MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
PLAZA PÚBLICA
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Salvo un indeseable percance que impidiera el fin de la brillante operación de rescate, a la hora en que los lectores tengan en sus manos esta columna, estarán fuera de peligro, al lado de los suyos, los treinta y tres mineros que sobrevivieron a un accidente en la mina de San José en Copiapó, en el desierto de Atacama, en el extremo norte de Chile. Cuando escribo estas líneas, al mediodía del miércoles, el número de quienes festejan la vida en la superficie y con su familia es ya de 19, más de la mitad del total, cerca ya de dos tercios. También hay que contar, en el balance final posible en las primeras horas del jueves, la salida de los rescatistas que valientemente descendieron a poner a punto la operación planeada y ejecutada con gran puntualidad por el gobierno de aquel país.
Son bien conocidas las circunstancias en que se produjo lo que pudo ser una enorme tragedia en la minería chilena. El cinco de agosto se derrumbó una pared en la mina propiedad de la empresa San Esteban, una corporación caracterizada por la mala gestión de sus yacimientos, basada en el deplorable maltrato a sus trabajadores. Una y otra vez la mina San José había sido cerrada por incumplir medidas elementales de seguridad industrial. La suspensión de labores implicó un creciente deterioro de las finanzas de la corporación, no obstante que en los años recientes el cobre, y siempre el oro -los dos metales que produce la empresa-han tenido excelentes cotizaciones en el mercado internacional. El derrumbe dejó cautivos a los trabajadores que se disponían a salir a la superficie, a comer, por lo que se habían concentrado en una galería que les permitió guarecerse y salvar la vida. Pero quedaron sepultados y sin comunicación con el exterior hasta que el esfuerzo de sus compañeros y de las autoridades, que no dieron por muertos a los cautivos, permitió localizarlos y establecer un enlace con ellos, que se concretó en el mensaje ya célebre en que ellos mismos pudieron hacer saber su paradero y las condiciones de su supervivencia.
A partir de ese momento el empeño por rescatarlos se concentró en la técnica que permitiera izarlos a la superficie mediante obras que no provocaron el efecto contrario al buscado, un derrumbe que acabara con el espacio de seguridad en que se guarecían durante varias semanas. Se instaló un malacate, o huinche, que permitió subir y bajar en un tiro que llega hasta donde se hallaban los cautivos, mediante una cápsula metálica.
Cuando cerca de las diez de la noche del martes fue puesto a salvo Florencio Ávalos, el primero en ser rescatado, lo esperaban el presidente Sebastián Piñera y el ministro de minas Laurence Golborne. Éste se hallaba el día del accidente en Ecuador y al día siguiente volvió a Chile a encargarse del rescate, por instrucciones de Piñera, que a su vez suspendió una visita a Colombia y retornó a su país apenas cuarenta y ocho horas después de lo sucedido, y desde entonces, hace más de dos meses, ha seguido de cerca, presencialmente a menudo, la operación que finalmente ha sido exitosa.
Es inevitable, a la vez que necesario, establecer una comparación entre ese accidente y el ocurrido en la mina Pasta Conchos, en San Juan Sabinas, Coahuila, el 19 de febrero de 2006. Entonces quedaron atrapados 65 mineros, el doble de los puestos a salvo en Chile, víctimas de un estallido o derrumbe. No sólo no fueron rescatados con vida, sino que a cuatro años y medio de distancia tampoco se han sacado a la superficie los cadáveres, excepto dos.
Se objetará que es imposible comparar desgracias semejantes en minas disímiles. En efecto, no es lo mismo la explotación de cobre y oro que la de carbón, ya que la extracción de este mineral lleva consigo una indeseable compañía, el gas metano que genera conflagraciones ya sea como causa o efecto de un derrumbe. Pero además de esa diferencia que es pertinente integrar a cualquier análisis, los dos graves acontecimientos fueron abordados de manera distinta. En Pasta de Conchos se resolvió no empeñarse en el rescate, se dio por muertos a los mineros afectados, alegando peligros diversos para los rescatistas, mientras que en Copiapó fue determinante la voluntad contraria, la de poner por encima de todo el deber de salvar a los mineros.
(Una comparación más precisa con lo ocurrido en Coahuila, con saldo por completo diferente, puede establecerse con un accidente que en abril dejó atrapados a ciento cincuenta operarios en una mina de carbón en Shanxi, en el norte de China. Fueron rescatados casi todos, después de una semana en que sobrevivieron en medio de terribles condiciones, pues el derrumbe que los afectó provocó inundaciones que se convirtieron en otro peligro permanente. Aunque la industria carbonífera china es conocida por su alto nivel de inseguridad y. por consecuencia, de letalidad, esta vez privó el propósito de no ceder ante la muerte. Más de tres mil rescatistas lograron salvar a 115 trabajadores, muchos más que los treinta y cinco que no pudieron ser rescatados).
La codicia, enfermedad especialmente virulenta en el Grupo México, fue el factor determinante en Pasta de Conchos. Ese pecado capital, esa atrofia del espíritu rigió la operación de la mina siniestrada, y generó la decisión de no emprender el rescate, para impedir que se averiguaran las causas del crimen colectivo. A diferencia de Piñera, tan de derecha como ellos, los presidentes Fox y Calderón no concedieron a ese grave acontecimiento la importancia que obligara su presencia.
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