Salvador Nava, el hombre que doblegó al PRI. Foto: Juan Miranda |
MÉXICO, D.F. (apro).- En el muladar político de México, donde gobiernan la rapiña y la impunidad, la opulencia y el hambre, donde la honradez es vicio y la deshonestidad virtud, hay líderes sociales que no claudican jamás. El doctor Salvador Nava Martínez fue uno de ellos.
En contraste con liderazgos fabricados como el de Luis Donaldo Colosio, al que me referí aquí hace una semana, Nava Martínez encarnó al auténtico guía cívico que desafió y venció al autoritarismo priista: Desde el cacique Gonzalo N. Santos, para quien la moral era “un árbol que da moras”, hasta Carlos Salinas, emblema de la corrupción.
Muchos jóvenes no lo saben, y lamentablemente muchos adultos lo han olvidado, pero ese médico oftalmólogo de San Luis Potosí –que hoy lunes 7 de abril cumpliría 100 años de edad–, fue también el más genuino precursor de la transparencia y la rendición de cuentas en México:
Cuando hace medio siglo fue alcalde de la capital potosina, respaldado como candidato independiente por 26 mil 319 votos por mil 638 de su adversario priista que apoyaba Gonzalo N. Santos, publicaba en las paredes de la presidencia municipal la descripción detallada de los gastos del presupuesto.
Hombre sin ambiciones de riqueza, político de vocación y principios, Nava pudo haber sido sin problema gobernador de su estado si, como se estilaba –y se estila–, se hubiera aliado al poder y no al pueblo, al que jamás traicionó.
Aunque buscó ser candidato del PRI a ese cargo –la misma vía que buscó en su momento Manuel Clouthier en Sinaloa–, la cúpula de ese partido se lo impidió y pretendió cooptarlo: Alfonso Corona del Rosal, entonces presidente nacional priista, le ofreció pagarle los gastos de su precampaña.
“No existe suficiente dinero para que me compre a mí y compre al pueblo de San Luis Potosí”, le respondió Nava, con la honradez que marcó su vida, y se postuló como candidato, en 1961, en una elección fraudulenta que lo llevó a la cárcel por primera vez, como ocurriría también dos años más tarde.
Veinte años estuvo Nava retirado de la política activa, ejerciendo la medicina y la docencia en la Facultad de Medicina de la universidad estatal, hasta que, en 1981, volvió a la lucha al fundar el Frente Cívico Potosino que, como en sus incursiones previas, aglutinaría a ciudadanos de ideologías aun antagónicas.
Fue justamente con el genuino respaldo popular que volvió a vencer al PRI en la lucha por la capital potosina, por dos a uno, y en 1991, tres décadas después de vencer al cacicazgo de Gonzalo N. Santos, volvería a buscar la gubernatura de San Luis Potosí, ahora ante el candidato impuesto por Salinas: Fausto Zapata, corruptor de periodistas desde que fue vocero de Luis Echeverría.
El fraude fue grotesco, operado por Colosio como presidente del PRI, y Nava enfrentó la cerrazón de Salinas: “Si se convalida el fraude del candidato oficial –le dijo–, será la peor desgracia para San Luis Potosí”. “Yo no puedo hacer nada”, le respondió el mandatario marcado también por el fraude.
Y entonces, al igual también que lo había intentado Corona del Rosal, Salinas pretendió corromperlo a través del secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, como describe Alejandro Caballero en el semanario Proceso esta semana:
–Doctor, hay opciones para arreglar esto.
–Dígame, le escucho.
–Zapata queda como gobernador, pero usted puede meter a gente de su confianza en el gabinete.
–No acepto eso.
–La otra es que se vaya Fausto y que usted entre como interino. En esta opción, nosotros nombraríamos al secretario de Gobierno, al secretario de Finanzas y al procurador de Justicia…
Era el mismo arreglo que Salinas logró con el PAN en Guanajuato, el mismo año, cuando Carlos Medina Plascencia asumió el interinato, en vez de Vicente Fox. Nava no cayó en la trampa: “Me sentí como un títere, me vi colgado de unos hilos como marioneta, moviéndome como un muñeco”.
Retador, Salinas asistió a la toma de posesión de Zapata, mientras que Nava –quien prometió “impedir, día a día, que el usurpador pueda gobernar”– rindió protesta como “gobernador legítimo”.
El 27 de septiembre de 1991, primer día de gobierno de Zapata, mujeres navistas iniciaron un plantón a las afueras del palacio de gobierno y, al día siguiente, inició la memorable Marcha de la Dignidad, que buscaría legar a la capital del país.
Salinas, a través de Manuel Camacho Solís, quiso otra vez pactar con Nava. A través de Enrique Márquez, un asesor del entonces regente, le informó que Zapata pediría licencia. “Licencia no es lo que reclama el pueblo de San Luis Potosí”, contestó el líder.
–¿Qué quiere, doctor?
–Yo no soy el que quiere. El que quiere la renuncia de ese señor es el pueblo.
Camacho, vía telefónica, insistió que fuera “gobernador interino”, pero Nava volvió a rechazar la propuesta. A dos semanas de tomar posesión, Zapata cayó.
El pueblo potosino, con Nava como líder incorruptible, volvió a vencer al PRI. Ocho meses después de esa victoria al médico potosino sólo lo venció el cáncer.
Antítesis del político fantoche y corrupto, que a los ojos de muchos fue un intransigente y que podría ser catalogado como “un peligro para México”, Nava fue también hasta el final de su vida un idealista.
Unas horas antes de morir, charló por última vez con Alejandro Caballero, quien lo describió extraordinariamente en el libro “Salvador Nava, las últimas batallas”, y expresó:
“Mi mejor despedida sería el que yo viera que se está consiguiendo la reconciliación política en México, que todo mundo trabaje con un solo fin: por la democracia”.
A 22 años de su deceso, que se cumplen el 28 de mayo, el ideal de Nava sigue pendiente, mientras la política más inmunda ahoga a la nación…
Comentarios en Twitter: @alvaro_delgado
En contraste con liderazgos fabricados como el de Luis Donaldo Colosio, al que me referí aquí hace una semana, Nava Martínez encarnó al auténtico guía cívico que desafió y venció al autoritarismo priista: Desde el cacique Gonzalo N. Santos, para quien la moral era “un árbol que da moras”, hasta Carlos Salinas, emblema de la corrupción.
Muchos jóvenes no lo saben, y lamentablemente muchos adultos lo han olvidado, pero ese médico oftalmólogo de San Luis Potosí –que hoy lunes 7 de abril cumpliría 100 años de edad–, fue también el más genuino precursor de la transparencia y la rendición de cuentas en México:
Cuando hace medio siglo fue alcalde de la capital potosina, respaldado como candidato independiente por 26 mil 319 votos por mil 638 de su adversario priista que apoyaba Gonzalo N. Santos, publicaba en las paredes de la presidencia municipal la descripción detallada de los gastos del presupuesto.
Hombre sin ambiciones de riqueza, político de vocación y principios, Nava pudo haber sido sin problema gobernador de su estado si, como se estilaba –y se estila–, se hubiera aliado al poder y no al pueblo, al que jamás traicionó.
Aunque buscó ser candidato del PRI a ese cargo –la misma vía que buscó en su momento Manuel Clouthier en Sinaloa–, la cúpula de ese partido se lo impidió y pretendió cooptarlo: Alfonso Corona del Rosal, entonces presidente nacional priista, le ofreció pagarle los gastos de su precampaña.
“No existe suficiente dinero para que me compre a mí y compre al pueblo de San Luis Potosí”, le respondió Nava, con la honradez que marcó su vida, y se postuló como candidato, en 1961, en una elección fraudulenta que lo llevó a la cárcel por primera vez, como ocurriría también dos años más tarde.
Veinte años estuvo Nava retirado de la política activa, ejerciendo la medicina y la docencia en la Facultad de Medicina de la universidad estatal, hasta que, en 1981, volvió a la lucha al fundar el Frente Cívico Potosino que, como en sus incursiones previas, aglutinaría a ciudadanos de ideologías aun antagónicas.
Fue justamente con el genuino respaldo popular que volvió a vencer al PRI en la lucha por la capital potosina, por dos a uno, y en 1991, tres décadas después de vencer al cacicazgo de Gonzalo N. Santos, volvería a buscar la gubernatura de San Luis Potosí, ahora ante el candidato impuesto por Salinas: Fausto Zapata, corruptor de periodistas desde que fue vocero de Luis Echeverría.
El fraude fue grotesco, operado por Colosio como presidente del PRI, y Nava enfrentó la cerrazón de Salinas: “Si se convalida el fraude del candidato oficial –le dijo–, será la peor desgracia para San Luis Potosí”. “Yo no puedo hacer nada”, le respondió el mandatario marcado también por el fraude.
Y entonces, al igual también que lo había intentado Corona del Rosal, Salinas pretendió corromperlo a través del secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, como describe Alejandro Caballero en el semanario Proceso esta semana:
–Doctor, hay opciones para arreglar esto.
–Dígame, le escucho.
–Zapata queda como gobernador, pero usted puede meter a gente de su confianza en el gabinete.
–No acepto eso.
–La otra es que se vaya Fausto y que usted entre como interino. En esta opción, nosotros nombraríamos al secretario de Gobierno, al secretario de Finanzas y al procurador de Justicia…
Era el mismo arreglo que Salinas logró con el PAN en Guanajuato, el mismo año, cuando Carlos Medina Plascencia asumió el interinato, en vez de Vicente Fox. Nava no cayó en la trampa: “Me sentí como un títere, me vi colgado de unos hilos como marioneta, moviéndome como un muñeco”.
Retador, Salinas asistió a la toma de posesión de Zapata, mientras que Nava –quien prometió “impedir, día a día, que el usurpador pueda gobernar”– rindió protesta como “gobernador legítimo”.
El 27 de septiembre de 1991, primer día de gobierno de Zapata, mujeres navistas iniciaron un plantón a las afueras del palacio de gobierno y, al día siguiente, inició la memorable Marcha de la Dignidad, que buscaría legar a la capital del país.
Salinas, a través de Manuel Camacho Solís, quiso otra vez pactar con Nava. A través de Enrique Márquez, un asesor del entonces regente, le informó que Zapata pediría licencia. “Licencia no es lo que reclama el pueblo de San Luis Potosí”, contestó el líder.
–¿Qué quiere, doctor?
–Yo no soy el que quiere. El que quiere la renuncia de ese señor es el pueblo.
Camacho, vía telefónica, insistió que fuera “gobernador interino”, pero Nava volvió a rechazar la propuesta. A dos semanas de tomar posesión, Zapata cayó.
El pueblo potosino, con Nava como líder incorruptible, volvió a vencer al PRI. Ocho meses después de esa victoria al médico potosino sólo lo venció el cáncer.
Antítesis del político fantoche y corrupto, que a los ojos de muchos fue un intransigente y que podría ser catalogado como “un peligro para México”, Nava fue también hasta el final de su vida un idealista.
Unas horas antes de morir, charló por última vez con Alejandro Caballero, quien lo describió extraordinariamente en el libro “Salvador Nava, las últimas batallas”, y expresó:
“Mi mejor despedida sería el que yo viera que se está consiguiendo la reconciliación política en México, que todo mundo trabaje con un solo fin: por la democracia”.
A 22 años de su deceso, que se cumplen el 28 de mayo, el ideal de Nava sigue pendiente, mientras la política más inmunda ahoga a la nación…
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