lunes, 27 de septiembre de 2010

El ciclo tragedia, justificaciones, promesas

Iván Restrepo

Que se recuerde, es la ocasión en que las lluvias y los huracanes dejan de un golpe tantos damnificados en Veracruz, Tabasco, Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila. Más de 600 mil. Agréguense los daños en ciudades, cosechas, negocios, vías de comunicación y obra pública en general. Del huracán Álex hemos escrito ya en detalle. Toca ahora referirnos a Karl, de categoría 3, que azotó especialmente a Veracruz y Tabasco la semana en que el gobierno federal gastaba millones de pesos en pirotecnia y fiestas que pronto se olvidaron. Karl dejó en esas dos entidades cerca de 500 mil damnificados y daños que todavía no se cuantifican en su totalidad. En Veracruz, llovió sobre mojado porque semanas antes sus dos grandes ríos, el Coatzacoalcos y el Papaloapan, inundaron extensas áreas ribereñas dejando decenas de miles de familias damnificadas y sembradíos perdidos. Karl agravó las cosas.

Ahora que se hace el recuento de daños y las autoridades prometen remediar la situación, nos damos cuenta que la dimensión de esta nueva tragedia pudo ser muchísimo menor si el cuidado del medio ambiente, de los recursos naturales, fuera tarea efectiva de las autoridades y la ciudadanía. En el caso de Veracruz y Tabasco, hay que señalar que cuentan con el mayor número de ríos del país, algunos muy caudalosos, como el Grijalva, el San Pedro, el Coatzacoalcos y el Papaloapan. Por Veracruz corren 20 ríos importantes. Pero todas sus cuencas hidrográficas están deforestadas y el cauce de los ríos azolvados por la erosión de las partes altas debido a la falta de cubierta vegetal. Por eso cuando llueve los ríos de esas dos entidades, y también de otras partes del país, se salen de su cauce e inundan y arrasan las áreas ribereñas.

A esa falta de cuidado de las cuencas hidrográficas se agrega la enorme deforestación registrada en Veracruz y Tabasco, especialmente los últimos 60 años. El primero perdió ya la mitad de su cubierta forestal en aras de una ganadería extensiva antieconómica y una agricultura para nada eficiente. El segundo, un millón de hectáreas por igual motivo. No hay territorio en el mundo que pueda escapar a un cambio tan salvaje y radical en su medio ambiente sin pagar por ello. El agua se encarga de pasar la cuenta cada que llueve intenso con miles de familias que ven perder en pocas horas sus casas, haberes, cosechas y negocios; deslaves en las partes altas y en las carreteras, la destrucción de obra pública y privada, la pérdida de sembradíos.
No es todo. Si observamos la ubicación de los cientos de miles de damnificados dejados por Karl, y antes por Álex, la inmensa mayoría vive en asentamientos humanos construidos en las márgenes de los ríos o aguas debajo de las presas, en áreas frágiles y peligrosas de las poblaciones o en las zonas inundables de la franja costera. Como no existe desde hace décadas una política pública de desarrollo urbano, las ciudades y poblados crecen sin control, anárquicamente, y donde menos se debe. Por intereses electorales, por falta de combate efectivo a la pobreza, por corrupción de funcionarios, líderes y políticos, las autoridades permiten que las familias de menos recursos se instalen en sitios que no reúnen las condiciones mínimas de seguridad.

De igual forma, buena parte de la obra pública está mal hecha, es negocio de funcionarios, sus familiares y amigos, y por eso mismo cuando llueve se viene abajo. Lo mismo escuelas, centros de salud, que carreteras, puentes, sistemas de agua potable.

Diversas dependencias relacionadas con el manejo adecuado de los recursos naturales y responsables de prevenir los desastres, cuentan con muchísimos estudios donde los especialistas del sector público y los centros de investigación advierten sobre los peligros que corre el país, su población, por no contar con una política de manejo sustentable de las cuencas hidrográficas, las áreas costeras y el desarrollo urbano. De la urgencia de modernizar los sistemas de prevención de desastres. Pero ignoran esos estudios. Luego vienen las tragedias, y en seguida las justificaciones y promesas de los funcionarios diciendo que no se repetirán, que ahora sí se tomarán medidas adecuadas para evitarlas. Hasta la próxima tragedia.

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