No quiero hablar de política, porque ésta lleva a la muerte, dice
Arturo Jiménez
Periódico La Jornada
Sábado 25 de septiembre de 2010, p. 3
La legalización de las drogas es una de las soluciones posibles para contrarrestar el problema del narcotráfico en México, consideró el escritor José Emilio Pacheco, quien recordó la experiencia de Estados Unidos cuando el alcohol era ilegal y surgieron mafias poderosas que traficaban con él.
“No sé cuál es la solución (al narcotráfico), pero a lo único que puedo aspirar es a que disminuya la sangre, la matanza”, agregó el poeta y ensayista, quien aseguró que “la guerra está perdida, como está perdida la guerra de Irak”. Planteó además: “No se puede combatir por medios regulares, con un ejército regular, lo que no es regular”.
Y ante esos asuntos “muy difíciles de contestar”, confesó: “Ya no quiero hablar de política porque la política lleva a la muerte. Yo no quiero que nadie muera por mi culpa. Porque además uno no se arriesga, uno manda a la muerte a los demás y queda tan tranquilo. Entonces hay que tener eso como responsabilidad”.
Pacheco compartió esas y otras reflexiones durante una charla miscelánea con el también escritor Ignacio Solares, realizada la tarde del viernes en una Sala Nezahualcóyotl repleta para festejar que el jueves pasado recibió el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) junto con otros 15 escritores, científicos, humanistas e investigadores sociales mexicanos y extranjeros, como Noam Chomsky y Mario Vargas Llosa.
La danza de las palabras
Era el del viernes un Pacheco por momentos incómodo con las preguntas de Solares, pero que poco a poco fue conquistado por la filia de un público aplaudidor, en su mayoría jóvenes que querían festejar con él su más reciente reconocimiento.
Entonces, compartió cómo empezó su vocación por escribir versos e insertarse en la tradición de la poesía mexicana. Y dijo que de niño, de repente, descubrió “en los textos más humildes”, como las fábulas o poemas de Juan de Dios Peza o Ramón de Campoamor, que la lengua tiene otra función aparte de la de comunicar.
“Imagínense lo que era para un niño o niña ver de repente que hay como una danza de las palabras. Que esas palabras cantan, bailan, riman. Es un deslumbramiento muy grande”. Después, agregó, el pequeño se puede dar cuenta que él mismo puede hacer danzar y cantar a las palabras, “aunque sea de una manera torpe”. Y así surgió en el niño José Emilio el gusto por la poesía.
Ignacio Solares intercaló sus preguntas con la lectura de poemas de Pacheco, como De un tiempo a esta parte:
“El día que cumpliste nueve años, levantaste en la playa/ un castillo de arena. Sus fosos comunicaban con el mar,/ sus patios hospedaron la reverberación del sol,/ sus almenas eran incrustaciones de coral y reflejos./ Una legión de extraños se congregó para admirar tu obra.”
Ante las risas de Solares y del público, Pacheco, incorregible y eterno editor y corrector de sí mismo, comentó que ese le parecía un “texto espantoso”, que escribió cuando tenía 21 años. “No me gusta para nada escuchar cosas del pasado”, agregó.
El horror del paraíso
Buena parte de la narrativa de Pacheco transcurre en la ciudad de México, así como varios de sus poemas, dijo Solares, y mencionó la novela Las batallas en el desierto.
Por eso su interlocutor, luego de leer otro poema, le preguntó qué es para él la capital del país. Y Pacheco dijo que esa ciudad, la de 1966, que parecía “deshecha, gris y monstruosa, era un edén, un paraíso, comparada con el auténtico horror de 2010, que yo no sé a dónde va, es un espanto vivir aquí”.
–Pero esa ciudad la sigue amando, como dice en el poema –preguntó Solares.
–No creo, no creo que ya nadie pueda… –respondió el poeta y de nuevo el público aplaudió– Y aparte, una cosa que me tiene muy triste es ver la destrucción del puerto de Veracruz, donde el agua se llevó la que era mi casa. Lo mismo pasa con el terremoto, porque una cosa es hablar poéticamente del polvo, de la ceniza, de las ruinas, y otra cosa es ver auténticamente cómo ocurren esas ruinas.
“La ciudad es de los jóvenes. Va retirando a uno constantemente. Para mí una limitación terrible es ya no poder usar el Metro o cruzar los ejes viales. Ahora, simplemente, no puedo salir. Pero ustedes no piensen en que van a envejecer. Me parece abominable el tipo que dice: jóvenes, ustedes también van a envejecer. No sabemos nada, vivan al día.”
Ante la insistencia de Solares sobre el amor por la ciudad que le despertó la obra de Pacheco y de que le hablara más sobre su infancia, Pacheco respondió: “Perdón, ya parece una exageración mía, pero yo objeto el término de nostalgia. Nostalgia es hacer un pasado de Walt Disney. La nostalgia no existe, yo estoy en favor de la memoria, de que no se olviden las cosas, no de decir que fueron mejores. No se puede idealizar ningún pasado, y mucho menos el de la ciudad de México”.
Al abordar el tema de la violencia, Pacheco dijo que nunca pensó que la situación fuera a ponerse tan crítica en México, y aclaró que no fue apocalíptico. Y precisó: “Ante todo lo que pasó después, mis advertencias más pesimistas son un juego de niños”.
Recordó el caso de Acteal y matanzas crueles en Argelia hace varios años, sobre lo que escribió y dijo que había que tener cuidado para que no pasara en México, lo que fue considerado fuera de lógica. Pero la realidad le dio la razón a los temores del poeta.
Al final, el público hizo varias preguntas, entre ellas una relacionada con el narcotráfico. Luego el escritor Sealtiel Alatriste pidió un minuto de silencio en memoria del recién fallecido Carlos Monsiváis, gran amigo de José Emilio Pacheco.
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