Esta entidad es por donde más se deportan migrantes adolescentes que huyen de la pobreza
Lunes 02 de mayo de 2011
Zorayda Gallegos/Corresponsal | El Universal
ALTAR
Enseña los pies: la planta roñosa, dura, plana. Muestra la espalda: los huesos largos y flacos. Los brazos están cruzados por cicatrices. Es el cuerpo de Marcos, un joven de 16 años, que un día quiso llegar a Estados Unidos y en ese intento conoció a un hombre que lo “convenció” para que cruzara la frontera pero con un cargamento de 20 kilos de mariguana en su espalda.
Resume su vida: una infancia en los campos agrícolas de Sinaloa, un padre muerto a manos del narco, una madre que ahora cura las heridas de otro marido, un hermano sicario, una hermana “buchona” y un tío que le prometió dólares si viajaba a Las Vegas.
Por todo esto partió hace dos años de Navolato, Sinaloa, a Sonora. Su trayecto fue como el de muchos migrantes: con la cara que reta al viento, saltando de vagón en vagón, con escasas monedas en los bolsillos y con el teléfono del tío escrito en un papelito. Aún no llega a su destino, pero mientras trabaja para el crimen organizado.
La inclusión de menores de edad en tareas ilícitas como tráfico de personas o de drogas es una constante en la zona fronteriza del país, donde en los últimos tres años ha aumentado.
El director del DIF en Sonora, John Swanson Moreno, reconoce que existe un serio problema con los niños que son reclutados por el crimen organizado. “Algunos han manifestado que han sido amenazados hasta con armas para ser usados como comúnmente se llaman burreros —que transportan droga—, pero muy pocos hacen denuncia desafortunadamente”.
De acuerdo con la Dirección General de Protección a Mexicanos en el Exterior de la Secretaría de Relaciones Exteriores, los menores migrantes que han sido atendidos después de ser repatriados han manifestado participar en este tipo de tareas.
Las cifras muestran que mientras que en 2008, de 17 mil 772 niños repatriados, 173 reconocieron haber trabajado en pasar estupefacientes o con bandas dedicadas al tráfico de personas. En 2009, el número de niños enrolados en estos actos subió a 295 de 15 mil 993; y para el reporte de 2010 se registraron 724 menores que participaron en tráfico de drogas o personas de un total de 13 mil 277 deportados.
Sonora es el estado fronterizo por donde más se repatrian menores migrantes. Del total de 6 mil 300 menores repatriados por este punto el año pasado, 70% fue por Nogales, 20% por Agua Prieta y 10% por San Luis Río Colorado, explica John Swanson.
Quiso salir de la pobreza
Marcos es uno de estos niños que planeó un viaje para salir de la pobreza, pero no todo resultó como pensaba y no pudo huir de las redes del crimen.
En un inicio, su destino antes de cruzar era la frontera de Altar. Sus escalas: las caídas en el tren, las amenazas, los navajazos. El conducto para llegar: un “compa” que lo recomendó con un pollero que llevaba migrantes a El Sásabe, un pueblo en el desierto por donde cruzan los indocumentados. Su final: la localidad donde ahora está, Santa Ana, a 100 kilómetros de la frontera con Estados Unidos.
“Cuando llegué allá (Altar) duré unos días en cruzar (20 en total) porque mi tío, el que iba a pagar, no mandaba la feria pa’que el pollero me pasara, ahí anduve haciendo unas chambitas, comiendo aquí y allá, hasta que mi tío mandó el adelanto”.
Dice que fue fácil cruzar, fueron pocos días, nadie los detuvo, les alcanzó el agua y no hacía tanto calor en el día ni tanto frío en la noche.
El problema para él, continúa, fue estando con el tío que le pagó el viaje. Un día en una redada de migración donde comenzó a trabajar, lo descubrieron entre decenas de indocumentados. Y así, con la facilidad que dice haber cruzado, lo devolvieron a esta tierra.
Una vez en Sonora no se quiso regresar a su pueblo, por eso viajó de Nogales, por donde lo deportaron, hasta Altar. Ahí, buscó al pollero, pero como no tenía dinero, éste le pidió hacer algunos “trabajitos”: reclutar en el pueblo a todos aquellos que viera llegar solos, es decir, acarrear pollos.
Según el informe Infancia y conflicto armado en México de la Red por los Derechos de la Infancia de México (RDIM), en las tareas de tráfico de migrantes los niños “juegan un papel primordial, pues son utilizados como vigías o informadores”.
El estudio de la RDIM detalla que los menores, en promedio de 12 años, son utilizados para vigilar casas de seguridad y los más grandes en ejercicios más violentos como secuestros y asesinatos.
“Los miembros del crimen organizado apuestan a que si los niños mueren en la operación su pérdida no afectará la estructura o si son detenidos, los castigos son mínimos por ser menores de edad”, explica.
Un pueblo que alberga sueños
El municipio de Altar es un pueblo disperso en el desierto, con los signos del contraste: por una calle se pueden ver casuchas de adobe, chuecas, mal hechas y enseguida casas firmes, con autos último modelo al frente. Es una mancha en la cartografía sonorense cubierta de polvo, que en 2010 tenía unos 7 mil 250 habitantes.
Este sitio, en el noroeste de Sonora, a 249 kilómetros de Hermosillo y que colinda al norte con Estados Unidos, es considerado uno de los lugares más calientes del hemisferio norte, con temperaturas bajo la sombra que rondan los 50 grados centígrados.
El centro es una plaza con un kiosco y una iglesia. A los alrededores hay puestos de comida con cartulinas fluorescentes donde ofertan los platillos desde 35 pesos y decenas de comercios donde abundan las mochilas camufladas, camisetas, cobijas y calcetines.
Atrás del primer cuadro de calles estrechas, están las casas de huéspedes, donde no hay camas ni colchonetas ni almohadas ni alimento caliente, pero sí hay una fortaleza de cemento que rodea las viviendas: enormes bardas con alambre de púas para evitar que los migrantes “escapen”.
Prisciliano Peraza García, encargado de Movilidad Humana de la Diócesis de Hermosillo, y director del Centro Comunitario de Atención al Migrante y Necesitados en Altar, explica que una vez dentro de las casas de huéspedes, los indocumentados son retenidos para que no cambien de pollero.
Una de las casas de huéspedes de la zona está sobre una calle sin pavimentar y su fachada es verde chillante.
La entrada la resguarda una jovencita de estatura baja, espalda ancha, busto prominente y cara de niña. Dice que la dueña no está, mientras se acomoda como impidiendo que las miradas lleguen al interior de la casa principal.
Dentro caben más cuerpos que camas. Entre las literas se asoman las cabezas de los migrantes, cuelgan sus pies o sus brazos, como ventilándolos del calor, y los aromas se conjugan.
Entre ellos, hay caras cansadas, rostros de niños. Ahí los casos son diversos: menores que intentaron cruzar una vez y no pudieron y que reconocen que el trayecto es duro, pero se emocionan porque sienten que están en el último tramo, como si su mente estuviera en Arizona y su cuerpo acá, en medio del desierto.
Obel, de 11 años y que dejó el sexto año de primara en Guatemala para probar suerte en Estados Unidos, quiere llegar a Florida. Es aferrado a su fe, después de cada oración repite: “Primero Dios, gracias a Dios”.
En su trayecto en tren, que duró 20 días, el vagón donde viajaba fue asaltado por un grupo de sicarios. A punta de armas, los bajaron, los bolsearon y lograron huir.
Dice que no era el único menor, que venían más niños y en esos casos lo único que queda es con una mano apretar la mochila, con la otra tomar el bolsillo cuidando el dinero y mover rápidamente los pies para correr. Ahora sólo espera poder cruzar para seguir ganándose la vida o, si corre con peor suerte, permanecer en el poblado fronterizo en un ambiente donde el crimen asecha a los menores para usarlos como mano de obra.
Niños, a su suerte
El director del DIF Sonora asegura que la dependencia estatal trabaja para atender a los niños que son repatriados por la frontera y que no cuentan con la compañía de un adulto por medio del programa Camino a Casa.
Afirma que se busca detectar los casos de niños que caen en manos de los criminales para darles asesoría, pero la tarea no es sencilla ya que tienen miedo o se rehusan a volver a sus estados de origen, la mayoría de Michoacán, Guanajuato y Oaxaca.
Entre Santa Ana y Altar, el pequeño Marcos duró vigilando pollos unos meses, cuenta.
Con esa facilidad que dice haber cruzado, pronto comenzó a llevarle gente al pollero. Pero el pago por reclutar no le alcanzaba para pagar su viaje, así que escuchó la nueva propuesta de éste: cargar un saco con mariguana.
“Si yo ya había pasado una vez fácil, pos qué más daba cruzar cargando un saco, total, era lo mismo, pero con una mochila más grande”. dice.
Por eso aceptó. Así que un día salieron rumbo al desierto, pero la ruta era un poco distinta, para cruzar la droga, la brecha que había que tomar era diferente. Y las indicaciones eran otras: esta vez sólo podrían caminar de noche, así que el trayecto fue más largo.
“Íbamos como 15 o 20, ahí iban otros plebes como yo, pero ellos decían que tenían más edad, mentiras, estaban bien morros (chavos) también, pero eso lo hacían pa’ que los otros no les quisieran dar baje con la carga”, explica como presumiendo su experiencia.
Al final, lograron pasar la droga y nuevamente reitera que fue fácil. Estando allá, decidió regresar; total, si ya había logrado cruzar dos veces, podía volver a hacerlo, pero ahora por dinero: con otra carga de droga que pasara, tendría lo suficiente para pagarle lo que le debía a su tío del otro viaje.
“Ya no recuerdo cuántos viajes llevo (de burrero), pero aquí vivo tranquilo… allá (Estados Unidos) ya no me interesa mucho llegar, con esas leyes que traen luego te echan. Me ha tocado ver raza que la devolvieron y quieren volver; en cambio acá, pos tengo algo seguro”, dice el menor.
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