lunes, 8 de noviembre de 2021

Con júbilo oaxaqueño, tributo a víctimas de Covid se vuelve celebración de vida

 

Unos 350 músicos de nueve grupos del sureste del país se reunieron en el Zócalo en una procesión comunitaria de algarabía // Fue parte de la fiesta de las culturas de la CDMX

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▲ La procesión de la Banda Monumental Oaxaqueña, integrada por los nueve grupos, atravesó la Plaza de la Constitución en medio de los transeúntes que se unieron con ánimo celebratorio al baile y el canto.Foto Pablo Ramos
 
Periódico La Jornada
Lunes 8 de noviembre de 2021, p. 7

En una conmemoración de los fallecidos por la pandemia de Covid-19 que luego se tornó en celebración de la vida, se desarrolló el concierto de la Banda Monumental Oaxaqueña, integrada por unos 350 músicos, la tarde de este domingo en el Zócalo capitalino.

A las 14 horas, una mojiganga inició el concierto comunitario que conjugó danza, la reminiscencia oaxaqueña, la música tradicional de vientos y el homenaje a las personas fallecidas en los dos años recientes.

El acompañamiento respetuoso de centenares de asistentes y luego la explosión de júbilo fue parte de esta actividad de la Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios de la Ciudad de México, que se realiza desde el 4 de noviembre y concluye el 18 del mismo mes en el Zócalo capitalino.

Las bandas participantes fueron: Tradicional Donají, Filarmónica Zoogochense del Valle de México, Alba Regional Oaxaqueña, Son de la Sierra, Mujer Oaxaqueña, Aires Serranos, Cuna Oaxaqueña y la Niz Dua Ban’d; así como la Orquesta Reyes de San Agustín Tlacotepec, provenientes de todas las regiones de esa entidad.

Los intérpretes llevaban su vestuario particular, usado por niños que apenas superan los 10 años, jóvenes hombres y mujeres, y algunos adultos mayores.

Una procesión dio comienzo con la participación de las nueve agrupaciones que conformaron la Banda Monumental Oaxaqueña y atravesaron la Plaza de la Constitución, acompañadas por bailarinas y danzantes disfrazados de diablos, con el ánimo celebratorio y a la vez solemne de las fiestas comunitarias.

La introducción fue de multitud de danzas y colores, así como el ánimo bullicioso de los danzarines disfrazados y el restallar de sus látigos. Enseguida tuvieron un recibimiento por autoridades, que les remarcaron somos cultura.

Entre los artistas alguien respondió con un: ¡Viva Oaxaca!, que fue coreado enseguida por los otros músicos y por el público en pleno.

La Banda Monumental Oaxaqueña abrió el magno concierto con la marcha fúnebre Adiós, adiós, que se interpreta en Villa Hidalgo Yalalag, Oaxaca. Es un recital por la esperanza, dice el presentador. Y manifiesta que se trata de dar honor a aquellos que se han marchado.

Unidos en el dolor de la pérdida

Manuel Solís, director de la Banda Donají, dedicó esta pieza a su padre recientemente fallecido; además, mencionó: Nos unimos al dolor de los que han perdido a un ser querido. Este fue el punto de arranque digno para la ejecución de los músicos de hora y media de duración bajo el rayo del sol y las sombras duras.

El público se mostró grave en esta parte, que luego fue creciendo en entusiasmo desde la siguiente canción, muy evocadora: Llévame oaxaqueña, de Samuel Mondragón. Esta interpretación que llama al recuerdo, a la cercanía, fue apenas un atisbo de la plenitud que alcanzaría el concierto, en el que alternaron en el podio los directores de las bandas participantes.

Ya con Jarabe del Valle se llegó al alborozo que marcó el resto. Los corrillos danzantes ya dominaban en todos lados, las risas y vítores. Entre el público no faltaron los muxes integrados en los círculos.

La siguiente pieza fue también un pedido de solidaridad y comunidad: Siempre unidos. Al llamado de los instrumentos de viento se generalizó el ritmo de subibajas entre los asistentes.

Para cuando sonó Sones de Betaza ya el ánimo era de fiesta. En una orilla, un grupo de jóvenes organizaba su baile mientras los circundaba el torito. Era notoria la vigorosa tradición en ellos, presentes y orgullosos.

Eran integrantes de un grupo de danza de Guelaguetza, de ascendencia oaxaqueña zapoteca, istmeña y mixe, entre otras, asentados en la Ciudad de México, explica su maestra. Se enteraron y asistieron en grupo para desarrollar esta tradición.

Se sienten los Lunes del Cerro, comentó un asistente. Mientras, ceremoniosos y en ropa de calle, los jóvenes dominaban esa parte del Zócalo. Una mujer levantó una piña llegada de no se sabe dónde.

Con Canción mixteca volvió la emoción y los sombreros se levantaron, ondearon los cuerpos mientras entonaban la nostálgica letra: ¡Oh, tierra del Sol! Suspiro por verte / ahora que lejos yo vivo sin luz, sin amor / Y al verme tan solo y triste cual hoja al viento / quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento.

Le siguieron el famosísimo danzón Nereidas y el cuadro de las parejas predominaba, luego, con Naila, el público entonó en pleno: Naila, di por qué me abandonas, / tonta, si bien sabes que te quiero / vuelve a mí, ya no busques otros senderos, / te perdono porque sin tu amor / se me parte el corazón.

Arribó la infaltable en un concierto oaxaqueño, Flor de piña, punto culminante. Las botellas de agua a manera del fruto; bailaban o gozaban todos, hasta los que no sabían. Cada vez más desinhibidos, contentos y en la felicidad, expansivos. Los aplausos eran sentidos y profundos.

En el mejor ánimo cerró Pinotepa, de Álvaro Carrillo. Los pañuelos rojos se alzaron y giraron. Eran la despedida.

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