Napoleón Gómez Urrutia
C
ada elección es una decisión. Los votantes pueden elegir más de lo mismo, una situación donde los ricos se vuelven cada vez más ricos, mientras el número de niños mexicanos en pobreza crece cada día y padecen fuertes impedimentos para su desarrollo físico, intelectual y emocional. La disponibilidad de escuelas, viviendas, educación y servicios médicos es limitada e ineficiente, al borde de la crisis. O bien, los electores pueden escoger, como así lo hicieron abrumadoramente el día primero de julio, la opción que representa Morena con un plan para revertir y cambiar todas estas condiciones, así como para mejorar el bienestar de los ciudadanos y la eficiencia de la economía.
Andrés Manuel López Obrador ha dicho reiteradamente que la corrupción es el principal problema de nuestro país, por lo cual ha convocado a
construir un acuerdo nacional y a hacer de la honestidad una forma de vida y de gobierno, que permita terminar con la profunda desigualdad, la pobreza, la frustración, los resentimientos, el odio y la violencia. Ha propuesto una nueva política y una estrategia diferente de crecimiento económico con proyectos específicos que incluyan la renovación y la reafirmación de los valores culturales, morales y espirituales para terminar con la decadencia y lograr lo que él llama el
renacimiento de México.
Los puntos centrales de su propuesta son gobernar con el ejemplo, desterrar la corrupción, acabar con la impunidad, administrar con austeridad y aplicar todos los recursos que se ahorren para financiar el desarrollo de la nación. En el fondo, el objetivo principal es y será construir un país más justo, en el cual podamos invertir la riqueza con honestidad y eficiencia con el objeto de crear las mejores oportunidades de cambio y de crecimiento personal y familiar para todos. De esta manera, poder ofrecer una vida con la dignidad que merecen los mexicanos de todas las edades. Es fundamental tomar decisiones para detener a los corruptos y conservadores que han frenado y bloqueado el futuro de México, o bien aceptar que lo sigan destruyendo cada día, con más intensidad y cinismo.
Hoy estamos en una encrucijada: o construimos una sociedad que beneficie a la mayoría, o la continuamos sólo para unos cuantos. Es urgente ofrecer con el nuevo proyecto de nación un plan con el cual se pueda medir el éxito, no por el número de multimillonarios que crece cada sexenio, sino por nuestra capacidad y habilidad para que la gente tenga una vida con mayor bienestar, más plena y más digna.
En un país con más del cincuenta por ciento de su población en estado de pobreza, hay delitos cuyo concepto jurídico debe ser actualizado o modernizado (como el de traición a la patria previsto en el artículo 123 del Código Penal Federal), a fin de que los servidores públicos que ilícitamente se enriquezcan con el dinero dirigido a los grupos sociales que tienen una gran vulnerabilidad, enfrenten una acusación por ese delito y se les considere traidores a nuestro México. Las conductas que hasta hoy caen dentro de esa categoría no han sido revisadas por largos años y mucho menos sus elementos teóricos se han actualizado a fin de recoger las necesidades de México en esta nueva etapa.
Si queremos un país de leyes, si aspiramos a vivir en un estado de derecho, entonces el Presidente de la República luchará con objetividad e imparcialidad por la procuración e impartición de la justicia y dejará a nuestros jueces esa tarea en plena y absoluta autonomía. Lo cual a su vez dará certidumbre a los inversionistas, tanto nacionales como extranjeros.
López Obrador, en paralelo, seguramente establecerá una política que permita el decomiso de los bienes y recursos provenientes del delito, para que estos se destinen en un cien por ciento a la educación y a programas para combatir la pobreza extrema. Esta será una forma adicional para el gobierno de allegarse ingresos que incrementen las partidas presupuestales dedicadas a esas importantes finalidades que tanto requiere México.
A estas alturas parecería que nuestro país está atrapado entre dos grupos con intereses contrarios. Por un lado, la mayoría de la población que está inconforme con la desigualdad existente, la corrupción y el mal gobierno, y por el otro, aquellos que tienen miedo al cambio, las clases medias y altas y algunos sectores de los empresarios que más se han beneficiado de un sistema que todo les ha dado y en exceso.
Ahora, el reto en la administración de López Obrador será reconstruir la relación entre el poder económico y el nuevo poder político. Los empresarios, aparentemente, ya se están preparando para lo que parece inevitable. Les preocupan algunos nubarrones de tormenta que podrían presentarse a futuro, después de que se quedaron callados, si no es que hasta aplaudieron al gobierno, especialmente durante estos últimos años, mientras el país llegaba a las peores condiciones de violencia en toda la historia moderna, como síntoma generalizado de una crisis social y económica profunda, y la imagen y el prestigio de México se hundían cada vez más por la corrupción de sus políticos.
Hoy es el momento del cambio, de establecer un nuevo proyecto de nación para superar todas las crisis que nos agobian, el cual encabeza Andrés Manuel López Obrador y que traerá las grandes transformaciones para lograr un mejor futuro en beneficio de toda la nación.
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