Denise Dresser
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, restaurar nuestra esperanza. Durante los últimos años a los mexicanos nos ha ido francamente mal. Crisis, epidemias, matanzas y catástrofes. Penurias económicas y angustias morales. Un presente hostil, un pasado en fuga y un futuro por demás incierto. Nuestra gran reserva moral, la alegría y el entusiasmo, parece a punto de agotarse. La Patria camina triste, desencantada, en concentrada rabia, "como con aire de esposa que descubre que su marido ideal tiene otras ocho familias, es pederasta y se excita torturando borregos". Pero es en este mínimo jardín donde hay que dar la batalla para que México renazca y se sacuda, como perro recién bañado, de tanto parásito que le ha quitado su sustancia, su ánima y su estilo. Es tiempo de cultivar nuestro jardín.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, pedir la paz. No cualquiera. No queremos la paz de los sepulcros. No queremos la paz octaviana. No queremos la paz de los que se someten ante las amenazas o la abierta violencia. Tampoco queremos la perversa paz de antes, nutrida en la ignorancia, la colusión, la postración y la connivencia con las abusivas autoridades y los no menos horrendos dinosaurios priistas. Queremos una paz nuevecita, lustrosa, respetuosa, que se funde en los derechos y en la palabra, y que con ellas inaugure un horizonte, aunque sea lejano pero asequible, de equidad y justicia para todos. "Y tu helado de limón, no quieres?", preguntará el sardónico lector. Bueno, pues si no es mucha molestia, tráiganme mi helado, pero de guanábana, por favor...
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, ofrecer el patriotismo. No del gritón, no del bravero; hablo del otro; del que nace de reconocer que se pertenece a un lugar y a una historia que desde el pasado proyectan una luz que edifica un futuro. Si alguien carece de ese patriotismo y piensa que la violencia del país no le incumbe, o que es una coyuntura propicia para sus muy personales designios, o proyectos, o berrinches, o aspiraciones presidenciales, pobre México que ha naturalizado seres así. Con o sin estos seres saldremos adelante. Agradecimientos hay muchos: la luz en el Zócalo al amanecer, los volcanes festonados de neblina, tanta buena voluntad y buena inteligencia, tantos seres tan nítidos, tan trabajadores, tan comprometidos. Con seres así, podremos equilibrar presencias tan equívocas como las de "La Barbie" y "El Azul" y "El Chapo" y el "Gel Boy" y "La Maestra" y la incertidumbre y la flojera y el miedo y la resignación.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, decir "México" y que estallen mil imágenes recolectando entidades perfectamente definibles, sensoriales, limitadas, emocionantes. La voz de Eugenia León cuanto entona "Yo vengo a ofrecer mi corazón". El canto de Lucha Reyes, Pedro Infante, Jorge Negrete. Un parque verdecido de infancia y un grupo de amigas que juega "avión". Decimos "México" y se aparecen rincones en Guanajuato, nubes de buganvilias, algún atardecer en Querétaro; la tía gorda de Germán llenando macetas de carcajadas y alcatraces; una tabla pletórica de alegrías y pepitorias como diademas de color; la honda noche de Palenque; un trompo que Germán compró en el estado de México y que nunca logró bailar, pero que sí lo ayudó a romper el cristal de la doméstica vitrina; el malecón de Veracruz que es un lento caminar de mujeres sonrientes.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, creer que México puede ser distinto. Hemos perdido la costumbre de imaginarlo, hemos perdido las ganas de concebirlo. Nos han dicho que lo nuestro es callar, obedecer, agacharnos, aceptar sumisamente el martirio y el cáliz. Adquirimos el horrendo vicio del sufrimiento y el despojo permanentes. Aprendimos la docilidad y la sumisión de un país que mansamente carga -como Sísifo- esa piedra que pesa cada vez más. Pero con fecha de hoy, México puede ser diferente. La tarea es enorme y nos incluye a todos: hoy México puede ser visible y acariciable si tú, ciudadano en ciernes, contribuyes a que sea así. Yo estoy dispuesta a trabajar con más ánimo que nunca en el único lugar que conozco: frente a las palabras y afiliada al único partido que conozco: nosotros.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, anunciar que la dulce Patria, tan sabia y dulcemente cortejada por López Velarde, es hoy para mí el rostro de mis hijos, la nostalgia de mis muertos y una creciente urgencia de justicia y dignidad para todos. Es un modo de hablar cantadito, ceremonioso, y diminutivo. La selva chiapaneca, el río en Tlacotalpan, la música de Horacio Franco, el desierto norteño, el santo olor de la panadería, el riesgo de quedarnos sin patria y la oportunidad de restaurarla y lograr entre todos lo que quería Rosario Castellanos "que la justicia se sienta entre nosotros". Es muy emocionante ser mexicano en este septiembre del Bicentenario. Yo agradezco esa dádiva. No creo que seamos mejores que nadie. No acepto que nos consideremos inferiores a ninguno. Somos de aquí. Venturosamente somos de México. Venturosamente nos dio a Germán Dehesa. Y por cierto: Arturo Montiel, ¿qué tal durmió?
Reforma
06/09/2010
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, restaurar nuestra esperanza. Durante los últimos años a los mexicanos nos ha ido francamente mal. Crisis, epidemias, matanzas y catástrofes. Penurias económicas y angustias morales. Un presente hostil, un pasado en fuga y un futuro por demás incierto. Nuestra gran reserva moral, la alegría y el entusiasmo, parece a punto de agotarse. La Patria camina triste, desencantada, en concentrada rabia, "como con aire de esposa que descubre que su marido ideal tiene otras ocho familias, es pederasta y se excita torturando borregos". Pero es en este mínimo jardín donde hay que dar la batalla para que México renazca y se sacuda, como perro recién bañado, de tanto parásito que le ha quitado su sustancia, su ánima y su estilo. Es tiempo de cultivar nuestro jardín.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, pedir la paz. No cualquiera. No queremos la paz de los sepulcros. No queremos la paz octaviana. No queremos la paz de los que se someten ante las amenazas o la abierta violencia. Tampoco queremos la perversa paz de antes, nutrida en la ignorancia, la colusión, la postración y la connivencia con las abusivas autoridades y los no menos horrendos dinosaurios priistas. Queremos una paz nuevecita, lustrosa, respetuosa, que se funde en los derechos y en la palabra, y que con ellas inaugure un horizonte, aunque sea lejano pero asequible, de equidad y justicia para todos. "Y tu helado de limón, no quieres?", preguntará el sardónico lector. Bueno, pues si no es mucha molestia, tráiganme mi helado, pero de guanábana, por favor...
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, ofrecer el patriotismo. No del gritón, no del bravero; hablo del otro; del que nace de reconocer que se pertenece a un lugar y a una historia que desde el pasado proyectan una luz que edifica un futuro. Si alguien carece de ese patriotismo y piensa que la violencia del país no le incumbe, o que es una coyuntura propicia para sus muy personales designios, o proyectos, o berrinches, o aspiraciones presidenciales, pobre México que ha naturalizado seres así. Con o sin estos seres saldremos adelante. Agradecimientos hay muchos: la luz en el Zócalo al amanecer, los volcanes festonados de neblina, tanta buena voluntad y buena inteligencia, tantos seres tan nítidos, tan trabajadores, tan comprometidos. Con seres así, podremos equilibrar presencias tan equívocas como las de "La Barbie" y "El Azul" y "El Chapo" y el "Gel Boy" y "La Maestra" y la incertidumbre y la flojera y el miedo y la resignación.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, decir "México" y que estallen mil imágenes recolectando entidades perfectamente definibles, sensoriales, limitadas, emocionantes. La voz de Eugenia León cuanto entona "Yo vengo a ofrecer mi corazón". El canto de Lucha Reyes, Pedro Infante, Jorge Negrete. Un parque verdecido de infancia y un grupo de amigas que juega "avión". Decimos "México" y se aparecen rincones en Guanajuato, nubes de buganvilias, algún atardecer en Querétaro; la tía gorda de Germán llenando macetas de carcajadas y alcatraces; una tabla pletórica de alegrías y pepitorias como diademas de color; la honda noche de Palenque; un trompo que Germán compró en el estado de México y que nunca logró bailar, pero que sí lo ayudó a romper el cristal de la doméstica vitrina; el malecón de Veracruz que es un lento caminar de mujeres sonrientes.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, creer que México puede ser distinto. Hemos perdido la costumbre de imaginarlo, hemos perdido las ganas de concebirlo. Nos han dicho que lo nuestro es callar, obedecer, agacharnos, aceptar sumisamente el martirio y el cáliz. Adquirimos el horrendo vicio del sufrimiento y el despojo permanentes. Aprendimos la docilidad y la sumisión de un país que mansamente carga -como Sísifo- esa piedra que pesa cada vez más. Pero con fecha de hoy, México puede ser diferente. La tarea es enorme y nos incluye a todos: hoy México puede ser visible y acariciable si tú, ciudadano en ciernes, contribuyes a que sea así. Yo estoy dispuesta a trabajar con más ánimo que nunca en el único lugar que conozco: frente a las palabras y afiliada al único partido que conozco: nosotros.
Hoy toca, como diría Germán Dehesa, anunciar que la dulce Patria, tan sabia y dulcemente cortejada por López Velarde, es hoy para mí el rostro de mis hijos, la nostalgia de mis muertos y una creciente urgencia de justicia y dignidad para todos. Es un modo de hablar cantadito, ceremonioso, y diminutivo. La selva chiapaneca, el río en Tlacotalpan, la música de Horacio Franco, el desierto norteño, el santo olor de la panadería, el riesgo de quedarnos sin patria y la oportunidad de restaurarla y lograr entre todos lo que quería Rosario Castellanos "que la justicia se sienta entre nosotros". Es muy emocionante ser mexicano en este septiembre del Bicentenario. Yo agradezco esa dádiva. No creo que seamos mejores que nadie. No acepto que nos consideremos inferiores a ninguno. Somos de aquí. Venturosamente somos de México. Venturosamente nos dio a Germán Dehesa. Y por cierto: Arturo Montiel, ¿qué tal durmió?
Reforma
06/09/2010
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