Paco Ignacio Taibo II
Trece de las muchas maneras de convertir un partido político de izquierda en una lata de sardinas.
1) Coloque en el centro, en el único centro de su vida, sagrado y unidimensional la lucha electoral. No lo diga, pero en el fondo de su corazón mantenga la firme creencia de que las luchas sociales estorban los momentos claves y definitorios de la vida del partido, los verdaderos, que tiene que ver con la selección de candidatos, las campañas electorales, las reuniones para medir las fuerzas y repartir las cuotas, el reparto de zonas de influencia.
2) Convierta a una buena parte de los militantes en asalariados, que dependan para su supervivencia del aparato y la jerarquía. Salve a esa militancia de trabajos mal pagados de maestros, chambas de medio tiempo, ventas de miel de colmena que manda la abuelita o enciclopedias británicas a domicilio. Aproveche que toda una generación de militantes, la de los 60-70, está quemada económicamente, que deben la renta y ellos están tres meses atrasados con la pensión alimentaria. Construya un partido “moderno” de empleados y no de activistas.
Conviértase usted mismo y toda la dirección nacional en asalariados de lujo, con prebendas, asistentes, choferes paseadores de esposas y esposos, ayudantes que hacen el súper. Dé por buena la teoría de que un diputado tiene derecho a ganar 50 veces lo que gana un obrero.
Reparta cargos de elección popular, de administradores públicos; cree centenares de asalariados del propio partido a nivel municipal, delegacional, estatal, nacional. Distribuya infatigablemente creando empleos y no apoyos económicos para la realización de tareas. Reparta esos empleos generando lazos de afinidad con los que los reciben, deudas a ser pagadas, fidelidades, servidumbres.
Construya paulatinamente una situación en la que en la cabeza de los militantes aparezca la idea de eternidad asociada a la idea de chamba. Establezca que la única continuidad en la vida es la del empleo que ofrece el partido. Que en la realidad política mexicana se puede construir una rueda de la fortuna donde nomás se va cambiando de asiento: de regidor de ayuntamiento a miembro de dirección estatal, a diputado, a senador, a viceministro.
3) Abandone cualquier radicalismo. No sólo el radicalismo no es “moderno”, sino que espanta. En la realpolitik lo políticamente correcto no tiene aristas. Ponga de moda la noción de que lo ideal es el centro, que el centro atrae votos indecisos, gana elecciones. Dé por buena la idea muy estadunidense de que se gobierna con las encuestas, que no se trata de convocar a la población y llevarle visiones, reflexiones, ideas, sino que se trata de adoptar sus dudas, sus miedos, sus prejuicios. Declárese ferviente partidario de la búsqueda del centro, aunque no lo diga. No permita que por ahí se ande diciendo que en política el centro es la nada.
4) Convierta todo debate de ideas en un debate de posibilidades. Ponga siempre por delante la idea de que el objetivo es alcanzar el poder. ¿Para hacer qué con el poder? Eso no importa.
Despolitice la política, vuélvala un juego de posibilidades donde los principios se desvanecen, las ideas del cambio profundo pasan al rincón de los juguetes viejos, la utopía es considerada una mala palabra. Declare abolido el trabajo de formación política. Declare difuntos a Marx y a Sandino, a Ho Chi Minh y a Pancho Villa, al cura Hidalgo (excepto en ceremonias) y a Bakunin. Simplemente no son modernos.
Acepte pragmáticamente cualquier tipo de alianza, con quien sea con tal de medio ganar una elección. Alíese con el que despide electricistas, con el que está en contra de las leyes progresistas del aborto o el matrimonio homosexual, con el que declara al Fondo Monetario Internacional su santo patrón. Ignore esas pequeñas diferencias con tal de ganar-perder una elección.
5) Dé por buena la idea de que una pequeña parte de corrupción es admisible, no mucha, no saqueadora, apenas funcional; que no tiene nada de malo recibir apoyos económicos de un gobernador priísta o que un alto funcionario panista le ofrezca a su grupo tres camionetas.
6) Adquiera los estilos y las formas del poder, conviva respetuosamente con el enemigo, reúnase frecuentemente con él en restaurantes y cantinas, salúdelo amablemente cuando lo tenga en el asiento de al lado de una Cámara de Senadores. No les crea a los que andan diciendo que existe el contagio por contacto.
7) Haga suya y de corazón toda norma burocrática. Donde manda la normatividad, que le valga verdaderamente madre el sentido común, el pensamiento racional, la sensatez. No permita bajo ninguna manera que la sensibilidad estorbe al procedimiento. Olvídese de cualquier intento de simplificación administrativa. Diga frecuentemente cosas como: “Ni modo, así hay que hacerlo.”
8) Cambie el lenguaje, hable de canicas y de recursos. Cuando le hablen de “programa” responda: ¿En qué canal?
9) Viva en un país en una de las más profundas crisis de su historia y logre que a pesar de ello, le valga absolutamente sombrilla. Convierta la política en un acto reactivo y no propositivo. Viva como en un encuentro de futbol en un estadio cerrado y sin público, preocúpese sólo de lo que ahí sucede, desconéctese del exterior.
10) Reviva las prácticas internas de fraude electoral. No importa que ese haya sido uno de los demonios cuya necesidad de abolición dio origen a todo. Si no las practica, al menos consiéntalas, explíquelas, perdónelas. Haga lo mismo con la presión del voto a través de la despensa o el saco de cemento, la compra de conciencia. Construya detrás de cada tendencia un apoyo social corporativo (por ejemplo: un proyecto habitacional de 40 casas con 400 peticionarios). Declare la moral abolida y la vergüenza inexistente. No son modernas.
11) Levante la bandera de la unidad. Secuestre en nombre de la unidad a todo el mundo.
12) Procure que no se hable demasiado del pasado militante de cada quien. Ese es un terreno peligroso, bien por la ausencia de tal pasado, bien por la incoherencia entre ese pasado y el triste presente.
13) No vaya jamás a una manifestación a no ser que haya en ella cámaras de televisión.
Bien, más o menos ya lo tiene. Ahora asuma el problema: ¿Quién quiere militar en una lata de sardinas? ¿Quién se siente representado por una lata de sardinas? ¿Quién va a votar por una lata de sardinas?
Caminando al borde del precipicio
¿Es este un retrato de todo el perredismo? ¿Son todos los perredistas así? ¿No se salva nada? ¿No hay nada que salvar? Mientras escribo siento que el trazo de las anteriores líneas puede resultar enormemente injusto. Conozco cientos de militantes en la base del partido, en comités y grupos de luchas diseminados por todo el país, que no caben en el anterior retrato, que se sienten secuestrados en un aparato cuyas inercias los arrastran, los paralizan y los anulan. Conozco docenas de cuadros honestos atrapados en secretarías de gobierno, en Cámaras de Diputados y Senadores, en comités estatales como el del DF, que realizan un enorme esfuerzo por seguir haciendo política de izquierda, de servicio a los ciudadanos, de confrontación con los demonios malignos del Estado mexicano.
Conversando con ellos dos opciones surgen. Algunos dicen que ya no hay manera de salvar nada, que si se quiere militar hay que buscar la militancia por otro lado, que el PRD es un cadáver. Su actitud me parece válida. Otros, muchos, argumentan que no hay que dejar en manos de los Chuchos el partido, que no se pueden olvidar los centenares de muertos perredistas, que no se puede olvidar lo mucho que costó construirlo. Su opción también me parece válida.
En las próximas 48 horas el Consejo Nacional del PRD resolverá el problema de quién queda en la dirección nacional y por tanto de cuál será la política del perredismo en los próximos dos años. El Consejo Nacional tiene una composición que se ajusta al proceso que en años recientes ha vivido el PRD, al igual que la mayoría de los comités estatales, en la medida en la que el partido perdía su base y su periferia militante, la burocracia asalariada iba copando posiciones. En el Consejo Nacional los Chuchos (simplificándolos llamémoslos con el nombre que se ha establecido en la opinión pública) y sus aliados tienen mayoría; una fuerte minoría se ha agrupado en torno a el llamado G8 (grupo de ocho corrientes), otras corrientes menores están representadas.
La primera posibilidad es que usando esa mayoría los Chuchos simplemente cambien de Chucho y Zambrano sustituya a Ortega. De ser así todo quedaría igual a como está y el partido está condenado a su desaparición. Privado de base militante, desprestigiado ante la opinión pública, sin figuras políticas, el partido de la burocracia se vería reducido en futuras elecciones a un partido de 3 por ciento por muchas alianzas con el PAN o el PRI que buscara. Supongo que los Chuchos lo saben y saben que esa victoria sería una profunda derrota. Pueden intentar una mínima maniobra y ofrecerle el segundo cargo en importancia en el partido, la secretaría general al G8, muy probablemente a Dolores Padierna. Si el G8 acepta las migajas del pastel burocrático se vería arrastrado a la muerte por desprestigio (es una novedosa fórmula política) de los Chuchos y se hundiría en el mismo barco.
Queda la opción que se ha estado barajando durante las últimas semanas, nombrar un candidato independiente a la presidencia, pero con todo sentido común los propuestos, sean Lázaro Cárdenas, el propio Cuauhtémoc o Javier González han dejado claro de manera abierta o no tanto que no pueden aceptar encabezar un comité que les imponga una política, y que no se trata sólo de un cambio de dirigentes.
¿Qué sucederá? Es difícil aventurar un pronóstico con tantas opciones sobre la mesa. Lo que parece evidente es que si los Chuchos imponen su mayoría y consolidan la dirección del partido en la misma línea actual, con todo y la alianza con el PAN, sólo le queda a la disidencia un camino: declararse en rebeldía, desconocer a la dirección nacional, convocar a comités estatales y de base a sumarse a esta rebelión, comenzar a recorrer el país llevando el debate a esas bases. Y entonces quizá haya una oportunidad de reconstruir política y moralmente al partido.
No sería malo, después de todo, meterle el abrelatas a la lata de sardinas.
Trece de las muchas maneras de convertir un partido político de izquierda en una lata de sardinas.
1) Coloque en el centro, en el único centro de su vida, sagrado y unidimensional la lucha electoral. No lo diga, pero en el fondo de su corazón mantenga la firme creencia de que las luchas sociales estorban los momentos claves y definitorios de la vida del partido, los verdaderos, que tiene que ver con la selección de candidatos, las campañas electorales, las reuniones para medir las fuerzas y repartir las cuotas, el reparto de zonas de influencia.
2) Convierta a una buena parte de los militantes en asalariados, que dependan para su supervivencia del aparato y la jerarquía. Salve a esa militancia de trabajos mal pagados de maestros, chambas de medio tiempo, ventas de miel de colmena que manda la abuelita o enciclopedias británicas a domicilio. Aproveche que toda una generación de militantes, la de los 60-70, está quemada económicamente, que deben la renta y ellos están tres meses atrasados con la pensión alimentaria. Construya un partido “moderno” de empleados y no de activistas.
Conviértase usted mismo y toda la dirección nacional en asalariados de lujo, con prebendas, asistentes, choferes paseadores de esposas y esposos, ayudantes que hacen el súper. Dé por buena la teoría de que un diputado tiene derecho a ganar 50 veces lo que gana un obrero.
Reparta cargos de elección popular, de administradores públicos; cree centenares de asalariados del propio partido a nivel municipal, delegacional, estatal, nacional. Distribuya infatigablemente creando empleos y no apoyos económicos para la realización de tareas. Reparta esos empleos generando lazos de afinidad con los que los reciben, deudas a ser pagadas, fidelidades, servidumbres.
Construya paulatinamente una situación en la que en la cabeza de los militantes aparezca la idea de eternidad asociada a la idea de chamba. Establezca que la única continuidad en la vida es la del empleo que ofrece el partido. Que en la realidad política mexicana se puede construir una rueda de la fortuna donde nomás se va cambiando de asiento: de regidor de ayuntamiento a miembro de dirección estatal, a diputado, a senador, a viceministro.
3) Abandone cualquier radicalismo. No sólo el radicalismo no es “moderno”, sino que espanta. En la realpolitik lo políticamente correcto no tiene aristas. Ponga de moda la noción de que lo ideal es el centro, que el centro atrae votos indecisos, gana elecciones. Dé por buena la idea muy estadunidense de que se gobierna con las encuestas, que no se trata de convocar a la población y llevarle visiones, reflexiones, ideas, sino que se trata de adoptar sus dudas, sus miedos, sus prejuicios. Declárese ferviente partidario de la búsqueda del centro, aunque no lo diga. No permita que por ahí se ande diciendo que en política el centro es la nada.
4) Convierta todo debate de ideas en un debate de posibilidades. Ponga siempre por delante la idea de que el objetivo es alcanzar el poder. ¿Para hacer qué con el poder? Eso no importa.
Despolitice la política, vuélvala un juego de posibilidades donde los principios se desvanecen, las ideas del cambio profundo pasan al rincón de los juguetes viejos, la utopía es considerada una mala palabra. Declare abolido el trabajo de formación política. Declare difuntos a Marx y a Sandino, a Ho Chi Minh y a Pancho Villa, al cura Hidalgo (excepto en ceremonias) y a Bakunin. Simplemente no son modernos.
Acepte pragmáticamente cualquier tipo de alianza, con quien sea con tal de medio ganar una elección. Alíese con el que despide electricistas, con el que está en contra de las leyes progresistas del aborto o el matrimonio homosexual, con el que declara al Fondo Monetario Internacional su santo patrón. Ignore esas pequeñas diferencias con tal de ganar-perder una elección.
5) Dé por buena la idea de que una pequeña parte de corrupción es admisible, no mucha, no saqueadora, apenas funcional; que no tiene nada de malo recibir apoyos económicos de un gobernador priísta o que un alto funcionario panista le ofrezca a su grupo tres camionetas.
6) Adquiera los estilos y las formas del poder, conviva respetuosamente con el enemigo, reúnase frecuentemente con él en restaurantes y cantinas, salúdelo amablemente cuando lo tenga en el asiento de al lado de una Cámara de Senadores. No les crea a los que andan diciendo que existe el contagio por contacto.
7) Haga suya y de corazón toda norma burocrática. Donde manda la normatividad, que le valga verdaderamente madre el sentido común, el pensamiento racional, la sensatez. No permita bajo ninguna manera que la sensibilidad estorbe al procedimiento. Olvídese de cualquier intento de simplificación administrativa. Diga frecuentemente cosas como: “Ni modo, así hay que hacerlo.”
8) Cambie el lenguaje, hable de canicas y de recursos. Cuando le hablen de “programa” responda: ¿En qué canal?
9) Viva en un país en una de las más profundas crisis de su historia y logre que a pesar de ello, le valga absolutamente sombrilla. Convierta la política en un acto reactivo y no propositivo. Viva como en un encuentro de futbol en un estadio cerrado y sin público, preocúpese sólo de lo que ahí sucede, desconéctese del exterior.
10) Reviva las prácticas internas de fraude electoral. No importa que ese haya sido uno de los demonios cuya necesidad de abolición dio origen a todo. Si no las practica, al menos consiéntalas, explíquelas, perdónelas. Haga lo mismo con la presión del voto a través de la despensa o el saco de cemento, la compra de conciencia. Construya detrás de cada tendencia un apoyo social corporativo (por ejemplo: un proyecto habitacional de 40 casas con 400 peticionarios). Declare la moral abolida y la vergüenza inexistente. No son modernas.
11) Levante la bandera de la unidad. Secuestre en nombre de la unidad a todo el mundo.
12) Procure que no se hable demasiado del pasado militante de cada quien. Ese es un terreno peligroso, bien por la ausencia de tal pasado, bien por la incoherencia entre ese pasado y el triste presente.
13) No vaya jamás a una manifestación a no ser que haya en ella cámaras de televisión.
Bien, más o menos ya lo tiene. Ahora asuma el problema: ¿Quién quiere militar en una lata de sardinas? ¿Quién se siente representado por una lata de sardinas? ¿Quién va a votar por una lata de sardinas?
Caminando al borde del precipicio
¿Es este un retrato de todo el perredismo? ¿Son todos los perredistas así? ¿No se salva nada? ¿No hay nada que salvar? Mientras escribo siento que el trazo de las anteriores líneas puede resultar enormemente injusto. Conozco cientos de militantes en la base del partido, en comités y grupos de luchas diseminados por todo el país, que no caben en el anterior retrato, que se sienten secuestrados en un aparato cuyas inercias los arrastran, los paralizan y los anulan. Conozco docenas de cuadros honestos atrapados en secretarías de gobierno, en Cámaras de Diputados y Senadores, en comités estatales como el del DF, que realizan un enorme esfuerzo por seguir haciendo política de izquierda, de servicio a los ciudadanos, de confrontación con los demonios malignos del Estado mexicano.
Conversando con ellos dos opciones surgen. Algunos dicen que ya no hay manera de salvar nada, que si se quiere militar hay que buscar la militancia por otro lado, que el PRD es un cadáver. Su actitud me parece válida. Otros, muchos, argumentan que no hay que dejar en manos de los Chuchos el partido, que no se pueden olvidar los centenares de muertos perredistas, que no se puede olvidar lo mucho que costó construirlo. Su opción también me parece válida.
En las próximas 48 horas el Consejo Nacional del PRD resolverá el problema de quién queda en la dirección nacional y por tanto de cuál será la política del perredismo en los próximos dos años. El Consejo Nacional tiene una composición que se ajusta al proceso que en años recientes ha vivido el PRD, al igual que la mayoría de los comités estatales, en la medida en la que el partido perdía su base y su periferia militante, la burocracia asalariada iba copando posiciones. En el Consejo Nacional los Chuchos (simplificándolos llamémoslos con el nombre que se ha establecido en la opinión pública) y sus aliados tienen mayoría; una fuerte minoría se ha agrupado en torno a el llamado G8 (grupo de ocho corrientes), otras corrientes menores están representadas.
La primera posibilidad es que usando esa mayoría los Chuchos simplemente cambien de Chucho y Zambrano sustituya a Ortega. De ser así todo quedaría igual a como está y el partido está condenado a su desaparición. Privado de base militante, desprestigiado ante la opinión pública, sin figuras políticas, el partido de la burocracia se vería reducido en futuras elecciones a un partido de 3 por ciento por muchas alianzas con el PAN o el PRI que buscara. Supongo que los Chuchos lo saben y saben que esa victoria sería una profunda derrota. Pueden intentar una mínima maniobra y ofrecerle el segundo cargo en importancia en el partido, la secretaría general al G8, muy probablemente a Dolores Padierna. Si el G8 acepta las migajas del pastel burocrático se vería arrastrado a la muerte por desprestigio (es una novedosa fórmula política) de los Chuchos y se hundiría en el mismo barco.
Queda la opción que se ha estado barajando durante las últimas semanas, nombrar un candidato independiente a la presidencia, pero con todo sentido común los propuestos, sean Lázaro Cárdenas, el propio Cuauhtémoc o Javier González han dejado claro de manera abierta o no tanto que no pueden aceptar encabezar un comité que les imponga una política, y que no se trata sólo de un cambio de dirigentes.
¿Qué sucederá? Es difícil aventurar un pronóstico con tantas opciones sobre la mesa. Lo que parece evidente es que si los Chuchos imponen su mayoría y consolidan la dirección del partido en la misma línea actual, con todo y la alianza con el PAN, sólo le queda a la disidencia un camino: declararse en rebeldía, desconocer a la dirección nacional, convocar a comités estatales y de base a sumarse a esta rebelión, comenzar a recorrer el país llevando el debate a esas bases. Y entonces quizá haya una oportunidad de reconstruir política y moralmente al partido.
No sería malo, después de todo, meterle el abrelatas a la lata de sardinas.
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