as vidas de Tomás Rojo, indígena yaqui y vocero de su pueblo, y Antonio Helguera, monero y vocero también pero de otra banda, terminaron trágicamente a pocos días de distancia. No compartieron casi nada de lo que se enfatiza en estos casos, pero sí coincidieron en lo fundamental. Helguera, egresado del Colegio Madrid (privado, del exilio español, del pensamiento crítico, basado en el cuestionamiento razonado
), creció en La Esmeralda del INBAL, vivió profundamente comprometido con sus compañeros y con su pasión por dibujar al país, momento a momento, a través de cientos de jornadas. Y murió apenas al alba de la etapa más asentadamente productiva de su vida, que merecía ser larga. Y eso duele.
El otro, Rojo, casi de la misma edad, sólido indígena y uno más de los históricos e inconquistables rebeldes yaquis que ya desde otro siglo, solos, se enfrentaron a Porfirio Díaz. No sólo compartía con los suyos, y eso lo hizo fuerte, sino que vivió, hasta el día de su tortura y muerte, todo lo que todavía hoy significa para las comunidades indígenas y campesinas el despojo y, si resisten, la persecución de los poderosos, como en Morelos también. El dolor por él es el dolor por muchas y muchos otros.
La desaparición y la muerte, expresión suprema del poder bárbaro sobre las personas y sobre el país mismo, encuentra en la voz y en el trabajo de Helguera y de Rojo (porque es expresión de comunidades, de multitudes y organizaciones que quieren que todo cambie) la principal e indispensable ruta de resistencia y cambio.
Aquellos gobiernos y sus promotores y secuaces que prohijaron todo esto terrible que hoy vivimos y este gobierno que apenas puede rasguñar al monstruo, muestran las profundas perversiones y las limitaciones de un gobierno para transformar. Porque están solos.
El control y pasividad que usualmente impone el Estado y las instituciones, por miedo, ahora se ha vuelto contra el país, contra las mismas escuelas y universidades y contra el Estado. Porque la pasividad que genera el control ahora carcome desde dentro todos estos espacios y hace a todos presa fácil de la violencia y del poder autoritario.
Y en esta lucha de clases por sobrevivir, los Helgueras y los Rojos son indispensables. Portan una visión muy distinta a la que vivimos: el enraizamiento en una comunidad, el conocimiento profundo y el ejercicio del poder, para empezar, como resistencia. Estas son las armas más poderosas y las que debería activamente impulsar el Estado para cambiar al país (y no estas leyes empresariales sobre educación que nos heredó la SEP de E. Moctezuma B.).
De esta manera, dos personas que ni siquiera llegaron a toparse en algún momento, pero que compartieron lo más profundo de la experiencia humana, la de una profunda, consciente e ilustrada rebeldía que nos ha impactado a todos, muestran qué poderosa y, puede ser ésta que se convierte, cuando se expresa masivamente, en un polo de atracción potente que rompe barreras de toda clase, hasta las de clase.
Y crea convergencias insospechadas. Como la de los maestros y Zapata; la de Felipe Ángeles y la revolución del norte del país y, en el presente, la de Pablo González Casanova –ex rector de una de las más significativas universidades–, que teje una estrecha alianza con la rebelión de los zapatistas de Chiapas. Y el que no duda en apoyar la resistencia plebeya de los estudiantes de la propia UNAM en 1999 al llamarlos parte de los movimientos de resistencia de los pueblos a los procesos de privatización y desnacionalización
(¿Qué universidad queremos?: 16). Y lo mismo Luis Javier Garrido, hijo de otro rector universitario, e igual las académicas y académicos que estuvieron con la rebelión magisterial de 2012 en adelante.
En ciertos momentos muy concretos, esas realidades aparentemente alejadas e incomunicadas –como las de Helguera y Rojo– han marchado y luchado juntas y se han enriquecido y fortalecido enormemente. Para este fluido intercambio, basta leer las páginas de La Jornada, la diaria zona franca de pasión y conocimiento por donde transcurre el país, para ser testigo –y actor, porque el leer y disfrutar a los moneros también es una manera de resistir– de cómo en México se teje cotidianamente esta dinámica de encuentros (y desencuentros) para sobrevivir. Son los grandes –y pequeños– movimientos sociales y la rebeldía personal, la materia de la historia.
P.S. Una disculpa, porque en entrega pasada sobre la UAM atribuí a un funcionario menor
una frase de disgusto al nuevo rector que en realidad publicó un homónimo suyo.
* UAM-Xochimilco.
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