martes, 7 de diciembre de 2010

¿Wikiwhat?

Jacobo Zabludovsky

Periodista y licenciado en Derecho de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de México. Inició sus actividades perio...


¿A quién beneficia el fenomenal escándalo del WikiLeaks? En la investigación de cualquier ilícito, aunque no sea este el caso, los detectives empiezan por preguntarse a quién beneficia el delito. Los franceses han reducido el incalculable panorama de las posibilidades a una solución típica: cherchez la femme, buscad a la mujer. Así han llegado a la solución de algunos de los más extraños crímenes de que se tenga memoria. Pero se necesita algo más que el talento indiscutible de Hercules Poirot para dar con el beneficiario y, por lo tanto, presunto autor de la filtración de datos que ha conmovido al mundo como un tsunami paranoico universal.

Cómo nos hace falta El Hijo del Ahuizote para encabezar la noticia: “El rarísimo caso del rarísimo invento del rarísimo robo del rarísimo archivo del rarísimo número de 250,000 secretos del rarísimo Departamento de Estado del rarísimo Washington”. Solo debajo de esa lección de periodismo cabría reseñar el acontecimiento que ha despertado una curiosidad unánime no vista desde el estallido de la primera bomba atómica. En otra lección histórica podríamos transcribir íntegra la columna de Carlos Denegri el día de Hiroshima: “Una sola bomba mató hoy a 100,000 personas. Padrenuestro que estás en los cielos”.

Alguien podrá pensar: no es para tanto. Pero vamos por partes. Hace dos semanas el gobierno de los Estados Unidos reveló una filtración de datos tomados de los archivos secretos de su actividad diplomática. La versión se confirmó cuando esos datos se hicieron públicos en un sistema llamado WikiLeaks, dedicado a difundir asuntos que gobiernos, instituciones privadas o personas famosas desean mantener ocultos. La operación de destape involucra a seis medios de información. Uno de ellos, CNN, con desatino desconcertante, no aceptó las condiciones de Julian Assange, quien fundó su compañía hace 4 años conforme a la idea de que un sistema así, independiente de cualquier gobierno y capaz de llegar a cientos de millones de receptores, puede hacer cambiar, para bien, a la humanidad.

Assange se propuso hacer un canal informativo sin estrellas, sin nombres ni rostros, pero la dimensión de su proyecto lo rebasó de manera que no ha podido conservar el anonimato y se ha convertido de la noche a la mañana en un hombre famoso, el rarísimo causante de los insomnios y desvelos de los personajes más importantes del mundo.

Es un misterio cómo pudo salir de sus bóvedas blindadas un cuarto de millón de documentos que supuestamente la Casa Blanca y casas chicas adosadas deseaban conservar en la sombra. Esos documentos, por cierto, no han sido vistos, ni siquiera mostrados para apoyar la fidelidad de las versiones publicadas. Su valor ha sido avalado por las llamadas de la señora Hillary Clinton a presidentas, presidentes y otros notables diciéndoles ay qué pena.

El rarísimo meollo del caso es que todo mundo quedó mal parado, excepto los Estados Unidos. En Moscú el señor Dimitri Medvedev, presidente de Rusia, y el señor Silvio Berlusconi, presidente de Italia, ofrecen una conferencia conjunta, de ese tamaño es la pedrada, para acusar de cinismo al gobierno de Washington. En París el señor Eric Besson, ministro de Economía, pide a sus colegas del gobierno francés la cancelación del portal de WikiLeaks (me gustaría saber cómo le van a hacer). El viernes una sesión de preguntas a Assange sobrecarga el sitio del periódico The Guardian más allá de todas las previsiones. En México, antes de subir al avión con destino a Buenos Airres, el presidente Felipe Calderón confiesa cierta molestia: “Me preocupa el espionaje de los americanos (sic), que siempre han sido muy entrometidos… pero de nosotros, realmente, ¿qué podrían decir?”. Ya lo dijeron, don Felipe, pregúntele al general secretario de la Defensa, pregúntele a quienes examinaron su grado de estrés (el de usted, don Felipe) para calmar la curiosidad de doña Hillary, y díganos de paso, don Felipe, si de veras sospecha que Hugo Chávez financió la campaña de López Obrador.

El rarísimo enigma nos recuerda la pícara zarzuela: todo Madrid lo sabía, todo Madrid, menos él. Todo mundo queda bocabajeado, todo mundo menos Washington. Un truco cibernético, que las malas lenguas atribuyen al Mossad, bloqueó con un virus los trabajos nucleares de Irán. Nadie evitó, sin embargo, los del señor Assange, a pesar del aviso previo.

La dramática aparición mundial de un nuevo poder que compite con todos los conocidos se registra en medio de un rarísimo misterio. Para encontrar al causante debe responderse, primero, a la pregunta inicial: ¿a quién beneficia lo sucedido?
Caray.

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