■ López Obrador llamó a continuar la movilización en un mar de cabezas, banderas y estandartes
Jaime Avilés
Parecía un día de fiesta. Brillaba el sol, como si fuera verano. Hacía calor. No había caras largas, al contrario. El ingenio de las cartulinas revelaba una sensación de alivio: se había consumado al fin el divorcio con Nueva Izquierda y empezaba otra etapa de lucha, con más de la mitad de la Plaza de la República llena de colores y de gritos, y con el sociólogo francés Alain Touraine observándolo todo, por aquí y por allá.
Parecía un día de fiesta. Brillaba el sol, como si fuera verano. Hacía calor. No había caras largas, al contrario. El ingenio de las cartulinas revelaba una sensación de alivio: se había consumado al fin el divorcio con Nueva Izquierda y empezaba otra etapa de lucha, con más de la mitad de la Plaza de la República llena de colores y de gritos, y con el sociólogo francés Alain Touraine observándolo todo, por aquí y por allá.
¿Victoria convertida en derrota? ¿Error histórico? ¿Principio del fin? Los mensajes de los carteles espontáneos sugerían otra cosa. “AMLO: al diablo los traidores lamehuevos, el pueblo está contigo”, ratificaba uno que sostenían varios brazos por encima del mar de cabezas, banderas y estandartes que tenían la mole del Monumento a la Revolución como telón de fondo, porque esta vez el templete le daba la espalda al cruce de Reforma y Juárez donde, irónicamente, apenas el jueves se habían abierto las puertas de la ley a la privatización del petróleo mexicano.
Sobre la tarima, donde se apretujaban codo con codo todos los dirigentes y representantes que en esta fecha especial querían explícitamente salir en la foto con Andrés Manuel López Obrador, había una manta enorme con un mensaje que la gente leía y volvía a leer, para cerciorarse de que mostraba un dato inexacto: “Éstas son las 12 palabras que excluyeron del dictamen: no se suscribirán contratos de exploración o producción que contemplen el otorgamiento de bloques o zonas estratégicas”.
Saltaba a la vista que en realidad eran 17 palabras, pero el equívoco, reiterado intencionalmente, daba pie a que la multitud memorizara el letrero a fuerza de restarle las preposiciones “o” y “de”, y el artículo definido “el”, que también son palabras, sin embargo. Pero ni modo: así lo habían pedido los legisladores del Frente Amplio Progresista durante las negociaciones en el Senado, así lo había rechazado la coalición de derecha y de la notoria falta de concordancia entre el 12 y el 17 se habían burlado en los medios los levantacejas.
“No somos simpatizantes: somos el pueblo de López Obrador”, proclamaba otra cartulina entre la multitud, cuando el único orador del mitin comenzó a explicar en detalle qué son los famosos “bloques o zonas estratégicas” que, de acuerdo con la reforma aprobada el jueves, serán repartidos entre las grandes (y pequeñas) petroleras del mundo.
La zona de “aguas profundas” del Golfo de México, que tiene una extensión de 575 mil kilómetros cuadrados, y que representa la cuarta parte de la superficie del país, “será dividida en 115 bloques de 5 mil kilómetros cuadrados cada uno. Es –agregó López Obrador– como ceder a pedazos nuestro territorio a empresas extranjeras. Para tener una idea: cada bloque sería del tamaño de estados como Tlaxcala, Morelos, Colima o Aguascalientes”.
Este esquema, dijo a continuación, se aplica, entre otros, en países como Venezuela, Ecuador, Brasil y Bolivia desde hace más de 20 años, “cuando allí existían gobiernos de derecha”, pero, añadió, “ya va de regreso”, porque los gobiernos actuales lo están rechazando, “mientras aquí nos lo quieren imponer”.
De allí, prosiguió, “la rabia desatada en contra nuestra”, porque “decían que no había privatización, pero no tardaron mucho en enseñar el cobre”, expresión que desató un estruendoso aplauso.
En una fila, de lado a lado de la tarima, estaban los senadores que el jueves votaron en contra todos los dictámenes –Rosario Ibarra de Piedra, Yeidckol Polevnsky, Rosalinda López Hernández, Ricardo Monreal Ávila, Alberto Anaya y Dante Delgado–, así como Lenia Batres y algunos de los diputados que fueron apaleados en el quinto piso de la Torre del Caballito por la Policía Federal Preventiva, y con todos ellos las escritoras Elena Poniatowska y Laura Esquivel, las actrices Isela Vega y Jesusa Rodríguez, y funcionarios del “gobierno legítimo” como Laura Itzel Castillo, Bernardo Bátiz, Asa Cristina Laurell, y muchas, muchas personas más.
Pero como esto no se acaba hasta que se acaba –legendaria máxima beisbolera que ha estado presente a lo largo de toda la lucha emprendida por el Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo–, mañana martes, a las 8 de la mañana, las brigadas se reunirán en el Zócalo capitalino para dirigirse a la Cámara de Diputados y estar presentes durante la ratificación de las reformas senatoriales.
Al final del acto, López Obrador se quedó un rato en el templete saludando a los asistentes, y al dirigirse al vehículo en el que se iba a retirar un tumulto seguía gritándole: “presidente, presidente”, mientras Montserrat Mondaca, una de las militantes de Flor y Canto golpeadas el jueves, lucía un collarín ortopédico y no pocos moretones en el rostro.
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