AMLO: el problema de la cultura
Para iniciar la transformación de nuestro país dejando atrás el sometimiento de decenas de millones de pobres a los caprichos de 200 mil ricos, no hay más remedio que abolir la dictadura neoliberal de Carlos Salinas de Gortari, instaurada en diciembre de 1982.
Para poner fin a este régimen que ha destrozado al país, no basta con lograr una inmensa y sólida organización política, pues el problema no reside en el campo de la política sino en el de la cultura.
En otras palabras, para derrotar al salinismo y enterrarlo en el panteón de los horrores, lo que necesitamos es cambiar nuestra manera de pensar y cambiar la manera de pensar de las grandes mayorías. Esta, a mi modo de ver, es la tesis central del nuevo libro de Andrés Manuel López Obrador, “No decir adiós a la esperanza”.
Publicado por Grijalbo, el título número 11 del máximo dirigente opositor del país se divide en tres partes, se lee con facilidad pues es breve y está escrito en un lenguaje muy accesible y aunque toca temas tan distintos como la campaña electoral de 2012, el fraude cometido por los dueños de México para imponer a Peña Nieto y las tareas que siguen de ahora en adelante, la obra se complementa en forma imperceptible para el público.
Todas sus páginas, para decirlo de otro modo, hablan de lo mismo, o sea, de la necesidad de impulsar un profundo cambio no sólo en el pensamiento sino en los hábitos y las costumbres de nuestro pueblo, esto es, de nosotros mismos.
Los ideólogos de la derecha ilustrada, bajo la batuta de Enrique Krauze, desde 2004 han tratado de descalificar a AMLO tachándolo de “mesiánico” (en tanto las chachalacas del Yunque y de Televisa insisten en pintarlo como “asesino”, “ladrón”, “corrupto”, “autoritario”, “chavista” y demás calumnias imbéciles), de tal suerte que después de hojear su nuevo libro y descubrir que en su parte final habla de textos sagrados y de profetas de distintas tradiciones, ahora –como lo ha insinuado Julio Hernández López-- andan con el chascarrillo de que Morena no será partido político sino asociación religiosa.
Qué pena que su reduccionismo sea tan grande. Pronto, una vez que esta cuchufleta deje de funcionarles, dirán quizá que AMLO propone una “revolución cultural” como la que en los años 60 impulsó Mao en China. A quienes sientan la tentación de recurrir a ese lugar común, vale la pena recordarles que, durante aquella etapa aciaga de la historia china, el gran timonel invitó al pueblo a denunciar a sus enemigos.
Y la gente, engatuzada por su líder, señaló a los burócratas más crueles y abusivos del Partido Comunista y, en seguida, se llevó una gran sorpresa: todos aquellos que acusaron a los incondicionales de Mao fueron asesinados rápida y expeditamente, formando una pirádime escalofriante de más de 20 millones de cadáveres.
Junto con Hitler y Stalin, Mao fue uno de los tres mayores genocidas del siglo XX y sus concepciones políticas nada tienen que ver con la filosofía de López Obrador. “No decir adiós a la esperanza” ofrece un compendio de ideas que han sustentado los valores éticos y morales de las culturas de Oriente y Occidente, y los utiliza como puntos de referencia para avanzar hacia nuevas formas de convivencia social, basadas en el amor a los demás y en el respeto a uno mismo.
Al analizar las peculiaridades del “billetazo” de Peña Nieto –que compró todos los centros de decisión del país--, AMLO cita un estudio realizado en el estado de Puebla, el cual demuestra que en las zonas de esa entidad en donde la gente sufre las más terribles condiciones de marginalidad, el copetón del PRI obtuvo más votos que el tabasqueño, y al revés, ahí donde la gente cuenta con escolaridad más alta, está más informada y padece con menor rigor la crisis económica, Peña perdió y López Obrador lo superó por mucho.
Una primera conclusión sugiere que si la multimillonaria compra de votos efectuada por la oligarquía y el narcotráfico, en una acción conjunta, fabricó la artificial “victoria” de Peña Nieto, ello se debe a que es mayoritaria la población que no tiene estudios ni trabajo, no está acostumbrada a reflexionar porque no lee, se “informa” gracias a la televisión y espera las contiendas electorales con ansia loca, sabiendo que al menos ése día le regalarán dinero, comida y objetos de escaso valor, sin pensar en que al recibir tales dádivas se condenará a sí misma a permanecer hundida en la miseria.
Con una organización tan extendida y ramificada en todo el país, como la que apoyó su campaña electoral –a pesar de las insuficiencias que aparecieron a la hora de cuidar el voto en las casillas y a pesar de las traiciones grandes y pequeñas de sus “aliados”--, AMLO comprendió que por más sólidas que sean las estructuras políticas de los opositores al régimen, no será posible impedir nuevos fraudes electorales mientras no mejoren las condiciones de vida de las masas miserables.
Este es, pues, el reto que plantea “No decir adiós a la esperanza”, un trabajo rico en señales que nos muestran un camino por el que la izquierda mexicana debe empezar a transitar, para volver a formularse las preguntas fundamentales, vinculadas a la cultura como concepto y como práctica.
Por desgracia, en esta materia, la izquierda mexicana está en pañales, como lo prueba el hecho de que Morena tiene una secretaría de cultura, o la no menos lamentable noción de que los artistas son “trabajadores de la cultura”, una idea tan vieja y tan fútil que debe ser superada a la brevedad.
Para contribuir al debate cierro estas notas con una pregunta: ¿existe la gente inculta? En espera de sus respuestas, hoy también estaré en Twitter, en @Desfiladero132, atento a la inminente resolución de la crisis en la UACM, a la caída de Esther Orozco y a la probable fuga de Genaro García Luna, a sólo cuatro días de que caiga el telón sobre el FeCalato y se inicie una nueva pesadilla nacional.
Jaime Avilés