domingo, 29 de septiembre de 2013

Bajo la Lupa

 

La era del nacionalismo, según The National Interest

Alfredo Jalife-Rahme

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Maniobras navales conjuntas de Estados Unidos en Filipinas, hace una semana. Grupos estadunidenses desarrollan posturas teóricas militaristas como la cuarta guerra mundialFoto Ap
P
aul Pillar, becario de la Brookings Institution y del Centro de Estudios de Seguridad de la Universidad de Georgetown, plantea asombrosamente La era del nacionalismo ( The National Interest, 1/9/13).
The National Interest, fundada por el superhalcón israelí-estadunidense Irvin Kristol, cuenta como presidente honorario a Henry Kissinger y es publicada por The Center for the National Interest, anteriormente The Nixon Center, cuya tendencia consiste en promover la perspectiva realista (sic) de Estados Unidos en política exterior.
Cabe recordar que la tesis doctoral de Kissinger versó sobre el orden mundial plasmado en el Congreso de Viena de 1814, como continuación del orden del Estado-nación y su soberanía, establecidos en Westfalia en 1648.
Al perder sus dos guerras en Afganistán e Irak, ¿el grupo neoconservador straussiano de The National Interest adopta el nacionalismo como medida de protección del futuro de Estados Unidos?
Paul Pillar juzga que no ha sido sencillo definir la era presente desde el colapso de la URSS y el comunismo en Europa oriental. Fustiga la nomenclatura inherentemente insatisfactoria de la cuarta (sic) guerra mundial (CGM) en contra del Islam radical promovida por algunos (sic) después del 11-S. El terrorismo es solamente una táctica que ha permeado durante milenios, mientras el Islam radical es parte marginal de un fenómeno más amplio, insuficiente para reconfigurar los asuntos globales.
Si se mira a la historia en retrospectiva, se decantan en las pasadas dos décadas las consecuencias del fenómeno conocido como nacionalismo ahora en forma plena e irrestricta, cuando “tomó tres siglos y medio para que sus componentes básicos –el Estado soberano, la vinculación popular al Estado y su diseminación global– emergieran con plena fuerza”.
A su juicio, los ingredientes del nacionalismo pueden ser añejos por siglos, pero su resultado combinado, visto globalmente, es nuevo. Vivimos hoy la era nacionalista.
Rememora que la parte más importante del concepto del choque de civilizaciones de Samuel Huntington –que desarrolló las ideas de la CGM– abulta a la religión.
Desecha uno a uno los conceptos del mundo unipolar, a la misma multipolaridad (más desde el punto de vista económico), el G-2 (Estados Unidos y China), el G-8 o el G-20, y hasta la no polaridad de Richard Haass (presidente del influyente Consejo de Relaciones Exteriores: CFR, por sus siglas en inglés), pero ninguno cumple la visión integral que acontece en el planeta.
Desmenuza el nacimiento del Estado nación en la Paz de Westfalia de 1648 que marcó el fin de la teológica Guerra de los 30 Años, lo cual codificó el concepto de la soberanía del Estado: una estructura política de Europa del siglo XX, que con otros procesos permea­ría la fuerza del futuro nacionalismo.
Cita el libro Después del nacionalismo del historiador británico E. H. Carr, de entonaciones marxistas, en el que aborda la socialización de la nación que incluye la extensión de las franquicias y el creciente papel económico (¡supersic!) del Estado.
Paul Pillar admite que el paroxismo del nacionalismo deletéreo nutrió a la Primera Guerra Mundial y dejó un considerable sentimiento nacionalista que alimentó la segunda vuelta de carnicería dos décadas más tarde.
A juicio de Paul Pillar, Carr creyó en forma idílica que las guerras del nacionalismo se desvanecerían con los avances de tecnología militar, especialmente del poder aéreo, que harían a las fronteras estratégicamente menos significativas que antes, mediante el establecimiento de organizaciones regionales múltiples.
Según Pillar, Carr se equivocó sobre su pronóstico del nacionalismo. Da el ejemplo del renacimiento nacionalista en un diminuto país como Kosovo, ya no se diga en el mismo país de Carr: Gran Bretaña, que nunca pudo acercarse lo suficiente a la Europa continental.
La descolonización del mundo en vías de desarrollo, que llegó a su pico en los años 60 del siglo pasado y continuó mucho después, exhibió la equivocación conceptual de Carr. Pese a su sello europeo, el Estado westfaliano se ha expandido en todo el mundo.
Paul Pillar aduce que la competencia entre izquierda y derecha se volvió una competencia entre Occidente y Oriente que disfrazó muchas de las consecuencias del nacionalismo desde Alemania occidental hasta Yugoslavia y Checoslovaquia.
Argumenta que el Estado nación es la realidad definitoria (sic) de nuestro tiempo y que la era del nacionalismo hoy es producto de la condición humana (¡supersic!).
Se basa en el imperativo territorial del autor Robert Ardrey, donde la posesión de un pedazo bien definido de la superficie terrestre constituye el rasgo dominante de muchas especies más cercanamente relacionadas a los humanos que desemboca en el Estado nación y sus imperativos institucionales que se agregan a rasgos biológicos y evolutivos, a los que se suman los mitos nacionales.
Aporta como ejemplo el nacionalismo en China y Japón. En efecto, el noreste y sureste asiáticos viven un intenso y vibrante nacionalismo en medio de sus regionalismos específicos y de su participación en lo que les conviene en la globalización.
Aun el magnificente experimento supranacional de Europa muestra serias fisuras balcanizadoras.
Ejemplos similares abundan desde América Latina, pasando por África y Asia central hasta Rusia. Aun en el Medio Oriente, Paul Pillar considera que el nacionalismo triunfa sobre la religión, lo cual, a mi juicio, puede ser muy discutido en espera del resultado final de la mezcla insólita de sus específicos conflictos teológicos-sectarios. Bueno, siempre existen excepciones a las reglas.
Sostiene que Estados Unidos exhibe mayor nacionalismo que cualquier otro país y que denominan excepcionalismo (nota: que el mismo presidente ruso Vlady Puttin fustigó en su célebre artículo a The New York Times, 11/9/13).
Sin duda, ningún país promueve, defiende y consolida su soberanía nacionalista como Estados Unidos en todos los rubros de su vida sin excepción; si no, que nos pregunten a los mexicanos, sus vecinos nacionalistas incómodos.
Una frase implacable de Paul Pillar: La intensidad del nacionalismo de Estados Unidos apunta a las principales implicaciones prescriptivas de vivir en la era nacionalista cuando los hacedores de la política deberían estar conscientes de los sentimientos nacionalistas ajenos.
Concluye que ningún modelo único en el mundo puede generar una gran estrategia para todos los propósitos. Pero el mejor ajuste para la era nacionalista es un realismo pragmático que toma como ingrediente básico de los asuntos globales los intereses paralelos algunas veces conflictivos de las naciones estado individuales, mientras reconoce el poder que puede ser generado por los sentimientos nacionalistas dentro de las naciones estado.
¿Podrá el excepcionalismo de Estados Unidos, un jingoísmo a carta cabal, reconocer el nacionalismo mexicano transhistórico para forjar una óptima vecindad?
A mi juicio, se asienta la desglobalización, concomitante al regionalismo y al retorno de sus específicos nacionalismos de esencia evolutiva sicobiológica.
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