miércoles, 26 de diciembre de 2012

Grandes pechos amplias caderas

 


Javier Aranda Luna

En un mundo dominado por la imagen y la inmediatez parece imposible volver a esas novelas de descripción minuciosa capaz de registrar cada detalle sin perder la atención del lector.
La prosa rápida utilizada por muchos, la simple acción como eje narrativo o la anécdota casi desnuda cada vez más frecuente hacen difícil imaginar a un novelista proclive a la dilación sostenida, a esa prosa cuyas atmósferas nos llevan literalmente a un mundo desconocido.
Mo Yan es un novelista de atmósferas, de mundos completos, de acciones que provocan otras, de pequeños engranes que en su conjunto provocan grandes acciones narrativas.
En sus novelas no ocurre algo sino muchas cosas. Tantas que alcanzan a varias generaciones. Pareciera que lo importante de lo que ocurre es cómo ocurre y vaya que pasan cosas en sus novelas.
En su novela Grandes pechos amplias caderas muere un mundo y nace otro que es sustituido a su vez por otro más. Sin embargo soldados, mercenarios, invasores, revolucionarios repiten las mismas cosas, como seguir considerando a la mujer, por ejemplo, como el sexo vencido, el sexo de segunda, condenado a soportar el mismo destino en nombre de distintos ideales. Imperiales y revolucionarios violan a las mujeres, las hacen engendrar y las destinan a la preservación de un mundo de misoginia desbordante donde usos y costumbres son en realidad, como casi siempre ocurre, abusos y costumbres.
Mo Yan ha sido criticado por la disidencia china por no condenar al régimen dictatorial de su país. La critica me parece injusta. Si son consecuentes con su discurso, los disidentes que viven en el exilio deberían exigirse por lo menos la misma crítica radical a los países que mantiene relaciones comerciales con su país porque así prolongan ese sistema político de control casi absoluto. Sería por lo menos, menos arriesgada hacer esa crítica en el extranjero que en la propia China, donde vive Mo Yan.
Algo más: cualquier lector medianamente atento de sus novelas podrá darse cuenta de la despiadada crítica que Mo Yan hace del poder imperial chino con todas sus miserias, pero también las de la guerra civil y las de la Revolución Cultural, tan sangrienta esta ultima como los movimientos políticos y militares que la precedieron.
Pero Mo Yan hace la crítica sin decirlo, sin caer en el panfleto, solamente describiendo y contándonos la terrible y triste historia de Shangguan Lu, una mujer que más que vivir, padece casi un siglo en China.
En nombre de un orden de reglas claras que obligan a las niñas a que se les venden y fracturen los pies para evitar su crecimiento y sean aptas para el matrimonio, o que se les orille a la prostitución o a ser mercancías en el mercado de personas o úteros fértiles para engendrar nuevos revolucionarios, Shangguan Lu y sus hijas nos ayudan a entender con sus historias por qué en la China de hoy las familias quieren seguir teniendo descendientes hombres y no mujeres. Por qué aun hoy a las niñas se les recluye y abandona en escuelas o guarderías donde literalmente se les deja morir de hambre, según denuncias de Index on Censorship.
Mo Yan no necesitó de la tarima ni de la plaza pública para hacer sus denuncias. Su libros hablan por él. No es casual que Grandes pechos amplias caderas fuera prohibido en su país ni que se distribuyera de manera clandestina en copias pirata o que incluso fuera producto del plagio.
Grandes pechos amplias caderas es una novela, pero también una historia no oficial de China. Es una novela pero también un crítica despiadada de los abusos del poder. Es una novela, pero también una logradísima denuncia contra la misoginia mucho más clara y más viva que decenas de tesis feministas.
En Grandes pechos amplias caderas Mo Yan nos muestra un mundo y nos propone otro: el de la ficción de la novela.
Han comparado algunas partes de Grandes Pechos amplias caderas con la violencia de algunas escenas ideadas por Quentin Tarantino. Tal vez. Me parece, sin embargo, que la novela de Mo Yan estaría más cerca de la violencia de las cintas de John Woo antes de llegar a Hollywood, donde los buenos no son tan buenos porque son capaces de matar por la espalada y donde en los malos se llega a encontrar alguna zona de humanidad. En Mo Yan la violencia cruda coexiste además con un erotismo moroso capaz de sostener el relato en la descripción del seno de una mujer o en el nacimiento de una mujer pájaro capaz de engendrar devociones.
El gigante chino que todo lo invade es también el gran desconocido más allá de sus fronteras. Nos enteramos de él por lo que quiere mostrarnos. Mo Yan nos permite vislumbrarlo con mayor claridad y hacernos ver que compartimos con el gigante asiático la gran peste misógina que a veces me parece que no hemos querido erradicar realmente.

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