Los veteranos de guerra señalan que hay una desconexión entre lo que Washington cree que sucede en Iraq y lo que realmente pasa
Rafael Mathus Ruiz / Corresponsal
Nueva York, Estados Unidos (5 septiembre 2010).- Aunque el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció la semana pasada el fin de la guerra en Iraq y el regreso gradual de unas 50 mil tropas que quedarán en aquel país, tres ex combatientes consideran que el destino de la nación árabe es aún incierto y hasta sombrío.
Freddy Córdova nació hace 28 años en Los Ángeles, es hijo de Alfredo y Ramona, dos inmigrantes mexicanos, y se involucró en la guerra, como muchos otros jóvenes, impulsado por la adrenalina.
"Pues yo, el día que Bush dijo que íbamos a la guerra me metí en el Army (Ejército). Fui a ver a los recruiters (reclutadores) y les dije que quería ser uno de los que brincan de los aviones, ser de la infantería", recordó.
En Iraq, pelearía en algunas de las zonas más hostiles: Bagdad, Mosul, Tal Afar y Sadr City, un suburbio ubicado al este de la capital.
"Primero estuve en Bagdad, en 2004, hasta que pusieron una bomba en la cafetería de una base de Mosul, y nos mandaron allí. Bagdad estaba feo, pero no tan feo. Pero en Mosul fue peor. Mataron a uno de mi compañía, y balearon a otro", recopila Córdova, uno de los más de un millón de veteranos que peleó en Iraq desde el inicio de la guerra.
Luego de un breve retorno a una base militar en Estados Unidos, en septiembre de 2005 recibió la orden para volver al campo de batalla: su compañía, la 82 División de Paracaidistas, formaría parte de la llamada "Operación Restauración de Derechos" en Tal Afar, en el norte del país árabe, cerca de la frontera con Siria.
Fue una de las primeras misiones contra la insurgencia considerada exitosa.
"Ahí nos agarrábamos a balazos casi todos los días. Es la frontera..., como Tijuana", apunta Córdova, quien ahora se dedica a atender veteranos de guerra.
El joven cree que la violencia en Iraq, de dónde regresó por última vez en marzo de 2008, es la misma que cuando él estaba allí, y que va a empeorar.
Luis Carlos Montalván ingresó al Ejército cuando tenía sólo 17 años; sus padres habían huido de Cuba hacia Estados Unidos en busca de libertad y progreso, y él había crecido con un fuerte sentido de patriotismo.
Fue a Iraq dos veces, en 2003 y en 2005, dos años más tarde, agobiado por los síntomas del estrés postraumático, dejó las Fuerzas Armadas como capitán, tras 17 años de servicio, decepcionado por los desmanejos de la guerra.
Montalván, quien superó los ataques de pánico, el insomnio y el aislamiento gracias a la ayuda de un perro labrador de compañía entrenado especialmente, llamado Tuesday, cree que la Casa Blanca y los políticos no tienen idea de lo que en realidad sucede en la nación árabe.
"Es como si estuvieras jugando un partido de futbol contra Brasil con medio equipo, y el entrenador o es un idiota o no le dice al dueño que necesita más jugadores, y buenos. Estás jugando contra Brasil con cinco tipos, y el marcador es 12 a 1", ejemplifica.
Montalván, que ahora estudia en la Universidad de Columbia, también se muestra escéptico respecto de los supuestos avances en la nación árabe.
"La violencia no ha bajado. Lo que ha habido es una migración masiva de iraquíes. Un cuarto de la población dejó su ciudad o el país. Es una medida de la falta de seguridad, estabilidad y oportunidades", sostuvo.
Justin Johnson es uno de los muchos soldados que peleó para estudiar: antes de los atentados a las Torres Gemelas, se sumó al Programa del Entrenamiento de Oficiales de Reserva (ROTC, por sus siglas en inglés), que otorga becas universitarias a cambio del servicio en el Ejército.
Johnson estuvo en Iraq en 2004 y tres años más tarde, luego de trabajar para el Pentágono, fue enviado a Afganistán.
Ahora, con la guerra a sus espaldas y un posgrado en Relaciones Internacionales bajo el brazo, trabaja para el Departamento de Defensa.
En Iraq, Johnson sirvió como teniente en Ramadi, otra de las zonas calientes del país por esos días, ubicada a unos 100 kilómetros al oeste de Bagdad.
"En siete meses perdimos 35 marines, y otros miles fueron heridos", recordó.
Johnson no duda que la situación en Iraq mejoró a cuando él estuvo allí. Aunque asegura que espera que el país pueda estar mejor.
"Nadie sabe qué va a pasar con la situación política, y hay mucha violencia sectaria".
Luchan hispanos por respeto
"En todos los patrullajes yo estaba al frente. Quería ser el jefe, el que estaba a cargo", recuerda Freddy Córdova, estadounidense hijo de mexicanos.
Cordova se animó a hablar de un tema sensible: el racismo en el Ejército.
Aunque afirma que nunca fue discriminado por su origen mexicano, Córdova reconoce que la discriminación existe, y que él tuvo que esforzarse para ganarse el respeto de sus pares.
"Los gringos me decían que antes de conocerme a mí pensaban que los mexicanos eran buenos para nada. 'Pero mira, aquí estás tú' me decían luego", reveló.
Córdova dice que tuvo suerte en contar con un sargento de su mismo origen en su compañía, la 82 División de Paracaidistas.
"Mi sargento era mexicano de Texas. Me hablaba en español, y a cada rato me decía que tenía que esforzarme más duro porque todos esperaban que hiciéramos algo feo, pensaban que no éramos tan buenos como ellos", dijo.
Córdova se enorgullece de haber pertenecido a la compañía de paracaidistas.
"Son chingones, pues. Si estás en la 82 de paracaidistas eres chingón, no quieres ser regular army (soldado regular), quieres ser uno de la 82, pero para estar ahí tienes que trabajar más duro que todos los demás", finalizó.
Reforma
05/09/2010
Rafael Mathus Ruiz / Corresponsal
Nueva York, Estados Unidos (5 septiembre 2010).- Aunque el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció la semana pasada el fin de la guerra en Iraq y el regreso gradual de unas 50 mil tropas que quedarán en aquel país, tres ex combatientes consideran que el destino de la nación árabe es aún incierto y hasta sombrío.
Freddy Córdova nació hace 28 años en Los Ángeles, es hijo de Alfredo y Ramona, dos inmigrantes mexicanos, y se involucró en la guerra, como muchos otros jóvenes, impulsado por la adrenalina.
"Pues yo, el día que Bush dijo que íbamos a la guerra me metí en el Army (Ejército). Fui a ver a los recruiters (reclutadores) y les dije que quería ser uno de los que brincan de los aviones, ser de la infantería", recordó.
En Iraq, pelearía en algunas de las zonas más hostiles: Bagdad, Mosul, Tal Afar y Sadr City, un suburbio ubicado al este de la capital.
"Primero estuve en Bagdad, en 2004, hasta que pusieron una bomba en la cafetería de una base de Mosul, y nos mandaron allí. Bagdad estaba feo, pero no tan feo. Pero en Mosul fue peor. Mataron a uno de mi compañía, y balearon a otro", recopila Córdova, uno de los más de un millón de veteranos que peleó en Iraq desde el inicio de la guerra.
Luego de un breve retorno a una base militar en Estados Unidos, en septiembre de 2005 recibió la orden para volver al campo de batalla: su compañía, la 82 División de Paracaidistas, formaría parte de la llamada "Operación Restauración de Derechos" en Tal Afar, en el norte del país árabe, cerca de la frontera con Siria.
Fue una de las primeras misiones contra la insurgencia considerada exitosa.
"Ahí nos agarrábamos a balazos casi todos los días. Es la frontera..., como Tijuana", apunta Córdova, quien ahora se dedica a atender veteranos de guerra.
El joven cree que la violencia en Iraq, de dónde regresó por última vez en marzo de 2008, es la misma que cuando él estaba allí, y que va a empeorar.
Luis Carlos Montalván ingresó al Ejército cuando tenía sólo 17 años; sus padres habían huido de Cuba hacia Estados Unidos en busca de libertad y progreso, y él había crecido con un fuerte sentido de patriotismo.
Fue a Iraq dos veces, en 2003 y en 2005, dos años más tarde, agobiado por los síntomas del estrés postraumático, dejó las Fuerzas Armadas como capitán, tras 17 años de servicio, decepcionado por los desmanejos de la guerra.
Montalván, quien superó los ataques de pánico, el insomnio y el aislamiento gracias a la ayuda de un perro labrador de compañía entrenado especialmente, llamado Tuesday, cree que la Casa Blanca y los políticos no tienen idea de lo que en realidad sucede en la nación árabe.
"Es como si estuvieras jugando un partido de futbol contra Brasil con medio equipo, y el entrenador o es un idiota o no le dice al dueño que necesita más jugadores, y buenos. Estás jugando contra Brasil con cinco tipos, y el marcador es 12 a 1", ejemplifica.
Montalván, que ahora estudia en la Universidad de Columbia, también se muestra escéptico respecto de los supuestos avances en la nación árabe.
"La violencia no ha bajado. Lo que ha habido es una migración masiva de iraquíes. Un cuarto de la población dejó su ciudad o el país. Es una medida de la falta de seguridad, estabilidad y oportunidades", sostuvo.
Justin Johnson es uno de los muchos soldados que peleó para estudiar: antes de los atentados a las Torres Gemelas, se sumó al Programa del Entrenamiento de Oficiales de Reserva (ROTC, por sus siglas en inglés), que otorga becas universitarias a cambio del servicio en el Ejército.
Johnson estuvo en Iraq en 2004 y tres años más tarde, luego de trabajar para el Pentágono, fue enviado a Afganistán.
Ahora, con la guerra a sus espaldas y un posgrado en Relaciones Internacionales bajo el brazo, trabaja para el Departamento de Defensa.
En Iraq, Johnson sirvió como teniente en Ramadi, otra de las zonas calientes del país por esos días, ubicada a unos 100 kilómetros al oeste de Bagdad.
"En siete meses perdimos 35 marines, y otros miles fueron heridos", recordó.
Johnson no duda que la situación en Iraq mejoró a cuando él estuvo allí. Aunque asegura que espera que el país pueda estar mejor.
"Nadie sabe qué va a pasar con la situación política, y hay mucha violencia sectaria".
Luchan hispanos por respeto
"En todos los patrullajes yo estaba al frente. Quería ser el jefe, el que estaba a cargo", recuerda Freddy Córdova, estadounidense hijo de mexicanos.
Cordova se animó a hablar de un tema sensible: el racismo en el Ejército.
Aunque afirma que nunca fue discriminado por su origen mexicano, Córdova reconoce que la discriminación existe, y que él tuvo que esforzarse para ganarse el respeto de sus pares.
"Los gringos me decían que antes de conocerme a mí pensaban que los mexicanos eran buenos para nada. 'Pero mira, aquí estás tú' me decían luego", reveló.
Córdova dice que tuvo suerte en contar con un sargento de su mismo origen en su compañía, la 82 División de Paracaidistas.
"Mi sargento era mexicano de Texas. Me hablaba en español, y a cada rato me decía que tenía que esforzarme más duro porque todos esperaban que hiciéramos algo feo, pensaban que no éramos tan buenos como ellos", dijo.
Córdova se enorgullece de haber pertenecido a la compañía de paracaidistas.
"Son chingones, pues. Si estás en la 82 de paracaidistas eres chingón, no quieres ser regular army (soldado regular), quieres ser uno de la 82, pero para estar ahí tienes que trabajar más duro que todos los demás", finalizó.
Reforma
05/09/2010
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