Lunes 28 de septiembre de 2020, p. a10
Anoche, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas otorgó el Ariel de Oro a María Rojo, gran actriz consentida del público nacional.
Fue una celebración muy diferente a las habituales. Hubiera querido recordar el arribo de las nuevas actrices para un cine mexicano distinto. La noche no inspiraba para celebraciones. El cine nacional no atraviesa por un momento de júbilo. Todo lo contrario.
Lo que es innegable es que con la presencia de María Rojo desaparecieron de las pantallas grandes lo que era lo tradicional: aquellas hieráticas diosas siempre tan lejanas, las cornudas esposas de los de la alta sociedad; incluso, se esfumaron las del talón con un corazón de oro, eternamente hostigadas por los hermanos Junco... Así, María Roio, sin regateos ni compromisos de clase, trajo a nuestro cine el ácido encuentro del público con una realidad poco risueña.
María de mi corazón, El Apando, La tarea y El callejón de los milagros quedan como obras imborrables de la versatilidad sin igual de María Rojo.
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