Desfiladero
Jaime Avilés
Para transformar el país, el pueblo necesita tomar el poder. Para tomar el poder, tiene que reunir 25 millones de votos en las elecciones del 1º de julio de 2012. Para lograr esa meta, deberá triunfar en la mayoría de las 65 mil casillas (o secciones electorales) que el IFE instalará ese día. Para alcanzar la victoria en la casilla que nos toque, hay que ponernos a trabajar desde ya.
Ante todo, es indispensable contar con una credencial de elector. ¿Usted ya posee la suya? Pues cuídela: cuando no la use guárdela bajo siete llaves. Es una herramienta de trabajo, pero también un arma para derrotar al crimen organizado (Salinas + Calderón + las televisoras + la oligarquía mexicana y española) por la vía pacífica.
En la parte baja de su credencial busque el número de la “sección” (o casilla) donde votará el mero día. Localice en Internet el mapa del territorio que abarca esa sección; hable con los amigos, parientes y conocidos que vivan dentro de ese perímetro e invítelos a formar un comité coordinador, y organícense todas y todos para ir, casa por casa, cuadra por cuadra, manzana por manzana, edificio por edificio, haciendo contacto con otras personas que estén hartas de Calderón, del PRI, del PAN, del PRD y del desempleo, la carestía y la violencia, para invitarlas a sumarse a la lucha.
Ahora bien, preguntarán con justificado escepticismo, ¿luchar para qué? Bueno, para ganar la Presidencia y la mayoría en las cámaras de Diputados y Senadores: si queremos evitar que el país termine de desbaratarse, nos urge un presidente que tenga amplio respaldo popular y un Congreso con una clara definición política. Juntos con el pueblo, ambos pueden impulsar cambios de fondo a corto plazo.
Un presidente fuerte, por ejemplo, el día de su toma de posesión, puede derogar por decreto las pensiones de los ex presidentes, reducir a la mitad los sueldos de la alta burocracia –de directores generales a secretarios de Estado—, eliminar bonos, viáticos, servicios médicos privados, cajas de ahorro especiales y otros privilegios, para destinar esos recursos a la educación, la salud, el deporte, la creación de empleos, la investigación científica y tecnológica, el rescate social de espacios conquistados por la delincuencia...
Apoyado por el pueblo y por el Congreso, un presidente fuerte puede ordenar la construcción inmediata de cinco refinerías: gracias a ellas, a partir de 2015, dejaríamos de importar gasolina y nos ahorraríamos 10 mil millones de dólares anuales. Puede, asimismo, prohibir que los consorcios españoles sigan produciendo y vendiendo energía eléctrica a la Comisión Federal de Electricidad, en perjuicio de los consumidores que pagamos por eso tarifas prohibitivas.
Si la destrucción del campo es uno de los factores que fomentaron la siembra de drogas donde antes se cosechaban frutas y verduras, un presidente fuerte puede exigir la revisión del TLCAN –para renegociar, por ejemplo, las cláusulas que prohíben al gobierno mexicano subsidiar a los campesinos de acá, mientras los de Estados Unidos gozan de todo tipo de créditos oficiales allá–, y puede también desarrollar nuevas políticas agropecuarias, con objeto de facilitar que los migrantes regresen a sus comunidades a reconstruir los pueblos y las milpas, y los jóvenes urbanos desempleados se trasladen al medio rural y contribuyan a la producción de alimentos, para que dejemos de importarlos.
Un gobierno fuerte, mediante los buenos oficios del Congreso, puede remplazar el actual régimen de captación tributaria por un sistema mucho más sencillo, que según cálculos del experto economista Rogelio Ramírez de la O, elevaría en 500 mil millones de pesos (o 50 mil millones de dólares) al año la recaudación de impuestos.
En 2006, Andrés Manuel López Obrador ofreció un programa de 50 puntos para transformar al país. Calderón y los levantacejas se cansaron de burlarse preguntándole –sin permitirle responder– de dónde sacaría el dinero para tantas cosas. Bueno, aquí están las recetas: ninguna de ellas imposible (¿construir cinco refinerías?, ¿reducir sueldos de altos burócratas?, ¿facilitar el pago de impuestos?), pero requieren de una voluntad política colectiva, de una férrea disciplina y de una gran honestidad para que sean exitosas.
El domingo pasado, en el Auditorio Nacional, durante la presentación del nuevo Proyecto Alternativo de Nación, que discutieron y redactaron decenas de intelectuales de altos vuelos al servicio del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Ramírez de la O demostró que es posible abaratar los precios de los servicios si los monopolios dejan de serlo –que Telmex tenga su red de televisión y Televisa su empresa telefónica, por ejemplo, para que compitan bajando tarifas–, pues el predominio de cada uno de ellos “en estos 10 años de gobiernos del PAN apoyados por el PRI” ha ocasionado una pérdida, o sea, un no crecimiento del producto interno bruto, valuado en 350 mil millones de dólares.
Mientras en el sótano de la pirámide social los pueblos indios reciben cada año menos de uno por ciento del gasto público, “400 grandes corporaciones tienen ingresos anuales por 6 billones de pesos pero no pagan impuestos”, como no los pagan tampoco quienes especulan en la Bolsa de Valores, ni las empresas mineras (la del Cerro de San Pedro, en San Luis Potosí, obtiene 20 millones de dólares al mes), que destruyen la tierra, se llevan íntegras sus alucinantes ganancias y no dejan ningún beneficio.
¿Vale la pena organizarse para ganar las elecciones presidenciales de 2012 en la casilla donde nos toque votar? A la luz de lo expuesto en esta plana, ¿tiene México recursos para volver a crecer económicamente y posibilidades de superar la miseria, el terror y el desconsuelo al que creen que nos condenaron para siempre Salinas, Calderón y las televisoras?
Uno de los rasgos más positivos de la lucha pacífica propuesta por López Obrador en el territorio de la casilla electoral donde votaremos, es que para construir esa mayoría de vecinos, parientes y amigos, tendremos que hablar también con quienes piensan distinto y creen en otros proyectos: dialogar con ellos, oírlos, entender sus problemas y exponerles los nuestros, buscar soluciones comunes y buenas para todos, implicará iniciar un proceso de reconciliación, por ejemplo, con los amables panistas que viven en el piso de abajo, con el joven matrimonio de izquierda que nos saluda desde el edificio de enfrente pero simpatiza con la otra champaña, con el maestro plomero que desconfía de AMLO desde el plantón de Reforma, con la señora que nos vende los discos pirata en la tintorería, con la veterana prostituta que hace más de 40 años atiende en la misma esquina, con la Narda de la fonda que sirve comidas corridas...
Con tal de que un pigmeo maligno se robara la Presidencia, los obispos mandaron a las beatas a pedir a los ingenuos que le rezaran a la Virgen para que AMLO no llegara al poder; al mismo tiempo, cada dos minutos, la tele repetía que AMLO era un peligro para México, y propagandistas de toda laya, nos hundieron en un clima de odio que desató la peor carnicería de nuestros tiempos. Para ganar las elecciones del año próximo en la casilla que nos toque, debemos hablar, pero ya, con nuestros vecinos, organizarnos y reconciliarnos. Al hacerlo, todas y todos reconstruiremos el tejido social, y poco a poco empezaremos a ponerle fin a la estúpida guerra del monstruito.
jamastu@gmail.com
Jaime Avilés
Para transformar el país, el pueblo necesita tomar el poder. Para tomar el poder, tiene que reunir 25 millones de votos en las elecciones del 1º de julio de 2012. Para lograr esa meta, deberá triunfar en la mayoría de las 65 mil casillas (o secciones electorales) que el IFE instalará ese día. Para alcanzar la victoria en la casilla que nos toque, hay que ponernos a trabajar desde ya.
Ante todo, es indispensable contar con una credencial de elector. ¿Usted ya posee la suya? Pues cuídela: cuando no la use guárdela bajo siete llaves. Es una herramienta de trabajo, pero también un arma para derrotar al crimen organizado (Salinas + Calderón + las televisoras + la oligarquía mexicana y española) por la vía pacífica.
En la parte baja de su credencial busque el número de la “sección” (o casilla) donde votará el mero día. Localice en Internet el mapa del territorio que abarca esa sección; hable con los amigos, parientes y conocidos que vivan dentro de ese perímetro e invítelos a formar un comité coordinador, y organícense todas y todos para ir, casa por casa, cuadra por cuadra, manzana por manzana, edificio por edificio, haciendo contacto con otras personas que estén hartas de Calderón, del PRI, del PAN, del PRD y del desempleo, la carestía y la violencia, para invitarlas a sumarse a la lucha.
Ahora bien, preguntarán con justificado escepticismo, ¿luchar para qué? Bueno, para ganar la Presidencia y la mayoría en las cámaras de Diputados y Senadores: si queremos evitar que el país termine de desbaratarse, nos urge un presidente que tenga amplio respaldo popular y un Congreso con una clara definición política. Juntos con el pueblo, ambos pueden impulsar cambios de fondo a corto plazo.
Un presidente fuerte, por ejemplo, el día de su toma de posesión, puede derogar por decreto las pensiones de los ex presidentes, reducir a la mitad los sueldos de la alta burocracia –de directores generales a secretarios de Estado—, eliminar bonos, viáticos, servicios médicos privados, cajas de ahorro especiales y otros privilegios, para destinar esos recursos a la educación, la salud, el deporte, la creación de empleos, la investigación científica y tecnológica, el rescate social de espacios conquistados por la delincuencia...
Apoyado por el pueblo y por el Congreso, un presidente fuerte puede ordenar la construcción inmediata de cinco refinerías: gracias a ellas, a partir de 2015, dejaríamos de importar gasolina y nos ahorraríamos 10 mil millones de dólares anuales. Puede, asimismo, prohibir que los consorcios españoles sigan produciendo y vendiendo energía eléctrica a la Comisión Federal de Electricidad, en perjuicio de los consumidores que pagamos por eso tarifas prohibitivas.
Si la destrucción del campo es uno de los factores que fomentaron la siembra de drogas donde antes se cosechaban frutas y verduras, un presidente fuerte puede exigir la revisión del TLCAN –para renegociar, por ejemplo, las cláusulas que prohíben al gobierno mexicano subsidiar a los campesinos de acá, mientras los de Estados Unidos gozan de todo tipo de créditos oficiales allá–, y puede también desarrollar nuevas políticas agropecuarias, con objeto de facilitar que los migrantes regresen a sus comunidades a reconstruir los pueblos y las milpas, y los jóvenes urbanos desempleados se trasladen al medio rural y contribuyan a la producción de alimentos, para que dejemos de importarlos.
Un gobierno fuerte, mediante los buenos oficios del Congreso, puede remplazar el actual régimen de captación tributaria por un sistema mucho más sencillo, que según cálculos del experto economista Rogelio Ramírez de la O, elevaría en 500 mil millones de pesos (o 50 mil millones de dólares) al año la recaudación de impuestos.
En 2006, Andrés Manuel López Obrador ofreció un programa de 50 puntos para transformar al país. Calderón y los levantacejas se cansaron de burlarse preguntándole –sin permitirle responder– de dónde sacaría el dinero para tantas cosas. Bueno, aquí están las recetas: ninguna de ellas imposible (¿construir cinco refinerías?, ¿reducir sueldos de altos burócratas?, ¿facilitar el pago de impuestos?), pero requieren de una voluntad política colectiva, de una férrea disciplina y de una gran honestidad para que sean exitosas.
El domingo pasado, en el Auditorio Nacional, durante la presentación del nuevo Proyecto Alternativo de Nación, que discutieron y redactaron decenas de intelectuales de altos vuelos al servicio del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Ramírez de la O demostró que es posible abaratar los precios de los servicios si los monopolios dejan de serlo –que Telmex tenga su red de televisión y Televisa su empresa telefónica, por ejemplo, para que compitan bajando tarifas–, pues el predominio de cada uno de ellos “en estos 10 años de gobiernos del PAN apoyados por el PRI” ha ocasionado una pérdida, o sea, un no crecimiento del producto interno bruto, valuado en 350 mil millones de dólares.
Mientras en el sótano de la pirámide social los pueblos indios reciben cada año menos de uno por ciento del gasto público, “400 grandes corporaciones tienen ingresos anuales por 6 billones de pesos pero no pagan impuestos”, como no los pagan tampoco quienes especulan en la Bolsa de Valores, ni las empresas mineras (la del Cerro de San Pedro, en San Luis Potosí, obtiene 20 millones de dólares al mes), que destruyen la tierra, se llevan íntegras sus alucinantes ganancias y no dejan ningún beneficio.
¿Vale la pena organizarse para ganar las elecciones presidenciales de 2012 en la casilla donde nos toque votar? A la luz de lo expuesto en esta plana, ¿tiene México recursos para volver a crecer económicamente y posibilidades de superar la miseria, el terror y el desconsuelo al que creen que nos condenaron para siempre Salinas, Calderón y las televisoras?
Uno de los rasgos más positivos de la lucha pacífica propuesta por López Obrador en el territorio de la casilla electoral donde votaremos, es que para construir esa mayoría de vecinos, parientes y amigos, tendremos que hablar también con quienes piensan distinto y creen en otros proyectos: dialogar con ellos, oírlos, entender sus problemas y exponerles los nuestros, buscar soluciones comunes y buenas para todos, implicará iniciar un proceso de reconciliación, por ejemplo, con los amables panistas que viven en el piso de abajo, con el joven matrimonio de izquierda que nos saluda desde el edificio de enfrente pero simpatiza con la otra champaña, con el maestro plomero que desconfía de AMLO desde el plantón de Reforma, con la señora que nos vende los discos pirata en la tintorería, con la veterana prostituta que hace más de 40 años atiende en la misma esquina, con la Narda de la fonda que sirve comidas corridas...
Con tal de que un pigmeo maligno se robara la Presidencia, los obispos mandaron a las beatas a pedir a los ingenuos que le rezaran a la Virgen para que AMLO no llegara al poder; al mismo tiempo, cada dos minutos, la tele repetía que AMLO era un peligro para México, y propagandistas de toda laya, nos hundieron en un clima de odio que desató la peor carnicería de nuestros tiempos. Para ganar las elecciones del año próximo en la casilla que nos toque, debemos hablar, pero ya, con nuestros vecinos, organizarnos y reconciliarnos. Al hacerlo, todas y todos reconstruiremos el tejido social, y poco a poco empezaremos a ponerle fin a la estúpida guerra del monstruito.
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