Elena Garro y Gabriela Mistral fueron alcanzadas por la envidia
Fabiola Palapa Quijas
El desagrado que provocan la prosperidad o la alegría de otra persona es la envidia. Ese sentimiento se manifiesta en la mayoría de las personas.
Los escritores sienten envidia de sus colegas y lo mismo sucede con los músicos y los pintores.
La envidia es sinónimo de rivalidad o aborrecimiento y es frecuente ver cómo se vitupera o se llega a atribuir una serie de argumentos negativos al que tiene éxito y esto suele causar que la persona no tenga reconocimiento.
La envidia es sinónimo de rivalidad o aborrecimiento y es frecuente ver cómo se vitupera o se llega a atribuir una serie de argumentos negativos al que tiene éxito y esto suele causar que la persona no tenga reconocimiento.
La escritora mexicana Elena Garro es un ejemplo de ello. Vivió exiliada en Europa y nadie quería hablar de ella; fue considerada la gran traidora, la mujer por la cual los intelectuales se hundieron, fueron perseguidos y encarcelados.
Respecto de esa leyenda en torno a la autora de Los recuerdos del porvenir, Patricia Rosas Lopátegui publicó el libro El asesinato de Elena Garro (Porrúa, 2007).
En el texto, Lopátegui explica que su interés por Garro comenzó en 1976, pero no había nada sobre ella y nadie quería hablar.
Para la investigadora, Elena Garro figura entre los escritores más importantes del siglo XX, en la literatura universal y, junto con Sor Juana Inés de la Cruz, una de las autoras más relevantes que ha producido México.
Garro, asegura, es una escritora silenciada, descalificada y ensombrecida por una leyenda injusta y mentirosa.
“Los intelectuales que todavía están vivos y siguen manejando y controlando la cultura en México son unos cobardes y unos envidiosos. Yo lo que veo es una envidia del talento de Elena Garro. Para mí decir que Garro los traicionó en el 68 fue sólo un pretexto para descalificarla.”
Elena Garro es el equivalente de Juan Rulfo en la novela, pero sin su reconocimiento y sin su presencia; olvidada, renegada, por una parte de la oficialidad mexicana. Su vida y sus libros despiertan una serie de sentimientos contradictorios, entre el odio y la pasión, la veneración o el olvido.
Otro caso similar de envidia y descalificación le tocó a la poeta chilena Gabriela Mistral, elogiada a escala mundial porque en 1946 obtuvo por vez primera para Latinoamérica un Premio Nobel de Literatura, pero poco reconocida en su país.
Cuentan que, por desgracia, la envidia y la intriga también alcanzaron a la gran escritora y educadora en nuestro país, cuando en julio de 1946 llegó invitada por José Vasconcelos, quien le pidió al escultor Ignacio Asúnsolo que hiciera una estatua de la autora chilena para ponerla en el patio de la escuela que lleva su nombre.
Siguiendo en el mundo literario, el 10 de diciembre de 1967 el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias Rosales recibió el Premio Nobel de Literatura, para muchos fue motivo de alegría, pero en algunos autores desató la envidia.
Pero en 1982, cuando le otorgan el Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez, el único en desacuerdo con el reconocimiento fue Miguel Ángel Asturias, porque la novela del colombiano se vendía más que la de él.
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