8 Ago. 08
El obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, solía pasar a la revista Proceso para asistir al cierre de edición. Así conocía de primera mano las noticias. Fiel a los preceptos de la iglesia de los pobres, el obispo carecía de chofer. Ya muy tarde, subía a su coche y enfilaba a Cuernavaca. Sus amigos temían que se durmiera en el camino. Para tranquilizarlos, Méndez Arceo reveló su truco para estar despierto: "me quito los zapatos y manejo en calcetines". El molesto contacto con los pedales mantenía alerta al reformador de la iglesia mexicana.
Esta escena revela la precisión de relojero con que Vicente Leñero retrata a sus personajes en su más reciente libro: Gente así. En esas páginas sin pérdida, otro sacerdote radical, el austero dominico Tomás Gerardo Allaz, aparece como un hombre que critica todo asomo de confort en el alma cristiana. En una ocasión coincide con Méndez Arceo. Antes de que el obispo pueda quitarse los zapatos para emprender su ruta a Cuernavaca, Allaz señala a una mujer bajo la lluvia que no consigue taxi: Méndez Arceo debe llevarla a Isabel la Católica. "Voy a Cuernavaca", protesta el obispo. El terco Allaz exige caridad cristiana y el piloto descalzo acepta dar un largo rodeo. Como de costumbre, el dominico no pide nada para sí. Se queda bajo la lluvia.
Leñero relata hechos con la sustancia de la vida. Su evocación de Tomás Gerardo Allaz, sacerdote y luchador social, desemboca en una paradoja: esa persona que vivía para hacer el bien era irritante, incluso para alguien como Leñero, que compartía su fe. Cuando se encontraron por última vez, Allaz tuvo un gesto insólito: le preguntó al escritor qué opinaba de él. La respuesta es una reflexión sobre los defectos de la virtud:
"-Usted ha leído a Bernanos, ¿verdad? -pregunté-. El diario de un cura rural... Hacia el final de la novela hay una escena que me conmovió y no olvidaré nunca. Enfermo y muy jodido, el cura rural hace un repaso de su vida y se da cuenta de lo que ha conseguido ser: un hombre pobre, humilde, verdaderamente humilde. Lo reconoce y lo asume, pero también comprende que ese saberse y sentirse humilde es un acto de soberbia contra el que le cuesta mucho esfuerzo luchar en el momento de su agonía... Lo que sí sé de memoria es la última o penúltima frase de la novela de Bernanos: Odiarse es más fácil de lo que se cree, la gracia es olvidarse. ...Si usted tiene algún pecado, ese pecado es la soberbia de la humildad.
"Allaz permaneció en silencio un buen rato. No dejaba de mirarme.
"-Perdóneme que le diga esto -dije-, pero usted me pidió que le hablara con sinceridad. Y eso pienso.
"Se puso de pie, titubeaba. Hizo lo que nunca había hecho en treinta años: me dio un abrazo".
Leñero escribe las escenas de un Chéjov contemporáneo. Gente así es una obra de extraña naturalidad. Los relatos son verdaderos, no porque en ellos aparezcan personas conocidas, sino por la precisa inmediatez con que son contados. El narrador oculta sus trucos para sugerir que la trama fue urdida por la propia realidad. Después de renovar la novela sin ficción en Los periodistas y Asesinato, y de intercalar cuentos con crónicas en Sentimiento de culpa, Leñero funde todos sus recursos en esta obra maestra. El dramaturgo de La mudanza y el guionista de El crimen del padre Amaro se dejan sentir en los diálogos punzantes; el reportero de toda la vida, cubre los enigmas de su propia memoria.
Uno de los relatos comienza con tranquila cotidianidad. En una librería de viejo, Leñero encuentra un libro que le dedicó a una alumna. ¿Por qué está ahí?, ¿tan poco le importa a ella su antiguo maestro? Esto remite a un taller de dramaturgia al que llegó una chica de Sinaloa, con más empeño que talento. De pronto, esa alumna rezagada escribió una pieza llena de rara autenticidad. El tema era el narcomenudeo. ¿Qué propició ese salto? Sólo cuando su novio fue asesinado se supo que la obra era tan genuina porque la autora tenía acceso a las redes del crimen. La aspirante a dramaturga dejó el taller y olvidó unas cajas que cayeron en manos de su maestro. ¿Qué contenían? No revelaré el desenlace de la escritora que mejoró de estilo gracias al delito.
En otro de los relatos una mujer ama a un joven idéntico a Gael García Bernal. ¿Cree estar con el original? ¿Entiende que se trata de una copia? ¿Prefiere, precisamente, que el objeto del deseo sea un réplica, ajena a las obligaciones del actor famoso? La solución está en una de estas preguntas, pero la forma de lograrla es única.
Leñero juega ajedrez con pasión de espadachín. En "La apertura Topalov" narra una trama de azares dentro y fuera del tablero. Todo comienza en un taller que el autor impartió en Madrid, donde tuvo un alumno insoportable, el búlgaro Veselin Topalov. El maestro respondió a la altanería de su discípulo criticándolo sin miramientos y acaso con crueldad. Años después, fue invitado a la Casa del Lago, donde el campeón del mundo de ajedrez disputaría partidas simultáneas. ¡Se trataba nada menos que de Topalov! Los papeles se invertían y Leñero asistió con renovada furia. Se sabía inferior al gran maestro, pero podía vencerlo por descuido. El duelo se reprodujo con otras armas. ¿Pudo el dramaturgo lograr con un alfil lo que antes logró con sus palabras? El jaque mate está en el libro.
Gente así comienza con un relato sobre el "descubrimiento" de La cordillera, la novela fantasma de Juan Rulfo. Ahí se postula una inquietante conjetura: un buen escritor paródico puede simular el genio. Tal vez algunas de las obras que damos por clásicos son copias distorsionadas de otras que se han perdido. El arte surge de esa pobre materia. Los intríngulis para producir una falsa obra maestra hacen de este relato un pieza superior del género.
He hablado de Gente así como si todo lo que ahí ocurriera fuera cierto. Así es: Vicente Leñero lo ha contado.
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