jueves, 25 de septiembre de 2014

JODOROWSKY, EL BAILARÍN DE LA REALIDAD

La danza de la realidad
POR ALEX KAFIRISTÁN ( @ALEXKAFIRI ) EN YOROKOBU
¿Qué come Alejandro Jodorowsky? No lo sé pero tiene 85 años y habla como si no tuviese edad. Llevaba sin rodar más de 20 años, se ha hecho de rogar, pero el pasado martes 23 presentó en Madrid, en los cines Palafox, su última película, La danza de la realidad. Un ejercicio autobiográfico terapéutico en el que visitamos, con el Jodorowsky actual, al Jodorowsky niño para compartir sus miedos, inseguridades y traumas. Los personajes, sus padres; los lugares, Tocopilla y los hechos, esos atropellos, son verdaderos. Lo que vemos, sin embargo, es un desfile colorido y rocambolesco lleno de simbolismo y pensado para ser esa mano tendida que invita a nuestro inconsciente a bailar con la realidad.
 «Todo lo que temes es lo que quieres», parafrasea Alejandro en el coloquio posterior a la proyección. Anteriormente, durante la película, el niño Jodorowsky se ha desvivido por una pizca de amor de su padre a quien obviamente teme. Ese niño enclenque y afeminado todavía vive en Jodorowsky adulto, en su memoria, sobre todo en esa memoria-programación de identidad que tiene lugar cuando somos muy pequeños. Ese niño vive en él y sus traumas le condicionan ahora porque según el artista replicamos afectivamente lo que experimentamos cuando chicos.
Si tuvimos un padre violento, buscaremos la violencia en nuestra relación. Si tuvimos una madre sobreprotectora, buscaremos la sobreprotección en las otras personas. Este programa se encuentra en nuestro inconsciente que no entiende de tiempo. Por eso, el niñito Jodorowsky sigue dentro del adulto Jodorowsky y por eso es posible viajar para ayudarlo. Para ayudarte a ti mismo.
Color vivo. Imágenes megalíticas y oníricas. Color vivo. Tullidos y enanos: representación física de nuestra condición interior. Iniciación. Incomprensión y risa. Color vivo. Niño, tienes que ser un hombre, no seas marica. Violencia, sexo y exageración. Impotencia. Mano agarrotada: existencia agarrotada. Amenaza, vulnerabilidad y dolor. Fuego, redención. La película habla en bruto.
Un lenguaje sin pulir, ajeno a muchos convencionalismos de la representación tradicional. Algo sí que concede para que sea inteligible y para que atrape al espectador, aunque a veces no lo consiga y te escupa durante momentos del hechizo cinematográfico, al menos en mi caso. Pero bueno, Jodorowsky hace lo que quiere y lo que quiere gusta. Ya lo dice él bien claro, «el cine industrial está enfermo porque su propósito principal es hacer dinero».
A él el dinero le da igual, si lo pierde no le importa. Y no lo dudo, aunque también quiera ganarlo, al menos para hacer otra película. Para expresarse. Quizás no sea tan diferente de otros creadores. Pero sí que lo es. Su arte tiene un cartel de neón bien encendido en el que pone: terapéutico. Y pienso: ¿no es el arte en sí mismo terapéutico? ¿No agita y expande nuestras consciencias? Sí, pero esto no es una colleja de consciencia, es una hostia bien dada. Como las que le propina el padre al niño en la película. También su lenguaje artístico le hace muy diferente. Y la integración de muchas corrientes de pensamiento y expresión en lo que conforma su cóctel personal de vida.
Tiene sello de autenticidad y no de ese bien diseñado por el marketing, sino de uno que no se ve pero se siente. Se siente fuerte. Como si a lo largo de su vida no hubiese parado hasta liberarse de sus cadenas para ahora volver y mostrarse desnudo: mira, esta es la jaula del tigre, yo me meto y juego con él y no pasa nada. Vosotros también podéis. ¿Por qué su arte es tan generoso y llega tan puro, si habla todo el rato de sí mismo?
Cuando termina la proyección, aparece la estrella del show. La gente, adormecida por los créditos a oscuras tras más de dos horas de peli, revive en su butaca a base de aplausos y expectación. A mí me da la impresión de que la mayoría de gente está aquí para verle. Siendo sincero, yo también. Al principio todo resulta raro, forzado. Qué dice el interlocutor. Por Dios, es Jodorowsky, que no hable de su película, que nos cuente su vida, es la corriente que se respira en la sala.
El tipo se apoya en la butaca como una gamba con resaca. A ver, tiene 85 años, dejemos que entre en calor su motor. En seguida coge el trance ese que llama, se levanta y le gana 30 años al crono y comienza a hablar con el corazón. «¿Saben lo que me pasó cuando…? Este ¿quién era ese?». Le pregunta al interlocutor despreocupado, como si estuviese en el salón de su hogar con su familia. «Ah sí, este Kanye West, que yo no sabía que era tan famoso y que quería verme. […] Y, ¿saben?, ahora me siento como un gorila al que la gente quiere ver tras el escaparate».
Ahí hacemos todos clic y miramos todavía mejor. «Yo trato de sembrar consciencia, porque es lo único que puede cambiar el mundo… La verdad, la belleza». Asistimos todos juntos, los 200 y pico, a la encarnación de la suma de todos nuestros abuelos que nos habla con ternura y nos cuenta los secretos del mundo, de nuestro mundo. Nos muestra la puerta de un sendero de futuro-aventura que vive ahora mismo en nosotros, igual que aquel niñito enclenque y afeminado. Y aceptamos la invitación y salimos a la pista y nos ponemos todos juntos a bailar con ese abuelo sin edad que sigue bailando con paso firme y ligero la danza de la realidad.

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