Denise Dresser
Allí están sus tendones, sus músculos, sus articulaciones, sus órganos internos, sus lesiones. A lo largo de la última semana y durante el debate sobre la reforma política, el país acaba de contemplar un ultrasonido del PRI. Acaba de presenciar una auscultación profunda del partido que está cerca de regresar a Los Pinos, a pesar de los síntomas anti democráticos que presenta. Y el diagnóstico no dice cosas buenas sobre la salud de un organismo que se jacta de ser moderno, pero esconde tumores enquistados, huesos desgastados, linfomas extendidos. La biopsia que sale del quirófano del Congreso está repleta de células atrofiadas, que buscan reproducirse a expensas de la ciudadanía y de los contrapesos. La sonografía priista -llevada a cabo en la Cámara baja- expone un cuerpo que aún contiene las peores patologías del pasado.
Patologías evidenciadas con la oposición a la reelección como mecanismo universal para la profesionalización política y la rendición de cuentas. La oposición a las candidaturas independientes como acicate para obligar a los partidos a airearse, abrirse, reformarse. La oposición a la iniciativa ciudadana que permitiría a 200 mil ciudadanos presentar iniciativas legislativas cuya elaboración los legisladores y el Presidente actualmente monopolizan. La oposición a la consulta popular mediante la cual un millón 600 mil ciudadanos podría promover referendums para participar en la definición de grandes temas nacionales. Todas ellas, medidas que ya no buscan regular cómo se reparte el poder, sino cómo se ejerce mejor y de manera más representativa. Todas ellas, medidas que los reformadores del PRI en el Senado aprobaron y los reaccionarios del PRI en la Cámara de Diputados acaban de rechazar. Y el escaneo sonográfico, que usualmente requiere un rango de 2 a 18 megahertz para revelar el tejido blando de un cuerpo, aquí solo necesitó la orden de un hombre.
La intervención de Enrique Peña Nieto. El envío de una imagen "viva" y en tiempo real desde Toluca, cuna de la resistencia a los cambios que la democracia mexicana necesita. El envío de una tomografía toluqueña que descubre la musculatura corporativa, las cavidades clientelares, las superficies serviles de gobernadores doblegados, diputados alineados, centrales campesinas arrodilladas. Legisladores convertidos en enfermeros con cabecera en el Estado de México, que no buscan curar al paciente sino vendarlo. Que no buscan devolverle la salud sino colocarlo en estado de coma como lo estuvo durante 71 años. Peña Nieto pasea por los pasillos del hospital con el saco blanco, el pelo parado, la sonrisa reconfortante. Pero no apoya una sola medida quirúrgica capaz de revigorizar a nuestro cuerpo político doliente, de remediar a nuestra enfermiza democracia disfuncional, de devolverle el uso de los pies a una transición que ya no puede caminar hacia delante.
Al contrario, Enrique Peña Nieto insiste en una cura contraproducente. Un elixir vendido como mágico que empujaría a México a la postración, a la eutanasia, al camastro permanente. El regreso de la perversa "cláusula de gobernabilidad", mediante la cual el partido que ganara 35 por ciento de los votos obtendría más del 50 por ciento de las curules. El regreso de la aplanadora priista que se usó durante décadas para que el Ejecutivo anulara al Legislativo. Justificado con el argumento -presentado por el ex procurador del Edomex, Navarrete Prida- de que con ella "vamos a evitar esta romería (los jaloneos de las reformas) y permitir con el voto de la gente, no con una representación ficticia, dar gobernabilidad al país".
"Gobernabilidad" al estilo priista, entendida como un presidencialismo sin contrapesos que produjo crisis tras crisis, desastre tras desastre, error tras error. "Gobernabilidad" al estilo autoritario, entendida como decisiones tomadas desde el Poder Ejecutivo e impuestas al Poder Legislativo. "Gobernabilidad" al estilo centralista, entendida como el manejo de la economía desde Los Pinos. Con resultados nefastos como bien nos recuerda Gabriel Zaid: "Así fue y así nos fue". La nacionalización bancaria de 1982. La crisis inflacionaria de 1985. El derrumbe de 1987. La debacle económica de 1994. El uso de un gobierno unificado para aniquilar contrapesos, limitar la competencia, cercenar el debate. El uso de mayorías legislativas para proteger privilegios, apuntalar a actores autoritarios, perpetuar la impunidad.
Eso es lo que quiere Peña Nieto y por eso frenó el proceso de reforma política en puerta. Porque pregona la modernidad pero quiere resucitar los mecanismos que impiden alcanzarla. Porque argumenta que "no se debe legislar de rodillas" cuando quiere que ésa sea la posición que los diputados asuman si él arriba a la Presidencia. Porque dice que así -con mayoría legislativa- podría sacar las reformas estructurales, cuando es el primero en congelarlas. Y el ultrasonido que el gobernador mexiquense acaba de hacer público lo constata: hay anormalidades anti democráticas y defectos congénitos en el proyecto de país que el PRI desea dar a luz.
Reforma
02/04/2011
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