Rafael Segovia
Por más que se intente ignorar el desastre, no se puede ni se debe decir que vivimos en un "país normal", no se puede aceptar que sólo en el último año tuvimos 30 mil muertos, que llenan las páginas de la prensa, las de la televisión y de radio. No se puede culpar sólo al crimen organizado; los responsables del desastre nacional somos todos los mexicanos. Es posible que algunos países latinoamericanos compitan con nosotros en el número de asesinados, de raptados, de desaparecidos. No podemos comprender, por más que su cargo se lo exija, que el Presidente vaya por el mundo negando la realidad, que somos los primeros en propagar. Basta con abrir cualquier periódico para saber que el asesinato es una costumbre cotidiana en México y que las cuentas del señor Calderón no son creíbles ni en Los Pinos.
La prensa de estos días ofrece una fotografía increíble donde los muertos están regados por toda la extensión del cliché. ¿Qué se pretende con ello? Por decir lo menos, la reacción inevitable de quien ve eso es tratarnos de pueblo bárbaro, y declarar que no se debe viajar a nuestro país sino a riesgo de la propia vida. Pero no sólo es ese riesgo, sino la indiferencia total de las autoridades de todos los niveles, que se limitan a reconocer que la noche del domingo asesinaron a 10 en Ciudad Juárez, a los que debemos añadir los de Acapulco, los de Tamaulipas, los del Estado de México, y últimamente los del Distrito Federal, y los de cualquier punto de la República, porque aquí hay una libertad absoluta para el crimen, y que hablar de ello está prohibido.
Vamos, dentro de unos meses, a encontrarnos con unas elecciones que nos dirán qué piensan los ciudadanos sobre esta guerra emprendida por el señor Calderón contra el crimen. México es, hoy por hoy, uno de los países más violentos del planeta. Día tras día se degrada la situación política, social y cultural del país. Pero eso no quita que haya quienes busquen desesperadamente apoyar con todo cuanto se imagine al partido del Presidente. ¿Quiénes se imagina Calderón que son los suyos? Vemos que uno de los raros grupos que incondicionalmente le apoyaba primero se dividió y acto seguido atacó con violencia durante su visita a Oaxaca. Los hechos con los que el Presidente podía congraciarse con la gente -así dicho- se vuelven en su contra y la policía tiene que atacar a palos, con lo cual su obra se destruye.
Su regalo a la clase media, medida escandalosa -regalar las colegiaturas a una clase que no es la más necesitada del país-, es, a todas luces, un acto electoral como se ha dicho y repetido desde un primer momento, aplaudido por la clase alta y, aunque aún no se han pronunciado, por quienes pueden pagar dichas colegiaturas sin mayores preocupaciones. Dentro de poco se creará un premio para aquellos que asistan a misa todos los domingos y fiestas de guardar. Ya hemos llegado al punto donde el pudor y las conveniencias le exigen al inquilino de Los Pinos que se quite la máscara de hombre liberal y de Presidente de todos los mexicanos. En lo referente a quienes militan en partidos salidos de no sabemos dónde, dispuestos a alianzas contra natura que no convencen al elector medio ni a los peces gordos, ajenos al mundo de las ideas y de la reflexión, a ese mundo que se considera un lujo y por lo mismo inútil, la tragedia que vive nuestro país está fuera de sus preocupaciones, convencidos de que lo único que importa es impedir el regreso del PRI al poder. La política mexicana es ahora incomprensible. No hay que ser matemático, basta con saber sumar, y el caso de Baja California nos dice que si la izquierda hubiera actuado unida como era su obligación, su triunfo estaba más que asegurado. Pero el perro faldero de la Presidencia ha vivido de las divisiones entre los aficionados a la política que se vanaglorian de no se sabe a ciencia cierta qué victorias, esos lambiscones se las arreglaron para que un analfabeto político, de acuerdo con sus propias declaraciones, se alzara con una victoria del PAN. El Presidente debe estar contento con ese triunfo de su partido conseguido por un iletrado con iniciativa que acabará por deshacer lo poco que se había avanzado.
Podemos estar seguros de que muy pronto la izquierda triunfará a pesar de ella misma, a pesar de la torpeza de sus dirigentes, y de su mala fe. Le queda una última carta por la que apostará, se encuentra en el Estado de México y se llama Encinas. Allí también la izquierda vive un lío magistral con su candidato, a quien le costará un trabajo inmenso presentarse como un hombre de unidad. Lo que tiene a su alcance no se atreverá a utilizarlo: una izquierda sin titubeos, que haga una campaña sin miedo frente a quien en este momento gobierne allá, y frente a algo que no se pueda explicar con la razón,como es el apoyo incondicional que el señor Calderón da al cacique máximo de aquellas tierras.
Reforma
18/02/2011
Por más que se intente ignorar el desastre, no se puede ni se debe decir que vivimos en un "país normal", no se puede aceptar que sólo en el último año tuvimos 30 mil muertos, que llenan las páginas de la prensa, las de la televisión y de radio. No se puede culpar sólo al crimen organizado; los responsables del desastre nacional somos todos los mexicanos. Es posible que algunos países latinoamericanos compitan con nosotros en el número de asesinados, de raptados, de desaparecidos. No podemos comprender, por más que su cargo se lo exija, que el Presidente vaya por el mundo negando la realidad, que somos los primeros en propagar. Basta con abrir cualquier periódico para saber que el asesinato es una costumbre cotidiana en México y que las cuentas del señor Calderón no son creíbles ni en Los Pinos.
La prensa de estos días ofrece una fotografía increíble donde los muertos están regados por toda la extensión del cliché. ¿Qué se pretende con ello? Por decir lo menos, la reacción inevitable de quien ve eso es tratarnos de pueblo bárbaro, y declarar que no se debe viajar a nuestro país sino a riesgo de la propia vida. Pero no sólo es ese riesgo, sino la indiferencia total de las autoridades de todos los niveles, que se limitan a reconocer que la noche del domingo asesinaron a 10 en Ciudad Juárez, a los que debemos añadir los de Acapulco, los de Tamaulipas, los del Estado de México, y últimamente los del Distrito Federal, y los de cualquier punto de la República, porque aquí hay una libertad absoluta para el crimen, y que hablar de ello está prohibido.
Vamos, dentro de unos meses, a encontrarnos con unas elecciones que nos dirán qué piensan los ciudadanos sobre esta guerra emprendida por el señor Calderón contra el crimen. México es, hoy por hoy, uno de los países más violentos del planeta. Día tras día se degrada la situación política, social y cultural del país. Pero eso no quita que haya quienes busquen desesperadamente apoyar con todo cuanto se imagine al partido del Presidente. ¿Quiénes se imagina Calderón que son los suyos? Vemos que uno de los raros grupos que incondicionalmente le apoyaba primero se dividió y acto seguido atacó con violencia durante su visita a Oaxaca. Los hechos con los que el Presidente podía congraciarse con la gente -así dicho- se vuelven en su contra y la policía tiene que atacar a palos, con lo cual su obra se destruye.
Su regalo a la clase media, medida escandalosa -regalar las colegiaturas a una clase que no es la más necesitada del país-, es, a todas luces, un acto electoral como se ha dicho y repetido desde un primer momento, aplaudido por la clase alta y, aunque aún no se han pronunciado, por quienes pueden pagar dichas colegiaturas sin mayores preocupaciones. Dentro de poco se creará un premio para aquellos que asistan a misa todos los domingos y fiestas de guardar. Ya hemos llegado al punto donde el pudor y las conveniencias le exigen al inquilino de Los Pinos que se quite la máscara de hombre liberal y de Presidente de todos los mexicanos. En lo referente a quienes militan en partidos salidos de no sabemos dónde, dispuestos a alianzas contra natura que no convencen al elector medio ni a los peces gordos, ajenos al mundo de las ideas y de la reflexión, a ese mundo que se considera un lujo y por lo mismo inútil, la tragedia que vive nuestro país está fuera de sus preocupaciones, convencidos de que lo único que importa es impedir el regreso del PRI al poder. La política mexicana es ahora incomprensible. No hay que ser matemático, basta con saber sumar, y el caso de Baja California nos dice que si la izquierda hubiera actuado unida como era su obligación, su triunfo estaba más que asegurado. Pero el perro faldero de la Presidencia ha vivido de las divisiones entre los aficionados a la política que se vanaglorian de no se sabe a ciencia cierta qué victorias, esos lambiscones se las arreglaron para que un analfabeto político, de acuerdo con sus propias declaraciones, se alzara con una victoria del PAN. El Presidente debe estar contento con ese triunfo de su partido conseguido por un iletrado con iniciativa que acabará por deshacer lo poco que se había avanzado.
Podemos estar seguros de que muy pronto la izquierda triunfará a pesar de ella misma, a pesar de la torpeza de sus dirigentes, y de su mala fe. Le queda una última carta por la que apostará, se encuentra en el Estado de México y se llama Encinas. Allí también la izquierda vive un lío magistral con su candidato, a quien le costará un trabajo inmenso presentarse como un hombre de unidad. Lo que tiene a su alcance no se atreverá a utilizarlo: una izquierda sin titubeos, que haga una campaña sin miedo frente a quien en este momento gobierne allá, y frente a algo que no se pueda explicar con la razón,como es el apoyo incondicional que el señor Calderón da al cacique máximo de aquellas tierras.
Reforma
18/02/2011
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