asalto a las sedes diplomáticas
El presidente de EE UU condena el ataque contra los diplomáticos libios y ordena un refuerzo de la seguridad de la misión en Trípoli
El embajador de EE UU en Libia fallece en el ataque al consulado de Bengasi
Antonio Caño Washington 12 SEP 2012
Barack Obama prometió este miércoles hacer justicia y envió un grupo de entre 50 y 200 marines a Libia después de la muerte del embajador y otros tres diplomáticos norteamericanos en el asalto al consulado de Estados Unidos en Bengasi, un suceso que recrudece el peligro de una deriva radical de la primavera árabe y, necesariamente, sacude, quizá de forma significativa, la campaña electoral en este país.
“Que nadie se equivoque, se hará justicia”, declaró el presidente norteamericano en una breve comparecencia tras confirmarse la muerte de los cuatro diplomáticos a manos de un grupo de extremistas islámicos que, supuestamente, expresaban su ira por una película totalmente desconocida en EE UU en la que, aparentemente, se denigra a Mahoma.
“¿Cómo pudo pasar esto en un país que ayudamos a liberar, en una ciudad que ayudamos a salvar de la destrucción?”, se preguntó la secretaria de Estado, Hillary Clinton, reflejando toda la frustración de la Administración y de la sociedad norteamericana respecto a un episodio que choca frontalmente con los esfuerzos de Obama por entenderse con los gobiernos que surgen del levantamiento árabe.
Las autoridades norteamericanas insistieron, no obstante, en que esta tragedia, que se suma al ataque, de menor dimensión, ocurrido también el martes y por el mismo motivo en El Cairo, no va a cambiar su política. Obama prometió que “no se romperán los lazos con Libia”, y afirmó que se cuenta con la colaboración del Gobierno de ese país para castigar a los culpables de lo sucedido. Clinton destacó que los agentes norteamericanos en Bengasi combatieron junto a las fuerzas de seguridad libias contra los atacantes, y que fueron éstas quienes llevaron al embajador hasta el hospital.
En un delicado momento de su presidencia, cuando tiene que buscar un equilibrio entre la firmeza que reclaman sus compatriotas y la prudencia para no echar gasolina al fuego que el extremismo trata de encender, Obama mostró respeto a la fe de cada cual, pero rechazó tajantemente el uso de la religión para impulsar la violencia. “Rechazamos todos los intentos de denigrar las creencias religiosas de otros”, declaró, “pero no hay absolutamente ninguna justificación para este tipo de violencia, ninguna”.
Para respaldar sus palabras con hechos, el presidente ordenó el envío a Libia de un grupo de élite del cuerpo de Marines conocido como Fleet Antiterrorism Security Team, que está permanentemente desplazado en el exterior y se ocupa de misiones especiales de emergencia. Actualmente, según la cadena CNN, ese grupo estaba en España.
Esta reacción no ha sido, sin embargo, suficientemente enérgica para el candidato republicano a la presidencia, Mitt Romney, quien se encontró solo dentro de su propio partido en las críticas a la Administración. Romney reaccionó inicialmente a un comunicado de la embajada norteamericana en El Cairo, que, antes de que empezase el ataque a esa sede, condenaba la película sobre Mahoma. “Es una desgracia que la primera respuesta no sea una condena de los ataques a nuestras misiones diplomáticas, sino una muestra de simpatía a los atacantes”, decía un comunicado de Romney, emitido cuando el Departamento de Estado ya había desautorizado a su embajada y ésta mismo había corregido su nota anterior.
En su comparecencia ante los periodistas, Romney insistió en que “es terrible que EE UU tenga que disculparse por defender sus valores”. En ese momento, los principales líderes republicanos en el Congreso habían manifestado su respaldo al Gobierno en estas circunstancias, sin una solo mención crítica a Obama.
A menos de dos meses de las elecciones presidenciales y después de la ventaja cobrada por Obama tras las dos convenciones, esta reacción, que puede acabar constando como una grave equivocación del candidato opositor, tiene toda la apariencia de abrir un nuevo capítulo en esta campaña. Romney, probablemente, había contado con que los sucesos de Bengasi y El Cairo dañasen lo que ha sido hasta ahora uno de los puntos fuertes de Obama, su política exterior. Pero el efecto final podría ser exactamente el contrario.
Los dos ataques a las embajadas dejan, no obstante, inquietantes mensajes para EE UU a más largo plazo. El primero de ellos, el de que la transformación del mundo árabe hacia la democracia está lejos de ser un proceso ordenado y pacífico. Si se confirma, como sugerían algunos funcionarios norteamericanos, que el asalto al consulado de Bengasi fue meticulosamente planeado y dirigido, se comprobará también que detrás la ira espontánea de los religiosos, existen fuerzas interesadas en abortar cualquier evolución hacia la democracia y la aproximación a Occidente. EE UU es hoy un aliado del Gobierno libio y acaba de aprobar una importante ayuda económica a Egipto.
Para Obama, además, estos ataques vuelven a poner de actualidad una pesadilla de la que hace tiempo trata de escapar, la de la guerra contra el terrorismo, un término que ha sido eliminado del lenguaje oficial. Al término de su declaración, un periodista le preguntó: “¿Es esto un acto de guerra?”. Obama se fue sin contestar.
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