tres en tres páginas, implacables.

Devorado por las urgencias de artefactos y algoritmos infalibles, así habla el futuro: Ya no soy el que solía. No hace mucho estaba al otro lado de las horas, en una lejanía visible a ras del horizonte y sin embargo fuera del alcance, al borde de la sombra vespertina de una cordillera, un risco o promontorio, en la cadencia de mareas y estaciones o en los bosques que de noche musitan profecías, presente a punto pero no.

Prosa poética al servicio de la verdad. Sutil pero elocuente acusación contra el dolor y contra el mal y los malvados, Monólogos compartidos desnuda la verdad de esos otros que somos o podríamos ser todos.

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