Implacable avance de la ley del narco en el sur de Tamaulipas
Atrapados en la violencia, sus habitantes narran cómo los criminales pasaron de tolerados a mandones
¿Nos armamos todos?, ¿nos convertimos en delincuentes?, se preguntan
Arturo Cano
Enviado
Periódico La Jornada
Miércoles 9 de febrero de 2011, p. 2
Tampico, 8 de febrero. Los tiros truenan lejos. En el radio se enciman las voces de los taxistas. “Están echando palomitas por acá en la Méndez”. “Estoy frente al seminario, ya toda la gente se metió”. “¡Pues métete tú también, tarugo!” “¡Se están moviendo! Es por la Lauro Aguirre, por Ayuntamiento”. “Sí, es persecución”. “¡Salte de ahí!”
Al miedo nadie se acostumbra. La balacera anterior fue de madrugada. Para el lunes antes de las ocho las paradas de autobús están repletas. En una, tres muchachas voltean para todos lados, no saben si correr o quedarse ahí. Una pareja de ancianos camina en dirección al sitio donde, según los taxistas, se da la persecución. “¡No vayan para allá. ¡Hay balazos!” La señora casi se desmaya.
Más adelante, los cines y un célebre café están llenos. La gente comienza a recibir mensajes en sus teléfonos. Al salir de la función habrá que tomar una ruta que no pase por los lugares del tiroteo, los lugares que la gente conoce gracias a sus propios sistemas de comunicación en las redes sociales.
Al día siguiente, en la alcaldía, todo luce tranquilo. El regidor Ricardo Ramírez Pérez habla con una calma zen de la situación de su ciudad: “Sí, vivimos con miedo. Salimos de casa sin saber si vamos a volver”.
Como otros tampiqueños, Ramírez fecha el principio del desastre en la segunda mitad del año pasado. “Antes de la violencia a todas horas, trascendieron los secuestros de varios personajes importantes. Si eso pasaba con los peces gordos, ¿qué nos esperaba a los charales?”
El secuestro de Fernando Azcárraga, ex alcalde y primo del Emilio de Televisa, fue el pitazo de salida para los más ricos de la ciudad. Al lado de la modesta oficina de Ramírez, por ejemplo, varios espacios son ocupados por personas distintas a las triunfadoras en las urnas.
“Ellos son adinerados y prefieren no aparecer por Tampico”. Habla Ramírez del síndico Francisco Fernández, y de los regidores Arturo Narro Villaseñor, Mario Elizondo Ocampo y Gonzalo Madaria Alzaga (los tres primeros del Partido Acción Nacional y el último del Partido Revolucionario Institucional), quienes nunca asumieron los cargos para los que fueron electos. A pesar de ello, el cabildo, encabezado por la hasta ayer priísta Magdalena Peraza, les dio licencia y fueron remplazados por sus suplentes.
Naturalmente, el regidor Ramírez sabe de la balacera de anoche. Varios ciudadanos, que aseguran haber estado cerca, le han dicho que todo comenzó cuando una camioneta blindada, de narcos, atacó a un vehículo del Ejército. Le han venido a decir que el vehículo “de los malosos” golpeó al del Ejército y ahí arrancó la persecución.
“Imagínese, los patos tirándole a las escopetas, ellos persiguiendo a los soldados. ¡Eso sería ya el fracaso absoluto de un gobierno que está de por sí rebasado por la delincuencia!”
El comunicado oficial confirma que los sicarios atacaron a las tropas en la calle de Ayuntamiento, como dijeron los taxistas en su radio. “Un vehículo militar fue impactado por una camioneta tipo Suburban, blindada, al tiempo que sus tripulantes los agredían con disparos de armas de fuego”.
Cayeron finalmente dos sicarios, pero en una “acción subsecuente”. Sus cuerpos, según la procuraduría estatal, quedaron al lado de una camioneta Cheyenne de color blanco, “al parecer blindada”.
Cuando llegó la guerra
La balacera anterior fue la madrugada del domingo 30 de enero. Cuarenta minutos de tiros y granadazos en las inmediaciones del puente El Moralillo, uno de los que unen esta ciudad con el norte veracruzano.
“Se descompuso el panorama cuando se escindió el grupo”, dice el regidor Ramírez.
Antes libre de los horrores que ocurrían en otras regiones de Tamaulipas, el sur, cuya principal urbe es la formada por los municipios de Tampico, Altamira y Madero, se ha convertido en el “punto de choque” entre dos grupos delincuenciales que hasta hace poco eran lo mismo. La desgracia del sur tamaulipeco radica en que el norte de Veracruz es “territorio zeta” y ese cártel, fundado por militares de una fuerza elite del Ejército Mexicano, trata de ingresar todos los días a la zona que el cártel del Golfo (acá simplemente CDG) considera de su propiedad.
Una guerra con todas las de la ley. A principios de octubre del año pasado, los reporteros locales contaban “más de 20 atentados con explosivos” contra instalaciones policiacas y militares de Tampico-Madero-Altamira.
El despacho de un solo día, el 8 de octubre, da cuenta de la situación: “Al menos 12 balaceras han ocurrido en lugares distintos de la zona conurbada de Tampico y Madero, en el sur de Tamaulipas, en las últimas 24 horas, una mujer murió y una niña de ocho años resultó herida de bala, también se registraron ataques con explosivos”.
La política de comunicación del cártel
El domingo 30 hubo ocho muertos y seis heridos. Varios días después sólo han sido reclamados, por familiares, tres cuerpos, mientras cinco heridos siguen en los hospitales, uno de ellos con un brazo menos.
Sólo algunos periódicos de la localidad publican la nota de la balacera, todas basadas en el reporte oficial. Hasta la foto es la misma, de vehículos policiales atravesados en la escena del crimen.
A pesar de los ocho muertos, un motociclista atropellado gana las ocho columnas.
Habla el director de un periódico local: “A los editores les caen afuera (los mañosos) y les dicen ‘eso no’”.
El mismo directivo pone como ejemplo una balacera de 14 horas, ocurrida el último día de agosto del año pasado, en la vecina Pánuco. A través de las redes sociales, los habitantes del centro y de la zona Alto de Viñas reportaron tiros y explosiones de granadas, además de que se habían quedado a oscuras.
Un reportero vivía en la zona. Con toda su familia, pasó horas tirado en el piso, rezando. El diario donde trabajaba no publicó ni una línea. Los demás tampoco.
La lista de muertos, común en sitios como Ciudad Juárez, donde la prensa local la lleva día con día, es un imposible en Tamaulipas.
“No quieren que se calienten las plazas, por eso ordenan callar”, dice un reportero local. Algunas veces, sin embargo, la indicación es en sentido contrario. “A veces quieren que se sepa que ellos ejecutaron a sicarios rivales”.
Tamaulipas está a la cabeza de periodistas asesinados y en el gremio son comunes las historias de comunicadores que “recibieron la visita” o de plano fueron levantados y dejados libres días más tarde, tras conocer las celdas del cártel y recibir las amenazas de rigor. Así la política de comunicación de la maña.
De tolerados a mandamases
Un tampiqueño resume los últimos 18 años de Tamaulipas con una mezcla de los nombres de los tres ex gobernadores y su relación con “el flagelo del narcotráfico”: “Con Manuel Cavazos fueron tolerados, con Tomás Yarrington fueron cómplices y con Eugenio Hernández fueron los mandamases”.
El regidor Ramírez completa: “Cavazos y Yarrington tienen enormes responsabilidades en esta situación. Se dedicaron a depredar el presupuesto público, no a gobernar. Así fue, de la tolerancia a la complicidad. Y Eugenio (Hernández) también. Con lo que robó podría vivir en la luna”.
–Pero vive en Cancún.
–Así es, todos ellos viven fuera, y los paganos somos nosotros. Y cuando vendan terrenos en la luna, él no tendrá problema para comprar uno.
La noche de Jenny Rivera
Algunos dicen que todo comenzó el 2 de abril de 2010, día en que Jenny Rivera iba a cantar en la feria. Unos días antes habían aparecido mantas con la advertencia: No vayan a la feria porque habrá balazos.
La grupera Jenny Rivera no pudo cantar. Unos dicen que hubo balacera, otros que explotó una granada y unos más, como el testigo que se cita enseguida, que no hubo más que un bien fundado pánico colectivo. “Ocho pelados a gritar que había balazos, aunque yo no escuché nada. Pero la gente se tiraba desde las gradas, una señora embarazada suplicaba a gritos que no la apachurraran, fue un tremendo desastre”.
Balacera sí hubo, pero en el lejano table dance Mirage, donde fueron asesinadas siete personas, cinco hombres y dos mujeres. “Golfas”, les pusieron, en alusión al cártel enemigo. Firmaron Los Zetas.
“Qué tristeza tan grande… 18 mil personas en mi presentación en Tampico. Tres segundos antes de subir se suelta una balacera… corrió la multitud”, escribió Rivera en Twitter.
La verdad es que en el auditorio donde se presentaría no caben ni 5 mil personas, y la asistencia promedio a todas las actividades de la feria, a lo largo del día, ronda las 15 mil.
Pero las Fiestas de Abril Tampico 2010, que iban apenas a la mitad, se cancelaron. Unos días más tarde se reabrieron los juegos mecánicos y los espacios comerciales, pero ya no hubo conciertos de artistas famosos, la principal atracción.
Ahora, Tampico se prepara de nuevo para la fiesta. Carnaval los primeros días de marzo, y la feria la tercera semana de abril.
“Ni los ciclones pudieron con nosotros los tampiqueños. La ciudad quedaba devastada y siempre se reinventaba. Tenemos tradiciones, cultura, identidad”, dice Sandra Fernández Mitates, la optimista directora de Desarrollo Económico del ayuntamiento.
Y tienen ejemplos en el mundo, además. Fernández dice que en Colombia y Brasil está probado que los índices delincuenciales bajan significativamente en tiempos de carnaval. A eso le apuesta el municipio. Y a que a pesar de que las carreteras del estado son controladas por la delincuencia, la gente de fuera se anime a venir. Claro, la feria también cambiará de sede, y se realizará en un espacio cerrado, para “facilitar la seguridad”. “Pero esa cuestión de la seguridad véala con el general”. Porque mandos militares retirados son los jefes policiacos de las ciudades tamaulipecas, como Manuel Farfán, el general recientemente asesinado en Nuevo Laredo.
Con la feria “se intenta dar un paso adelante”, dice, sin el optimismo de la funcionaria, el regidor Ramírez: “Ojalá haya respuesta de la población”.
Un chat para librar las balaceras
“Muy tranquilo el barrio, ¿no?”, pregunta irónicamente el empresario, y se contesta solo. “Sí, es muy tranquilo porque ya no hay nadie, todos se fueron”. Las casas lujosas de la colonia están vacías. Ahí vivía el dueño de tal cadena de supermercados, allá el de tal empresa. Desfilan cuadra por cuadra los rancios apellidos de Tampico. Sus portadores abandonaron la ciudad el año pasado, el peor de la violencia del narcotráfico, el más canijo en secuestros. “Son muy pocos los que no se han ido”, dice el empresario, que no es uno de los grandes, que cambió sus dos vehículos de lujo por una camioneta de medio cachete en la que se siente más seguro.
“No hay autoridad que valga, estamos solos, pero algo tenemos que hacer”, se dijo el empresario a mediados del año pasado. Y a través de las redes sociales creó un sistema para mantener en contacto a los ciudadanos de la zona Tampico-Madero-Altamira, un sistema de alerta para saber dónde hay retenes, filas de camionetotas de los narcos, balaceras o explosiones que esquivar. Pronto tuvo más de 200 tampiqueños inscritos, ya excluidos los que sólo entraban a decir bobadas. Entre los chateadores hay incluso oficiales de la Armada, de inteligencia, que han visto en la red un sistema de información.
“La noche es de ellos”, dice el empresario. Se refiere, claro, a la muerte de la vida nocturna en este puerto, a los antros y restaurantes que han cerrado y a los que languidecen con apenas unos clientes.
Pero “es de ellos” mucho más. El mismo empresario pone su parte a la colección de historias de horror. Son “de ellos” los servicios de transporte de valores e incluso de paquetería. “De ellos” son los empleados de los bancos obligados a revelar los datos de clientes con cuentas de más de 5 millones de pesos (eso, cuando los millonarios aún no abandonaban Tampico). “De ellos”, bajo la vieja fórmula de “plata o plomo”, son también los notarios que se hacen de la vista gorda cuando un hombre amenazado acude a firmar las escrituras de la casa que “vendió” a punta de fusil.
La asociación de comerciantes calcula que en cada una de las 90 cuadras que componen el primer cuadro de la ciudad han cerrado de dos a cuatro establecimientos. “En el centro cerró 60 por ciento, y en la avenida Hidalgo (la principal del puerto), la mitad”, dice el empresario.
Son “de ellos” los taxis y los autobuses del servicio urbano, sobre todo después de que mandaron un claro mensaje con el asesinato de un líder que, aprovechando el pleito entre cárteles, quiso hacerse cargo del cobro de la “cuota” entre los transportistas.
Una semana después del fallido concierto de Jenny Rivera, Ausencio Eng Miranda, líder del Movimiento Nacional Villista, encabezó una marcha contra la inseguridad, al frente de mil 500 ciudadanos, la mayoría choferes. “Pedimos a los tres niveles de gobierno la paz y la tranquilidad de los tamaulipecos”, dijo entonces.
Dos meses más tarde su cuerpo apareció dentro de una camioneta, con señales de tortura y en ropa interior.
La democratización de la “cuota”
Cuando los más ricos se fueron, los cárteles bajaron al siguiente peldaño social. Comenzaron los secuestros con rescates de 100 mil a 500 mil pesos.
Los médicos fueron uno de los blancos favoritos. “No se pueden ocupar las plazas de especialidades en los hospitales, porque nadie quiere venir acá”, dice un médico. A los galenos con consultorio, la maña les puso cuota de 7 mil pesos mensuales. Y en diciembre, las amenazas, vía narcomantas, alcanzaron a maestros y petroleros: se les exigía pagar “la cuota” con sus aguinaldos.
Así que la “cuota” ya no distingue diferencias de clase. Pagan los comerciantes del centro, los dueños de misceláneas en las colonias populares, los restauranteros, los taxistas, los vendedores de los tianguis y hasta los franeleros que echan aguas en los centros comerciales deben pagar 100 pesos a la semana. “Ni modo, pa’ la causa”, suelen decirles los cobradores.
Las pequeñas tiendas de las colonias pagan una “cuota” de 200 pesos semanales. Los comerciantes más afortunados tienen que pagar 400.
“No hay autoridad”, se lamenta el empresario, quien desde su computadora ha tejido la red que, por lo menos, le sirve a él y otros tampiqueños para elegir una ruta sin balacera. “No podemos quedarnos con los brazos cruzados. ¿Qué salidas nos dejan? ¿Armarnos? ¿Convertirnos todos en narcos o en políticos?”
El empresario recibe una llamada. Una mujer que forma parte de la red y vive cerca del lugar de la balacera del domingo le confirma datos: el lugar, la duración. “Fue ahí enfrente del motel de la Morelos, antes de la Moscú, donde siempre se agarran una bola de chamacos”. Porque chamacos son los que van al frente, en el “punto de choque” entre Los Zetas y el CDG.
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