martes, 11 de septiembre de 2012
Astillero
La(s) sonrisa(s) de Salinas
Modalidad triunfante
Camacho gemelar
PAN, neodieguismo
Julio Hernández López
A su máscara política, largamente sombría y socialmente repelida, Carlos Salinas de Gortari ha tenido a bien agregar desde Quintana Roo una reivindicación estética practicada por sí mismo: tanto es su contento por la instalación de Enrique Peña Nieto como ocupante de la casa comercial denominada Los Pinos SA de CV, y por la reinstauración generalizada del priísmo como factor dominante del país, que comentó a reporteros asistentes al primer informe de labores de Roberto Borge como gobernador de Quintana Roo (zona de alta política mafiosa) que sólo recurriendo a una operación cirujana podría borrarse de la cara el rictus gozoso que hoy, inocultable, le acompaña.
Es obvio que el primer motivo de esa alegría facial proviene de la colocación que el Padrino Sonriente mantiene en el nuevo acomodo político que se deriva del retorno del PRI al poder federal. Es muy probable que sea exagerada la presunción generalizada de que él controla la parte mayor y más importante de los hilos de poder que sostienen en escena el cuerpo político de Peña Nieto (presunción que el propio Salinas se esmera en cultivar mediante sus apariciones “triunfales” en actos de la élite priísta), pero no hay desproporción en decir que mantiene una influencia abierta en el entorno del mexiquense (Videgaray, quien hoy sigue siendo el principal operador del ex gobernador, es hechura de Pedro Aspe, quien fue secretario de Hacienda durante el sexenio salinista) y que el rediseño priísta actual descansa en la armonización de factores múltiples de poder que buscan consejo o sugerencias del ex presidente virtualmente de nuevo en funciones.
Pero no es solamente en el PRI donde han vuelto a emerger las artes políticas de Salinas de Gortari. El desenlace de la más reciente de las batallas de la izquierda electoral en busca del poder es una victoria más del modus operandi del salinismo. Dicho de otra manera: la derrota política de Andrés Manuel López Obrador es un triunfo de la escindida modalidad operativa del salinismo practicada por Manuel Camacho Solís. No se está diciendo aquí que Camacho trabaje de la mano o por encargo de Salinas (aunque, en el pragmatismo extremo del ex regente de la ciudad de México, nada debería impedir que esos virtuales gemelos políticos, ahora distanciados, se reúnan, analicen, discutan y lleguen a acuerdos, siempre defendiendo cada cual su posición circunstancial, la de Camacho en el PRD y como tutor y promotor de Marcelo Ebrard).
Mas sí ha de señalarse que la visión, el estilo y la filosofía operativa del salinismo han tenido un desarrollo exitoso en su trasplante a la izquierda electoral. Camacho ha privilegiado un reformismo cosmético, una modernidad conciliadora, una constante búsqueda de dar continuidad al sistema mediante arreglos establecidos en las cúpulas, con el interés popular y la necesidad de transformaciones profundas convertidas en meras estaciones de paso, en escalones prescindibles conforme se da un paso más arriba en un proceso frío, gerencial, administrativo, de búsqueda del poder.
La estrategia de Camacho fue aceptada por López Obrador, al igual que la amorosidad de Alfonso Romo (otro personaje relacionado con Pedro Aspe, Romo, al que el propio AMLO incluía entre los principales personajes de la mafia del poder cuando de ello se hablaba en libros de la autoría del tabasqueño).
Hoy, el nuevo perfil de quien ya coloca ladrillos que podrían llevarle a su tercera postulación presidencial es abiertamente lejano del sostenido luego de 2006 y en abierta armonía con el cambio de tonalidad ostentado a lo largo de la campaña de este año. Frente a este cuadro, Salinas tiene derecho a dibujar su segunda sonrisa, más allá de lo netamente priísta.
Ya en la parte postrera de su sangriento mandato, Felipe Calderón está dedicado a exterminar políticamente a sus adversarios para quedar como virtual dueño del Partido Acción Nacional y ejercer durante el sexenio peñanietista una función parecida a la de Diego Fernández de Cevallos. El JeFe Lipe ha puesto a su parentela y círculo íntimo en posiciones legislativas relevantes (con tal vocación por la minusvalía política manipulable que Ernesto Cordero es el coordinador de los senadores panistas), sostiene una guerra de descalificación contra Josefina Vázquez Mota (ahora FC, metido hasta el tuétano presupuestal en apoyo de las campañas que sí deseaba que ganaran, se declara casi en estado de gracia porque, dice, no aceptó dar más apoyos de los debidos al equipo de la ex candidata presidencial de blanco y azul) y pretende convertirse en negociador, ejecutor y garante de acuerdos con Peña Nieto y su salinismo circundante. Frente a esta versión achicada del Jefe Diego, hay razones para la tercera sonrisa partidista del rutilante Salinas.
Astillas
Enrique Peña Nieto cree llegado el momento de comenzar a arriesgar propuestas que en circunstancias normales generarían repulsa sólo por provenir de una fuente política históricamente practicante y beneficiada de lo mismo que supuestamente se desea combatir: ni más ni menos que una comisión nacional contra la corrupción. La iniciativa de ley que por adelantado promueve el mexiquense (precocidad legislativa tal vez en reciprocidad con lo hecho por Felipe Calderón al presentar una propuesta de reforma laboral a la hora de enviar su sexto informe de labores al congreso) no va acompañada de propuestas para dirigir o presidir esa comisión. Lo cierto es que el retablo de tres colores tiene en abundancia personajes especializados en la materia, que no en el combate de ella... Violencia creciente en todo el país (ayer, muertes en el Distrito Federal, San Luis Potosí, Guerrero y Nuevo León, al momento de teclear tempranamente esta columna), rumores y confusión, en los días previos a los Gritos institucionales que en algunas regiones están en riesgo de no realizarse... Y, mientras las armas gubernamentales anuncian que impondrán las leyes terrenas en la Nueva Jerusalen de Michoacán, ¡hasta mañana!
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