jueves, 1 de octubre de 2009

Nuestra guerra actual y las posibles

Lorenzo Meyer

No estaría mal empezar a discutir la utilidad de seguir o cambiar la dirección de la actual guerra contra el narcotráfico

Prioridades
Desde diciembre del 2006 el gobierno mexicano ha empeñado al Ejército en una guerra frontal contra el narcotráfico pero ya es hora de preguntar: ¿tiene sentido continuarla con la misma intensidad y dirección? Sólo en lo que va del sexenio, y hasta mediados del mes pasado, las bajas relacionadas con el crimen organizado sumaban cerca de 14 mil (El Universal, 11 de septiembre).
Se puede argumentar que conviene plantear o replantear la "guerra contra el narco" porque los muertos ya son muchos, los recursos limitados y hay alternativas más urgentes y legítimas para invertir el esfuerzo colectivo que hoy se emplea contra los cárteles de la droga. De entrada, es mejor empeñar al país en una guerra de fondo contra la pobreza o contra la mala calidad de su sistema de educación y, ni a vuelta de hoja, vendría bien una batalla contra el desempleo, contra la destrucción del ambiente e incluso para transformar la creciente economía informal en formal. Sería verdaderamente popular una auténtica cruzada nacional contra la corrupción pública y la inseguridad, es decir, contra el crimen que afecta al ciudadano común y corriente, y que no es el narcotráfico. En suma, frentes de guerras posibles no faltan, lo que escasean son los recursos y la voluntad de llevarlas a cabo. Por ello hay que cuidar las prioridades, pues a lo mejor en la batalla contra los cárteles de la droga estamos metidos en un conflicto que ni siquiera es entera o genuinamente nuestro y, peor aún, en uno donde no es posible una victoria real y efectiva.

La esencia
Librar con éxito una auténtica guerra implica que la sociedad debe estar dispuesta a soportar que se pongan en tensión máxima todas sus relaciones sociales e institucionales. Ese tipo de guerra entrañaría que el liderazgo del país hubiese elaborado un plan con una idea clara de medios y objetivos, determinar con exactitud quién es el adversario y por qué y qué posibilidades hay de derrotarlo. Por su lado, la sociedad debería aceptar un alto grado de responsabilidad, sacrificio personal y colectivo, y comprometerse con una de las más grandes empresas que se puede imponer a una comunidad. En suma, meter a uno en una guerra es una decisión mayúscula y que debe hacerse con plena conciencia y responsabilidad.

El narcotráfico como el gran enemigo colectivo
En principio, no hay duda de que México como país estaría mejor frente a sí mismo y frente al mundo si La Familia, el Cártel del Golfo, el Cártel de Juárez y todo el resto de las organizaciones que trafican con drogas fueran ya historia. Sin embargo, los especialistas en la materia y el propio sentido común nos dicen que mientras existan las fuentes externas de demanda y, por lo mismo, de financiamiento -especialmente si esa fuente es el país más poderoso del planeta- la lucha contra el narcotráfico mexicano tendrá la misma debilidad que se presenta, por ejemplo, cuando un ejército combate a grupos armados que tienen su principal fuente de abastecimiento y apoyo en otro país. Estados Unidos, con el auxilio de la OTAN, no puede derrotar al talibán en Afganistán justamente porque éste puede encontrar refugio y recursos en Pakistán. Para México, el factor externo en su empeño por eliminar al narcotráfico organizado es un obstáculo mayor, pues su capacidad para presionar y obligar a Washington a actuar es infinitamente más limitada que la de Washington para presionar a Islamabad.
La llamada Iniciativa Mérida supone que el gobierno mexicano logró un gran compromiso histórico de parte del gobierno norteamericano para realmente actuar contra la demanda y contra el suministro de armas y la transferencia de dinero a los grupos criminales mexicanos. Sin embargo, por razones histórico-políticas las autoridades norteamericanas no pueden impedir que sus ciudadanos adquieran armas y que, algunos de ellos, las transfieran a los cárteles mexicanos. Examinando los rubros del presupuesto, y según un documento de Eric Olson y Robert Donnelly, resulta que, hasta el momento, las dos terceras partes de la suma que el gobierno norteamericano invierte en la lucha contra el narcotráfico están destinadas a combatir la oferta y apenas un tercio a enfrentar a la fuente misma del mal: la demanda ("Confronting the Challenges of Organized Crime in Mexico and Latin America", 2009, Mexico Institute, Woodrow Wilson Center, Washington DC).

La lógica
Felipe Calderón lanzó al Ejército a la guerra contra los narcotraficantes como parte de una jugada a varias bandas. Como en tantas otras estratagemas, uno de sus objetivos -quizá el básico- pareciera haber sido crear una coyuntura que llevara a la opinión pública a colocarse del lado del "líder fuerte" y decidido. Y en ese sentido la maniobra pareciera haber dado fruto, pues el 83 por ciento de los mexicanos apoyan el empleo del Ejército contra los cárteles de la droga (encuesta del Pew Center, publicada el 27 de septiembre). Sin embargo, para Olson y Donnelly, como para muchos otros especialistas, es un hecho que: "pocas veces ha sido posible una victoria en este tipo de guerra, especialmente cuando la demanda por los productos ilegales es alta".
La alternativa podría ser, dicen los expertos, simplemente usar selectivamente al Ejército para limitar la influencia del crimen organizado, aumentar el costo de sus negocios en tanto que se actúa en otros campos menos violentos y espectaculares pero mucho más efectivos: impedir el lavado de dinero, reformar o recrear de nuevo el marco institucional -policías, ministerios públicos, tribunales-, educar o reeducar a los posibles consumidores y, sobre todo, hacer que la actividad de las autoridades mexicanas esté condicionada a los avances norteamericanos en materia de control efectivo de armas, de movimientos de dinero y de una baja real en la demanda de drogas de su sociedad.

Posibilidad
Un investigador alemán, especialista en los factores económicos en la negociación de conflictos dentro de los Estados, Achim Wennmann, ha sugerido explorar la posibilidad de que el gobierno de México entre en negociación con los cárteles usando intermediarios formales y con objetivos muy claros: limitar las zonas de actividad de los cárteles -no operar en centros educativos, no extender sus actividades a otros ramos como el secuestro, trata de personas, etcétera- y limitar su violencia. De lo que se trataría es de dar a los cárteles incentivos económicos para limitar sus actividades y espacios y permitir a la sociedad mexicana una vida más cercana a la civilidad.
En principio, negociar con el crimen organizado es una idea moralmente repugnante. Sin embargo, tiene un lado ético defendible: una guerra sin victoria posible es una prolongación indefinida de la masacre y la brutalidad. La sociedad mexicana, en particular sus jóvenes con menor posibilidad de movilidad social, simplemente se está acostumbrando a ver la violencia extrema como algo normal y efectivo. El encallecimiento de la conciencia colectiva significa un costo cultural enorme, una hipoteca del futuro. México no tiene por qué pagar una factura que debería quedar enteramente en manos de los consumidores, quienes finalmente son los que hacen posible que la sierra de Sinaloa se haya convertido no sólo en productora de marihuana y amapola sino de personajes totalmente deshumanizados y que están imponiendo estilos de vida, valores y formas de relación extremos entre el crimen organizado y el resto de la sociedad. Italia es un ejemplo de lo difícil que es desarraigar la cultura de la mafia.

Obstáculos
Negociar con organizaciones criminales no es una solución ideal pero la alternativa es peor. Ahora bien, los obstáculos para lograr un mundo menos malo entre los posibles, son muchos. Por un lado, la "guerra contra el narco" le ha dado dividendos a Calderón y éste no tiene muchas fuentes alternativas de capital político. Por otro lado, Washington tendría objeciones, y si bien ese gobierno no ha sido capaz de disminuir la demanda de su sociedad, tiene recursos de sobra para presionar a México. No deja de ser irónico que Washington sí pueda considerar negociar con el mal -por ejemplo, negociar con unos de sus enemigos talibanes para aislar a otros más intransigentes.
De todas formas, como sociedad tenemos derecho y obligación de plantear alternativas ante un estado de cosas que simple- mente se deteriora con el paso del tiempo. México tiene cosas mejores y más urgentes que hacer con sus recursos económicos, con la vida de sus jóvenes, de sus soldados y sus policías, que estar peleando una guerra sin perspectivas y que, finalmente, sólo en parte es nuestra y en todo caso producto de nuestra vecindad con Estados Unidos.

Reforma 01/10/2009

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